Desde aquel “sea realista, pida lo imposible” de los 60 al “querer es poder” de hoy, el realismo y su contrario, la magia (¿o romanticismo?), pelean, como en la política, por sus espacios.
Hay quienes se inclinan por un lado y quienes se inclinan por el otro. Hay formas puras y otras mixturadas. Pero en las formas puras ambos bandos pagan inevitablemente sus costos. Y aunque sus intereses sean usurarios, continúan eligiendo su posición.
Pero hay algo digno de destacar. Más allá de las abismales diferencias que los separan ambos grupos tienen algo en común: la certeza de que son ellos (y no los otros) quienes tienen la razón.
Las personas “realistas”
De un lado nos encontramos con las personas que llamaríamos “realistas”. Las que eligen la cruda realidad a la mentira piadosa. Para ellas, la magia, la superstición y las tonterías que las acompañan son un claro signo de debilidad. Su fuente es la realidad sin maquillajes, la pornográfica. La realidad real, la estadística, nunca la contada y menos aún la soñada. Con mucha paciencia y lucidez soportan la realidad con estoicismo. Y juran y perjuran que son felices por no creer en todo esto, y felices a pesar de que no creen en cuentos de hadas madrinas ni en duendes o espíritus protectores o salvadores.
En general, es un grupo de creencias homogéneas. Podrán ser de derecha o de izquierda, pero algo en común los identifica: tienen verdades de las que nunca dudan. Por ejemplo, afirman que en el realismo no hay grises, que los grises son para los mediocres. En esto son fundamentalistas. En el campo de las creencias religiosas afirman que los agnósticos son débiles y tibios porque toman una posición intermedia. Y afirman que pedir algo a alguien (lo que sea) más de dos veces es prueba de estupidez y casi de sometimiento.
En general, son muy buenos oradores. Las verdades finamente entrelazadas salen de sus bocas con soltura. Aunque algunas veces con poca elegancia. Es que estas personas se sienten heridas cuando lo evidente para ellas no lo es para los otros. Esos otros que para ellos endulzan innecesariamente lo amargo de la vida. Sus juicios y opiniones, en momentos límites, llegan a tornarse algo crueles (como la realidad misma, dirían). Pueden proponer fusilamientos, casi sin por ello inmutarse.
Al costo lo conocen perfectamente: trozos de dignidad perdidos en las batallas de la vida (sean las batallas económicas o amorosas). Suelen encontrar el escepticismo a la vuelta de la esquina, y con serios riesgos de que éste le abra la puerta al pesimismo. Cuando llegan a estos extremos se las suele identificar por el olor a tabaco y a alcohol que los rodea. El resentimiento es un lugar peligroso para ellas.
“Todo es posible”
En el otro extremo encontramos las personas mayormente ilusas, crédulas y optimistas radicales que sostienen el amplio abanico de las creencias siempre en positivo o el optimismo mágico.
Sus frases preferidas se expanden y reproducen en las redes sociales a gran velocidad. Hay tres temas que generalmente se repiten: 1) querer es poder, 2) nunca renuncies a tus sueños, 3) alguien o algo en este momento está protegiéndote aunque no lo veas, no lo sepas, ni lo creas.
Al igual que el otro grupo, son fundamentalistas, pero en este caso del “¿por qué no?”. Es que para estas personas no existe el no definitivo. Esta posición les parece de pesimistas, de quienes tiran malas ondas, de quienes se dan por vencidas, de personas deterministas o de personas de poca fe. Es que “felicidad empieza con fe”, se decía.
Es fácil reconocerlas porque verbalizan todo el tiempo lo que quieren que suceda como una posibilidad real, como un hecho que sí o sí será consumado. No tienen la prosa encendida de las realistas porque sus razones sólo pueden justificarse con un “yo creo en” (acompañadas a veces de una mezcla de creencias y razonamientos). No pueden sentir ni pensar ni verse a sí mismas y a la realidad desde la mirada de las personas “realistas”. Se encuentran con la realidad de las “realistas” cuando este andamiaje de creencias cae. Pero generalmente no les dura mucho tiempo porque los sentimientos negativos que les genera esta pura realidad son muy fuertes y se tornan casi insoportables si permanecen. Para ellas, este andamiaje es como el oxígeno y el agua: elementos de primera necesidad.
El escepticismo y hasta algo de pesimismo de las “realistas” es lo que fundamenta su miedo mayor: a que la caída del andamiaje se perpetúe. Este es el costo usurario que deben pagar por mantenerse en su posición y también el origen del viejo y famoso “fantasma de la depresión”. Es que la posibilidad de la caída definitiva de este andamiaje de creencias es una verdadera catástrofe para ellas. Es una cruel condena a vivir sintiendo el puro vacío, la nada misma.
La pregunta del millón
Alguien afirmó que esta diferencia es una cuestión de sexos (el realismo de ser hombre y la magia de ser mujer). Otros afirman que es cuestión de personalidades y hasta de experiencias vividas y de su modo de procesarlas. Y hay quienes la explican por cuestiones culturales. Respuestas hay varias y muy valiosas.
Las formas mixtas son muy comunes y de combinaciones diversas. Realismo para algunos aspectos de la vida y magia para otros: por ejemplo, el mensaje de los astros, el amor salvador siempre esperado y el golpe de suerte, son las formas más simples y conocidas de lo mágico.
Alguien dijo alguna vez que siempre se guarda algo de magia en algún rincón de las expectativas para poder seguir viviendo. Por lo que la pregunta del millón sería: ¿qué nivel de puro realismo es capaz de soportar cada una de las personas sin enfermarse? ¿Se puede vivir todo el tiempo, viendo la realidad tal cual es, sin disfraces ni edulcorantes? Las respuestas posibles quizás las dan las personas de estos dos grupos y sus formas mixtas. El Homo Credens, de Jerome Bruner, toma aquí su real dimensión.
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