Search

La encrucijada de la Unión Europea al comienzo de una nueva década

En los últimos años la Unión Europea viene enfrentando serios problemas que cuestionan el proceso de integración y ponen en duda su viabilidad. Frente a este hecho debe elegir entre dos caminos: apostar por una mayor integración y un refuerzo de las instituciones o sostener el reinado franco-alemán

María Florencia Guzmán y Jorge F. Jaef**

En los últimos años la Unión Europea viene enfrentando serios problemas que cuestionan todo el proceso de integración y ponen en duda la viabilidad del mismo en el largo plazo.

El último de estos hechos ha sido el llamado Brexit, consistente en el abandono de la Unión por parte del Reino Unido, que si bien comenzó a plantearse desde el año 2016 en el marco de la realización de un referéndum, acabó concretándose el 31 de enero de este año.

Frente a este hecho la Unión Europea debe elegir entre dos caminos diferentes: apostar por una mayor integración y un refuerzo de las Instituciones europeas y sus políticas o sostener el «reinado franco-alemán», opción que para muchos llevará al proceso de integración al ocaso. Ante esta cuestión, cabe preguntarse cuál será la apuesta de la Unión Europea para sortear un «destinofatal»

 Una receta para el fracaso

Una gran cantidad de factores resultaron en el deterioro no sólo del proceso de integración en sí, sino también en su capacidad para sortear problemáticas que la propia ampliación económica y política conlleva.

Con el paso del tiempo, al acumularse las dificultades y reducirse el impacto de los logros, se ingresó en un círculo vicioso de ineficacia y falta de consensos que estrechó los márgenes de maniobra de los principales órganos de decisión dentro de la Unión Europea.

Dicho de otro modo, la imposibilidad de legitimar el proceso a través de acciones exitosas perjudicó aún más la propia capacidad de generarlas.

Fue precisamente este deterioro el que llevó a que emergieran algunos de los principales problemas que han jaqueado al proceso.

Resulta fundamental comprender que para los países dentro de la Unión Europea, las decisiones de política que se toman dan lugar a un juego de dos niveles.

Las autoridades de la Comisión Europea, una de las principales instituciones de la Unión, eligen un curso de acción y pueden implementarlo hasta cierto punto.

Sin embargo, cuando esas decisiones «bajan» al nivel nacional, son los gobiernos de los países los que deben avalarlas e implementarlas.

El consenso que había imperado hasta la primera década de este siglo, dio lugar a nuevos desafíos cuya resolución ha sido complicada hasta la fecha.

El último de estos retos ha sido, sin lugar a dudas, la salida del Reino Unido, miembro siempre reticente a un mayor desarrollo de la Unión pero extremadamente relevante desde el punto de vista económico.

Ese último golpe resulta particularmente doloroso en vistas de la necesidad de resolver otros problemas urgentes, cuestión absolutamente fundamental para poder actuar como un bloque consolidado y unido frente a problemáticas de alcance global, las cuales requieren cada vez más, soluciones coordinadas.

Reconstruir las agendas

El remedio que puede curar los problemas internos es la opción de profundizar la integración, custodiando y fortaleciendo la dimensión europea, expresada por el Área Schengen que permite la libre circulación de personas en la Unión, o la Eurozona, el espacio monetario del euro.

Estos mecanismos, al funcionar con propiedad y estimular la interdependencia entre los países miembros, permitirían recuperar el momentum del proceso. A tal fin, la Unión Europea debe priorizar la corrección de los errores que llevaron al actual estancamiento a fin de evitar un mayor desmembramiento en el largo plazo.

En efecto, la solución pasará por reconstruir con nuevas políticas y esquemas de cooperación las agendas de aquellas cuestiones que generaron las rispideces en primer lugar.

Uno de los  temas bien conocidos que continúa afectando a la Unión Europea y a sus 27 países miembros, son las consecuencias de la crisis financiera de 2008, la cual impactó negativamente en el proceso de integración, generando la crisis del euro o de la Eurozona.

Una troika peligrosa

El caso más paradigmático de naufragio económico en la Unión fue el de Grecia. Un factor decisivo fue que la gestión de la crisis fue puesta en manos de la Troika, grupo conformado por representantes de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, la cual aconsejó una austeridad extrema, acompañada de una retórica hostil hacia los griegos.

Los recortes en el Estado de Bienestar despertaron un gran descontento en Grecia y otros países, a la vez que acentuaron las divergencias entre los miembros de la Unión.

La percepción del proyecto europeo se vio afectada negativamente, pasando  a ser visto como una fuente de desgracias y no ya como la mejor fórmula económica disponible para la inserción económica del Sur europeo.

Adicionalmente, a las recetas impuestas desde Bruselas se sumó la impotencia de los gobiernos nacionales en oposición a los recortes y demás exigencias.

Este proceso, a su vez, disparó la popularidad de movimientos políticos y sociales favorables al nacionalismo y al rechazo a la Unión Europea, propagando el euroescepticismo, es decir, la percepción negativa del proceso de integración.

Como consecuencia, es evidente que uno de los grandes objetivos ha de ser el acercarse a la ciudadanía, recuperando su confianza y atacando las desigualdades fruto de la crisis y las medidas de urgencia impartidas desde la Unión Europea y la Troika.

Otro curso necesario es politizar sus instituciones con el objetivo de aumentar su legitimidad democrática. Por politizar se entiende una mayor presencia de la agenda europea bajo tratamiento en los órganos comunitarios, para así reforzar la legitimación del proyecto colectivo y las decisiones que en su seno se adopten. Se puede aventurar que una mayor politización permitiría dejar atrás algunas de las críticas hacia Alemania y su primera mandataria Angela Merkel, acusada de poner sus intereses nacionales por encima de los europeos.

La cuestión de los refugiados

Otro de los temas que trajo aparejadas fuertes rispideces dentro del proceso de integración es la cuestión de los refugiados. Una de las dificultades principales emanó de que, al no ser un tema típicamente europeo, el establecimiento de una hoja de ruta para hacerle frente resultó extremadamente dificultoso.

La solución obvia sería arribar a un consenso de que el abordaje de cuestiones de este tipo se produzca de manera colectiva en el marco de las instituciones supranacionales, con los países miembros debatiendo soberanamente soluciones acordadas, en las cuales se contemplen diferencias de opinión y se trate de plasmar lo que resulte mejor para cada Estado.

Por tal motivo, se precisa mayor integración pero también que el sistema europeo sea capaz de procesar las disidencias, evitando decisiones que tomen la forma de una imposición de los países líderes sobre los más débiles.

Decisiones unilaterales como la definición de cuotas de refugiados arbitrarias por parte de Alemania en 2015 o el diseño conjunto de Hollande y Merkel de mecanismos de distribución de estos a lo largo y ancho de Europa no van a ser suficientes de aquí en adelante.

El contraterrorismo

Un tema aparte, de extrema relevancia, tiene que ver con la amenaza terrorista, la cual expuso la debilidad de la Unión Europea en materia de seguridad. Estas falencias quedaron expuestas en los ataques de Barcelona y Cambrils o París, donde previo a los mismos, presuntos terroristas atravesaron numerosos controles de seguridad sin que eso redundara en ningún tipo de acción preventiva.

La solución resulta obvia: mayor cooperación entre los servicios de inteligencia y de seguridad y mayor eficacia en la delegación de facultades entre las instituciones europeas y los tribunales de justicia nacionales, a fin de poder acortar los plazos de emisión de acciones tendientes a investigar, detener y acusar sospechosos.

Vale la pena considerar si no sería valioso que el pilar relativo a las cuestiones de seguridad y contraterrorismo pase a tener carácter comunitario, del que hoy carece y del cual surge el tratamiento gubernamental a nivel nacional que la cuestión recibe.

Europa a la carta

Por último, en lo que refiere a la ampliación de la Unión con la incorporación de nuevos Estados miembros, la única opción sensata es la de postergar el ingreso de nuevos miembros, priorizando la resolución de los acuciantes problemas vigentes y que impiden al proceso de integración actuar en torno a visiones compartidas.

Una vez que estos puedan ser solucionados, y que la apuesta por una mayor integración recupere su gravitación, la incorporación de nuevos países será entendida como algo positivo y no como generadora de nuevos problemas a resolver.

En este mismo sentido es que entendemos que la última incorporación de miembros fue un error, al permitir que una cantidad significativa de países pase a formar parte del proceso, pese a las notorias diferencias estructurales que había entre estos y los viejos miembros.

La Europa a la carta o a dos velocidades continúa siendo la mejor opción para que el proceso de integración pueda reingresar en una dinámica positiva donde corregir el rumbo y avanzar sea siquiera posible.

Cómo sortear una agenda difícil

La Unión Europea necesita recuperar la iniciativa, dejar atrás los sesgos arbitrarios de Alemania y Francia para adoptar políticas que no cuentan con consenso interno y procurar un abordaje serio de problemáticas complejas.

Las divergencias de opinión con los socios menores de la Unión deben ser tenidas en cuenta, no sólo por una cuestión institucional, sino también por la necesaria cooperación de las élites políticas nacionales en la legitimación del proceso de integración.

La crisis no es terminal, pero si no se actúa seria y decididamente, puede llegar a serlo.

** Licenciada en Relaciones Internacionales FCPOLIT-UNR y estudiante de la licenciatura en Relaciones Internacionales FCPOLIT-UNR. Miembros del Grupo de Estudios sobre Unión Europea (GEUE-UNR)

 

10