Victoria Ojam, Télam
Con la llegada de Peter Pan y Wendy, Disney sumó un título más al nutrido catálogo de remakes de sus clásicos animados, a la vez una tendencia y una estrategia que, provocando opiniones encontradas entre el público y la crítica, se consolida como el camino elegido por los estudios para acercarse a nuevas generaciones y reforzar su identidad en vísperas de su centenario.
Dirigida por David Lowery, la película que desembarcó el viernes directo en Disney+ basada en el recordado film de 1953 sobre el niño que nunca crece es otro de los proyectos de las llamadas reversiones “live action”, término que en español se traduce pobremente a “acción real” o “imagen real” y que poco tiempo atrás no parecía necesario para distinguir un film animado de uno realizado con actores y actrices de carne y hueso y escenografías palpables.
Es un movimiento que se impone en la grilla de los estudios más tradicionales de la casa del ratón Mickey hace casi una década, y ahora, las “live action” ya forman toda una categoría propia: la del traslado de fantasías dibujadas a mano a un plano material o a uno digital e hiperrealista, a veces para darles una segunda vida a sus antecesoras plano por plano, y otras para ahondar en personajes y tramas que abren un portal novedoso para ingresar a cada historia.
Si bien Disney Animation no dejó de trabajar sobre guiones no adaptados, como en las recientes Encanto y Raya y el último dragón, mirar hacia atrás para reciclar los tesoros de sus viejas épocas fue ganando terreno en los planes de la compañía. Justamente, en esta nebulosa de la acusada “falta de originalidad”, que no es exclusiva y se le achaca a Hollywood en general, la forma de celebrar sus 100 años será con Wish, un híbrido que presentará un relato inédito pero construido con los toques más reconocibles de sus cuentos de hadas animados.
Existen algunos dispersos casos que fueron precursores de estas reinvenciones, como El libro de la selva (1994), una remake parcial de la homónima de 1967; 101 Dálmatas (1996), con la memorable Cruella de Vil de Glenn Close en base a La noche de las narices frías (1961); y mucho después la colorida Alicia regresa al país de las maravillas (2010), del realizador Tim Burton.
El sendero que hoy despierta tantos elogios como frustraciones por parte de quienes guardan en su memoria emocional los clásicos con los que crecieron recién se empezó a vislumbrar en 2014 con Maléfica, protagonizada por Angelina Jolie en la piel de la villana de La bella durmiente (1959). Y desde entonces, sea por el beneficio económico de no partir de cero con cada entrega o por la decisión de adaptar su lenguaje cinematográfico al de un público juvenil para el que las ilustraciones son cosa del pasado, la búsqueda activa de rehacer sus hitos animados no se detuvo.
Hablando de negocios, su taquilla quizás no es la más impactante entre las franquicias que pueblan la cartelera alrededor del mundo, aunque sí le ha dado grandes satisfacciones a Disney, que superó tres veces el hito de los mil millones de dólares en recaudación con La Bella y la Bestia (2017), Aladdín (2019) y la fotorrealista El Rey León (2019); seguidas de cerca por El libro de la selva (2016), que embolsó más de 950 millones en entradas.
Pero hay un poco de todo: mientras La Cenicienta (2015), Dumbo (2019), Maléfica: Dueña del Mal (2019) y Cruella (2021) oscilaron entre los 220 y los 550 millones de dólares, otras remakes gozaron de un muy relativo éxito, como Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable (2016), con 197 millones, o Mulán (2020), con 69 millones y golpeada por las restricciones de la pandemia de covid-19. Para otras, como La dama y el vagabundo (2019), Pinocho (2022) y Peter Pan y Wendy, el destino fue el streaming, siempre incalculable y incomprobables cifras de visualización y convocatoria.
Igual de sinuoso es el recibimiento de esta tendencia, que cosecha defensores agradecidos por poder experimentar una vez más sus favoritos de la infancia, abiertos a las relecturas que Disney realiza en función de la representación racial y de género en sus historias, y a otros tantos detractores un poco agotados de la sobreoferta de secuelas y reinicios y otro poco indignados por la pérdida de “magia y alma” que las “live action” le aplican injustamente a las animadas de siempre.
Tanto los medios especializados como las audiencias confeccionan rankings de lo más variados, unos abrazando los efectos visuales y la continuidad de lo conocido y otros preocupados por la caída de propuestas originales hacia el interior de la marca. Así todo, la nostalgia es el elemento al que ninguno de los bandos parece resistirse, y las cabezas de los estudios bien lo hacer rendir en esta época signada por el retorno de lo más popular de antaño al terreno de las series y el cine modernos.
Por eso, la inversión en las reversiones tiene un futuro asegurado y lleva confirmada más de una decena de proyectos, algunos con fecha prevista de estreno, como el musical La Sirenita, con la dirección de Rob Marshall, que verá la luz a fines de mayo tras convertirse en objeto de debate en el virulento mundillo de las redes sociales cuando se confirmó que la joven afroamericana Halle Bailey daría vida a la tierna Ariel, y estar lejos de ser la adolescente blanca y de melena colorada inmortalizada en 1989.
El mismo sesgo, aunque con algo menos de polémica, recayó sobre la siguiente “live action” de la lista, Blancanieves y los siete enanos, para marzo de 2024 y que tendrá a la nieta de inmigrantes colombianos Rachel Zegler en el papel de la icónica princesa. A mitad de ese año será el turno de la precuela de la última El Rey León, centrada en el personaje de Mufasa, el padre del pequeño Simba.
Y, claro, la lista tiene fichadas más producciones que en un futuro cercano reimaginarán esta marquesina, como Lilo y Stitch, Hércules, El jorobado de Notre Dame, La espada en la piedra, Robin Hood, Bambi y Los Aristogatos. También habrá secuelas para Aladdín, El libro de la selva y Cruella, y hasta un caso inesperado como el de la remake de Moana, la más rápida hasta ahora en saltar de un formato a otro desde su reciente estreno en 2016.
Liderando y en sintonía con otras subsidiarias del conglomerado, también enfocadas en ampliarse con más títulos para franquicias como las de Star Wars y Marvel, secuelas de Pixar y películas inspiradas en las atracciones de sus parques de diversiones, Disney avanza a paso firme en busca de recuperar lo suyo sin grandes desvíos para ratificar, a cien años de su creación, el espíritu primigenio sobre el que se alzó como sinónimo dominante del entretenimiento masivo.