“Los chicos se olvidan por un momento de su enfermedad y se divierten aprendiendo”. Así resumió Gladys Rubinich su tarea en la escuela hospitalaria y domiciliaria de Rosario. Gladys lleva cerca de 11 años formando parte de esta escuela y hace un año que trabaja en el hospital de Niños Víctor J. Vilela, donde da clases los miércoles. También cumple función en el Zona Norte junto a los chicos internados. Los que pueden movilizarse son trasladados a la sala especial, donde hay computadoras y elementos escolares para dinamizar las actividades, mientras que otros permanecen en su casa y reciben clases al costado de la cama. Esta escuela está en plena lucha por su reconocimiento gubernamental como escuela secundaria (hasta ahora es sólo reconocida en su nivel primario); para ello juntan firmas que presentarán ante el gobierno provincial.
“La recolección de firmas corresponde al pedido a la provincia para que implemente la modalidad hospitalaria y domiciliaria como oficial. Hasta el momento no está reglamentada y somos dos escuelas las que reclamamos esta oficialización: la de Rosario y la de la ciudad de Santa Fe”, comentó Patricia Clement, directora de la Escuela Hospitalaria y Domiciliaria de Rosario.
La escuela de esta ciudad lleva 38 años de trabajo con los chicos y adolescentes que, por razones de salud, no pueden asistir al colegio y se encuentran internados en los hospitales de la zona o en su domicilio. La de Santa Fe, en cambio, trabaja con esta modalidad desde hace 21 años.
Por su parte, Marcela Menechelli, una de las docentes de la escuela, expresó desde la salita del Hospital de Niños Víctor J. Vilela: “Estamos en deuda con la ley nacional de Educación que establece que la escolaridad secundaria es obligatoria. En Rosario, en este momento, no tenemos servicio educativo para los niños que no pueden asistir a la escuela por razones de enfermedad en el ciclo secundario. Es un tema que no se puede dejar pasar. Tenemos casos de chicos en secundario y no pueden movilizarse por su enfermedad y no acceder a ese nivel educativo es importante. Al ser obligatorio el Estado debe brindar los medios para que se lleve a cabo”.
Rubinich agregó: “El tiempo y los recursos nos alcanzan sólo para atender a 4 o 5 chicos por día; hay una sola maestra por mañana y a veces quedan muchas cosas pendientes”.
“Cada mañana trabajamos de acuerdo a la necesidad del chico. Si están internados por un tiempo breve (un par de semanas) y los chicos luego regresan a la escuela se trata de seguir con el programa de su curso, para que no se pierda la totalidad de esos días de clases. En cambio, si los chicos están internados por varios meses, más allá de que luego se les dé el alta y sean derivados a una internación domiciliaria, se trabaja con un programa general donde se explican temas abiertos y, sobre todo, se atiende a la demanda del alumno”, explicó Rubinich.
La particularidad de esta función es que los alumnos no están detrás de un pupitre, sino recostados en la cama de un hospital, esperando mejorar su salud, o bien, tratando de sobrevivir. “Hay muchas historias que terminan mal y uno no puede mantenerse a margen de ello. Al estar junto al chico en el proceso de su enfermedad, y si muere, es un golpe muy fuerte, pero no hay alternativa; hay muchos otros chicos que te esperan para seguir aprendiendo”, recordó.
Paralelamente, comentó que los alumnos, al estar tanto tiempo internados, suelen aburrirse y, aunque parezca raro, extrañan el colegio. “De todas formas es enriquecedor trabajar con ellos y ver cómo dan lo mejor de sí en un período donde sufren mucho”, señaló.
En tanto, afirmó que una vez finalizada la internación, los niños y adolescentes han seguido en contacto con sus maestras, por medio de mensajes de texto, mails, o alguna vista al hospital. “Los más chicos prefieren manifestar su cariño con un dibujito que hacen ellos mismos”, dijo con mucha emoción.
Por otra parte, la maestra destacó que tanto el alumno como ella no tratan al otro de manera convencional. “Estamos mucho más cerca que si estuviéramos estudiando en un aula convencional, y si bien el chico o el adolescente que tenemos internado no se reúne en ese tiempo con sus pares, tratamos de hacer alguna actividad que tenga que ver con sus intereses, para que se sienta cómodo y con ganas de aprender”.
Asimismo, dijo que uno de los momentos difíciles de las clases es cuando uno de ellos le pregunta sobre el significado de la muerte: “Por lo general no tenemos conceptos armados: la explicación es que uno no sabe cómo es y cuándo puede pasar. Más allá de que muchos chicos tengan una enfermedad terminal, no sé si mañana mismo me puede pasar algo y muero antes que el paciente. Inclusive no podemos ponernos a hablar de temas como éste por ser muy delicados, sobre todo teniendo en cuenta cuestiones como las religiosas, que son muy particulares y sensibles. De todas formas, tratamos de hacerle entender que la vida continúa, y que nunca sabemos cuándo llegará nuestro final, y mientras tanto hay que seguir adelante”.