Gustavo Grazioli / Especial para El Ciudadano
La escena que marcó a fuego a Ayrton Senna, la que selló para siempre su destino con el ruido de los motores y los circuitos de carreras, tiene origen en sus años de infancia. Sucedió un día que acompañó a su madre, Neyde Senna, hasta la metalúrgica de su padre, Milton Teodoro Guirado da Silva, y delante de sus ojos vio el karting que le esperaba de regalo. Tenía 4 años y un gran fanatismo por los autos. Aquel obsequio fue el bautismo en el universo de las altas velocidades y a partir de ahí, nada volvió a ser igual. Ser piloto se convirtió en la obsesión y no hubo quien pudiera convencerlo de que su vida debía continuar en el negocio familiar.
Su vocación estaba en el volante. Era un hecho. A los 8 años tuvo su debut en una carrera y también las primeras impresiones de los asistentes que lo vieron desenvolverse como si tuviese en la espalda la experiencia de un joven de 15/16 años. “Beco”, como lo bautizaron sus padres, fue amo y señor de las pistas mojadas, cautivó con su técnica para las curvas e hizo delirar a los amantes del automovilismo, con su forma de rebasar a los autos. En la serie que estrenó Netflix – Senna – se narran las peripecias que tuvo que pasar hasta llegar a competir en Formula 1.
Antes de convertirse en leyenda, y pasar al podio de Michael Schumacher, Juan Manuel Fangio, Niki Lauda o incluso a nombres más actuales como Lewis Hamilton y Max Verstappen, tuvo que hacerse un nombre sin el apoyo de nadie. Para eso se fue a Inglaterra y aterrizó en la Fórmula Ford 1600. En tierras británicas consiguió el campeonato de esa categoría y tentadoras ofertas para seguir escalando en competencias y escudería. En ese momento estuvo a punto de dejar de correr para preservar su familiar y continuar trabajando en la fábrica de su padre, pero se impuso lo que realmente era: piloto.
Nacido en la ciudad de San Pablo, el brasilero se convirtió en la influencia de los niños que dejaron a un lado la pelota de fútbol para subirse a los autos de madera que ellos mismos fabricaban y vivir la aventura Senna por las calles paulistas. Su nombre se agigantó cuando logró ascender a la Fórmula 1.
En la elite del automovilismo estuvo al frente de equipos como Toleman Motorsport, Lotus, McLaren y Williams. Consiguió tres títulos del mundo (1988, 1990 y 1991) y protagonismo en las portadas de los medios gráficos, no solo por sus logros – en 10 años como piloto de F1, ganó 65 poles, realizó 161 largadas, sumó más de 600 puntos, 80 podios y 41 victorias – sino también por las rivalidades que cosechó.
La más relevante fue con Alain Prost, apodado El profesor, a quien tuvo de compañero en McLaren. La disputa con el francés fue un duelo de titanes y dejó varios capítulos en la historia de este deporte de cuatro ruedas. “Ayrton y yo teníamos un vínculo. Su muerte fue el final de mi historia con la Fórmula 1. Nadie puede hablar de él sin mencionarme a mí y nadie puede referirse a mí sin hablar de él”, llegó a decir Prost en otro documental dedicado al piloto brasilero, llamado Senna: sin miedo, sin límites, sin igual, dirigido por Asif Kapadia.
«No sé si se puede decir que éramos amigos, pero cuando estábamos en el podio en Adelaida en 1993 (última competencia de Prost), cambió por completo su forma de ser conmigo. Unos días después, me llamó y también lo hizo en invierno», también dijo Prost sobre Senna, en una charla que mantuvo para el podcast oficial de la F1, Beyond the grid. «Puedo llamarlo amistad porque cuando hablas con alguien de tu vida profesional y personal, de tus preocupaciones y tus problemas… Siempre dije que conozco algunas cosas que nunca voy a compartir. Nunca le dije nada a nadie, así que puedo decir que era mi amigo, pero no me reunía con él con mucha frecuencia».
El nivel de competitividad de Senna era muy claro y en su lista de rivales también se había sumado un joven y prometedor Schumacher, que al frente de la escudería Benetton le trajo algunos dolores de cabeza al, en ese momento, ya experimentado piloto brasilero. Los encontronazos en la pista con el alemán no duraron mucho, solo algunos años, hasta que llegó el trágico accidente de Senna en 1994 en GP de San Marino (en Imola, Italia) que le provocó el final de su vida.
El día anterior a que eso sucediera, en ese mismo circuito, durante la clasificación, el que murió en un accidente fue el piloto austriaco Roland Ratzenberger. Y antes de estos dos hechos, durante una práctica libre, el que sufrió los infortunios de esa pista fue Rubens Barrichello, quien se despistó a 225 km/h y tuvo un violento impacto que le ocasionó una amnesia durante meses por el grave traumatismo craneoencefálico. Las condiciones parecían no ser las mejores para correr esa carrera y las pruebas estaban a la vista.
“Ayrton, déjalo, no corras mañana, hay muchas otras cosas en la vida. Has ganado tres mundiales, eres el mejor piloto del mundo. No tienes necesidad de arriesgar ahora. Vámonos a pescar”, fueron las palabras del neurocirujano Sid Watkins que atendió primero a Barrichello y luego a Ratzenberger, según recuerda el periodista italiano Giorgio Terruzzi en su libro La última noche de Ayrton Senna. Pero la respuesta del triple campeón fue contundente: «Hay cosas que escapan a nuestro control. Necesito continuar».
Y eso hizo, continuó a pesar de todo.
Fue el último domingo de sus 34 calendarios y duró siete vueltas de carrera.