Guillermo O. Sosa
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
Después de casi medio siglo del golpe cívico militar que sufrió la Argentina en el año 1976, resulta inocultable la intervención de intereses transnacionales. Sin embargo, a pesar que se esgrimen muchas razones de esa voluntad externa, existe una motivación importante, que a muchos analistas se les escapa, y que resulta muy relevante.
La preocupación norteamericana, centrada en la Guerra Fría y el avance marxista en América, no justifica por sí misma una animosidad contra la presidenta Isabel de Perón, por cuanto no representaba un gobierno prosoviético, y estaba abocada a combatir con dureza, pero dentro de la ley, a la subversión comunista; incluso dando plena intervención a las Fuerzas Armadas, como lo hizo contra la guerrilla en Tucumán. Las claves del apoyo externo son otras.
A sólo un mes de asumir como presidenta –por el fallecimiento de Juan Perón, el 1º de julio de 1974–, Isabel, por vía de la representación argentina, a cargo Benito Llambí, hizo fracasar estrepitosamente la Conferencia Internacional sobre Población de la ONU, desarrollada en Bucarest a mediados de agosto de 1974. Este hecho internacional debe ser sopesado a la hora de analizar las motivaciones imperialistas del golpe contra ella.
La conferencia contó con el impulso y apoyo especial de la Trilateral Commission. Esta había sido fundada en 1973, por decisión del Grupo Bilderberg, a propuesta de los Rockefeller, a fin de aglutinar a la poderosa élite mundial que manejaba los negocios y finanzas de las tres zonas principales del área capitalista: Norteamérica, Europa y Asia-Pacífico. La organización servía para estructurar un poder oligárquico supranacional, con fuerte incidencia en la geopolítica mundial.
No era la primera organización con fines de intervención política desde el poder económico privado, gestado por el clan Rockefeller. Baste citar el Consejo de Relaciones Exteriores, de fuerte incidencia en la política local e internacional de Estados Unidos.
Existía un interés directo de los Rockefeller en esa conferencia, por su manifiesta voluntad de controlar y reducir el número de la población mundial. John Davison Rockefeller III, dio el discurso de mayor peso en la inauguración de la reunión, exponiéndose de manera personal y pública, lo cual demuestra su elevado interés y grado de involucramiento.
La Conferencia era la culminación de un largo proceso, iniciado por esa elite plutocrática en los años 50, que incluía las primeras dos conferencias internacionales –no políticas–, los trabajos en el mismo sentido del Club de Roma y su informe “Los Límites del Crecimiento” de 1972, también impulsado por esa élite transaccional; la fundación en 1952, por parte John D. Rockefeller III, de lo que sería el comando estratégico y usina de proyectos anti poblacionales: el Population Council; la creación de organismos nacionales, como la USAID; o multilaterales como el Fondo de Población de la ONU –UNFPA–, destinados al control demográfico de los pueblos. Lo mismo que la financiación de múltiples organizaciones abortistas, destacándose Planned Parenthood.
La iniciativa llevaba muchos años de trabajo. Se pretendía lograr el compromiso formal de todos los países para reducir la natalidad, aprobando un plan elaborado por técnicos del Populatión Council, incorporados a la ONU.
Un acuerdo internacional en ese sentido legitimaba y quitaba tensión a las acciones extorsivas destinadas a la reducción poblacional. Resultaban traumáticas las presiones desde el Banco Mundial, realizadas por Robert McNamara (presidente del Banco Mundial), condicionando la asistencia financiera al control de la natalidad, lo que fue cuestionado por Eduardo Galeano en “Las Venas Abiertas de América Latina”. Lo mismo ocurría con las “ayudas” para el desarrollo de países emergentes, de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos –USAID–. Lograr el compromiso de todos los países a un plan de control poblacional facilitaba esos objetivos demográficos.
Por su parte, la postura sustentada por Llambí, y respaldada por el gobierno de Isabel, coincidía plenamente con la de Perón, con sus definiciones geopolíticas, con su voluntad de aumento demográfico para el desarrollo nacional, con el enfático rechazo al aborto en los planes quinquenales, con su Modelo Argentino para el Proyecto Nacional y con el Plan Trienal, en plena ejecución.
La Conferencia estaba orquestada para la aprobación, sin modificaciones sustanciales, del Plan de Acción Poblacional Mundial preelaborado, que incluía el compromiso de fomentar la contracepción y el aborto.
Tanto valor le daban al acuerdo internacional, que desarrollaron una estrategia propagandística, con el lema “Una familia pequeña es una familia feliz” y la difusión de afiches alusivos. Por su parte, la ONU designó al año de la Conferencia como “año mundial de la población 1974”, y comprometió la activa participación de todos los organismos multilaterales, entre otros a UNFPA, Unesco, FAO, OIT, OMS y Unicef.
La Argentina, gobernada por Isabel de Perón, salió al cruce de ese plan, presentando 69 enmiendas al documento. Las objeciones y modificaciones desvirtuaron totalmente los objetivos pretendidos. Las enmiendas fueron aprobadas por el voto de los “países del Tercer Mundo”. A ellas se agregaron otras modificaciones propuestas por Argelia.
El fracaso de la conferencia, obligó a que Henry Kissinger (secretario de Estado de Estados Unidos), en la emergencia, elaborara de inmediato el conocido memorándum de seguridad nacional sobre población: el NSSM 200. Fue clasificado como secreto y de naturaleza estratégica para Estados Unidos, involucrando a importantes organismos del Estado. Podría definírselo como una declaración de guerra encubierta contra el número de la población mundial. El plan pasó así de la esfera diplomática al de la guerra solapada por vías no convencionales.
Kissinger justifica ese memorándum, quejándose, en el texto del mismo, por el fracaso de la conferencia: “Hubo una consternación general cuando al comienzo de la conferencia el plan fue sometido a un ataque fulminante que se prolongó por cinco horas, encabezado por Argelia, con el apoyo de varios países africanos; Argentina, apoyada por Uruguay, Brasil, Perú, y, en forma más limitada, por otros países de Latinoamérica; el grupo de países del Este europeo –menos Rumania–; el PRC y la Santa Sede”.
El NSSM 200, textualmente afirma que debe impedirse el crecimiento poblacional, a fin que Estados Unidos pueda acceder fácilmente a los recursos naturales de los países subdesarrollados y así surtir de materia prima a sus grandes industrias. El plan consistía en impedir los nacimientos, para poder apropiarse de las riquezas de las naciones pobres.
La afrenta sufrida de parte de la Argentina, frustrando objetivos estratégicos largamente trabajados, resultaba hasta humillante. La reacción del imperio herido y de la casta oligárquica que intentaba controlar la geopolítica mundial, inevitablemente sobrevendría. Allí quedó echada la suerte de la democracia argentina.
Poco después del fracaso de la conferencia, en la primer reunión de 1975 de la Trilateral Commission, su director, Zbigniew Brzezinski –hombre de Rockefeller–, afirmó que “el eje esencial de los conflictos ya no se sitúa entre el mundo occidental y el mundo comunista, sino entre los países desarrollados y los que aún no lo están”. Antes había dicho que la Trilateral se fundó para “el establecimiento de un sistema internacional que no pueda verse afectado por los chantajes del Tercer Mundo”.
Es evidente que no podían aceptar el desarrollo de una geopolítica de los pueblos pobres. No soportaban un universalismo de integración regional de las naciones y de vertebración de una comunidad organizada de los pueblos, como lo pregonaba Perón. Menos que desde allí se frenaran sus proyectos de dominio mundial.
En ese contexto, la democracia argentina y su movimiento político mayoritario habían quedado expuestos en el ojo de la tormenta, y éste era considerado como un potencial enemigo a combatir.
Así fue como, a solo un mes de asumir, la primera presidente mujer de la Argentina, Isabel de Perón, se constituyó en una figura nefasta para los intereses de la élite plutocrática globalista. Había quebrado su proyecto largamente preparado y eso no podía ser perdonado.
Sin dudas, eso jugó su papel de peso en el accionar inmediato posterior de Kissinger, Rockefeller, la CIA y los Estados Unidos en general, destinado a impulsar el sangriento golpe cívico militar de 1976.
Ese poder económico oligárquico globalista, con franco interés de manejar los hilos del mundo por fuera y por encima de las naciones, que hoy intenta constituir un Nuevo Orden Mundial a su servicio, y que a todas luces avanza en su plan de reducción de la población, tuvo en el gobierno democrático argentino de aquel momento su primer y más importante escollo. Y sin dudas a causa de ello contribuyó activamente en su caída a manos de una feroz dictadura.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org