“Tratamos de que cada título que sacamos sea vinculante con los otros títulos que están en una misma colección, y es por eso que tenemos distintas colecciones. Finalmente, lo que vincula a cada una de las colecciones es que están compuestas por textos que nos gustan a nosotros: trabajamos con cosas muy lindas y muy diferentes”, explican Julia Sabena y Lucas Collosa, responsables de la editorial Serapis, que nació en Rosario en 2006 y tiene más de cuarenta libros editados.
Cada colección es un mundo en sí mismo, tanto en su contenido como en su distribución y llegada.
“Nos leen muchas personas que están vinculadas a la universidad, hay libros de Serapis que se están dando en la UBA (Universidad de Buenos Aires), el público universitario es importante para nosotros”, aclaran desde la editorial, que además de trabajar autores contemporáneos relanza autores clásicos en ediciones que incluyen prólogos minuciosos, notas al pie, estudios especializados y hasta ediciones facsimilares que dan cuenta de las ediciones originales de las obras publicadas. Esta búsqueda ha sido encuadrada tanto en la colección “Aurea” donde se encuentran, entre otros títulos, Primero Sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz, y Soledades, de Don Luis Góngora, en la colección “Traslaciones”, especializada en traducciones de escritos no tan difundidos de los grandes clásicos como Víctor Hugo y Herman Melville, y en la colección “Senzala”, que reúne textos de carácter ensayístico, como La honestidad artística, que reúne ensayos del cuentista Horacio Quiroga, publicados originalmente en revistas literarias argentinas y uruguayas.
Las colecciones
Fundada por Julia Sabena, Carolina Líber y Guadalupe Correa, todas estudiantes de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario, Serapis sacó un primer libro íntimamente relacionado con el mundo que la vio nacer, una Antología Poética del profesor, traductor y poeta Héctor Picolli. Este libro forma parte de la colección “Contemporáneas” y en ella se mezclan escritores locales y de la región, como el rosarino Pablo Serr y la santafesina Sonia Contardi, con escritores extranjeros exclusivamente traducidos por la editorial, como la alemana Nina Jäckle y la suiza Dorothee Elmiger.
La colección “Campanas de Palo”, que rescata textos de tinte político de escritores tanto consagrados como olvidados, ha convocado por su parte a un público que no es específicamente universitario.
Un título a destacar en esta serie es Tumulto, escrito en 1936 por el porteño José Portogalo, quien proponía incendiar iglesias e insultar en la cara a los representantes de la instituciones burguesas: por su explícito contenido contestatario, este libro fue boicoteado y desde el momento en que se agotaron los ejemplares de su primera edición estaba prácticamente fuera de circulación. Estas primeras tardes reúne poemas de Juan L. Ortiz, centrándose no en lo que fue su producción más conocida, aquella dedicada al río, a la isla y la contemplación, sino a sus poemas políticos, escritos en el momento en que el autor viajo a la China de Mao Tse Tung; y Escalas Melografiadas, el primer libro en prosa del legendario escritor Cesar Vallejo, retrata con cuentos y perfiles las injusticias sociales y el dolor de la pobreza de los años 20 en el Perú.
Al rescate
“Creemos que no se puede pensar la literatura sin su pasado. Es importante que los libros sigan circulando, que los escritores no queden perdidos en el tiempo y puedan aparecer otra vez en circulación y en librerías”, asumen Sabena y Collosa, y luego ejemplifican: “La novela Colinas del hambre, de Rosa Wernicke, fue escrita antes del peronismo, y es considerada como la primera novela sobre villas miserias en América Latina. Ella vivía en Rosario vivió cerca del basural del Bajo Ayolas, en la zona de Tablada, y en su obra aparecen muchas vinculaciones a los reclamos sociales de los cuales devino el peronismo. Es importante que una obra así no quede perdida en el tiempo”.
“Campanas de Palo también genera mucho interés –agregan– ya que muchos de los títulos no habían sido leídos por ser prácticamente inconseguibles. Son rarezas de alguna manera, y en las librerías de lectores asiduos, donde circula mucho material, llaman la atención siempre”.
En la cadena de distribución, las librerías con clientes lectores y libreros de oficio cumplen un rol fundamental con el solo hecho de exhibir, comentar y recomendar los trabajos de las pequeñas editoriales, que por más que se muevan con pocos recursos realizan un aporte más que valioso con sus producciones.
Las ferias y los festivales literarios también ayudan. Son espacios donde los editores pueden encontrarse cara a cara con los lectores y recomendar sus libros, que muchas veces no tienen cabida en los suplementos culturales de tirada masiva.
Mundo vinculante
—¿Cómo distribuyen sus libros fuera de la ciudad?
—Nos encargamos nosotros; ahora nos es más costoso por los viajes y los traslados, pero seguimos haciéndolo igual.
—¿Cómo es el panorama actual de las pequeñas editoriales?
—La situación de las pequeñas editoriales es crítica, los insumos aumentan con el dólar, y si trasladamos esos aumentos al costo final del libro no vendemos más, entonces absorbemos esa diferencia, y así se agota el fondo editorial y nos vamos descapitalizando. Es un problema del sector: imprentas, librerías y editoriales están trabajando menos.
A este panorama complicado, que sin dudas limita la cantidad de ejemplares a la hora de pensar una impresión, que hace más difícil un viaje y en donde disminuye la venta de libros, la gente de Serapis lo confronta con el hecho mismo de editar a toda costa, por la pasión que el propio trabajo genera, y con los vínculos con editores, escritores y lectores que su recorrido va creando: “En este momento no podemos ganar dinero con la editorial, porque todo el dinero que ingresa se destina a seguir produciendo, pero gracias a la editorial vivimos en un mundo vinculante que genera amistades e intercambios con personas que están en la misma búsqueda que nosotros”.