30 AÑOS, UN RECORRIDO AL AZAR
Textos, actuación y dirección: Andrea Fiorino
Asistencia: Carolina Hall
Luces: Romina Mazzadi Arro, David Gastelu
Diseño gráfico: Fabio Sbergamo
Sala: La Comedia, Mitre y Ricardone, viernes 6 a las 21
Qué emocionantes son los aplausos, qué sensación tan movilizante producen cuando la sola presencia de un artista en escena los disparan en la platea acompañados de ovaciones. Andrea Fiorino, gran referente del espectáculo local, luego de transitar un mes de funciones en Espacio Bravo a sala llena, desembarcará este viernes por la noche en La Comedia con su nuevo e imperdible unipersonal, 30 años, un recorrido al azar, un compendio de momentos, un recorte que hurgó entre el recuerdo, la risa y las emociones compartidas, pero sobre todo en la felicidad de volver a transitar algunos personajes con destino de clásicos que están a medio camino entre la evocación y la reivindicación.
La difícil tarea de encontrar el material justo para abrir el recorrido determinó que sea “Buena orina y buen color”, poesía de Luis de Góngora que traslada a la platea al Siglo de Oro como sólo Fiorino lo puede hacer: desde el humor y el disparate, también, para confrontar las ideas de salud y enfermedad que aparecen en otros de sus personajes, pero particularmente para traer al presente Catástrofe 1, una obra de los años 90 y uno de los primeros trabajos de la actriz junto a Jorge Dunster, con quien comenzó su carrera casi de manera casual cuando en 1989, montando la coreografía de la recordada versión de Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, terminó siendo Puck, y fue entonces que la bailarina dio paso a una actriz aún sin techo que nunca más abandonó los escenarios.
Fragmentos, minutos, instantes, postales de otros trabajos, todos unipersonales, que siguen latiendo en el imaginario colectivo local regresan de manera azarosa y no tanto, porque lo azaroso, en definitiva, es lo que define el recorrido transitado y al mismo tiempo lo desarregla o acomoda. Por el contrario, estos fragmentos están sabiamente pensados y mixturados con otros momentos en los que la actriz pone en contexto esos mismos pasajes, en un tono que tiene casi por partes iguales el clima de un repaso vital en primera persona y la impronta de una Master Class disparatada de actuación y composición.
Pero ése es sólo el comienzo, porque de allí en más, un par de los personajes de su homenaje a Niní Marshall de mediados de los años 90, los que nacieron y crecieron al calor de Y… se nos fue redepente, el unipersonal de la mayor capocómica que ha dado el país, acometen, irrumpen, aparecen, toman el cuerpo y la voz de la actriz casi por asalto para llevar desde una anécdota personal que podría pensarse como dolorosa o trágica al velorio del zapatero del barrio, Don Pascual, por el que aquellos mujeres hacen su pasada. Es así como Catalina Pizzafrola Langanuzzo (la entrañable Catita) y La Niña Jovita ponen en lo alto uno de los mejores momentos de todo el espectáculo, porque esos personajes, que la actriz se probó por primera vez en 1997 e hizo por varias temporadas la acercan a Niní desde un lugar único.
En su afán de querer ser “actriz dramática”, como dice con humor, aparece en el material otro fragmento autobiográfico, lo que ofrece otro tono a la comicidad porque la enfrenta a una pequeña gran tragedia vinculada con una serie de patologías. Se trata de uno de los momentos de El destino de los huesos, acaso el unipersonal más complejo que la ha tocado abordar a la fecha, un “drama cómico”, entendiendo la lógica que drama o tragedia, más tiempo, se vuelven comedia, sobre un texto que compartió con la talentosa escritora local Virginia Ducler. Allí, desde la quietud, Fiorino logra desentrañar una capacidad poco conocida de su trabajo por el gran público y que ha sabido desarrollar más en profundidad en algunas de sus participaciones en el cine.
Pero hay más recuerdos. Nina Morante, “la dama vibrante del tango”, una cantante del bajo fondo que perdió la voz, o la simpática y naïf Dulce María Bracamontes Camacho, una mexicana que ofrece curas mágicas a partir del consumo de ajo, son el puente para la oportuna evocación a El Discurso, su primer unipersonal, escrito por Pino Isacchi a partir de una idea de la propia actriz y dirigido por Eduardo Bertaina, posterior a su paso por el recordado grupo de humor musical Extravaganza, también dirigido por Bertaina, donde en realidad Fiorino retoma un fragmento de un texto bello y profundo escrito por el dramaturgo, político y periodista Belisario Roldán que de algún modo sirvió de sustento para el armado de El Discurso.
Como siempre, dueña de una complicidad con el público que es inagotable, porque dialoga, también, con su conocida vis cómica, el gran capital que ofrece 30 años, un recorrido al azar por fuera de la evocación, es la bajada de línea, porque Fiorino no le corre el cuerpo al presente y al país que dejó el macrismo, que acentuó algunos de los peores rasgos de la argentinidad. Por el contrario, acepta el desafío de mostrarse como un ser político, en definitiva la esencia de todo artista que se para en un escenario y tiene algo real y verdadero para decir, para incomodar al poder de turno, por fuera de la supuesta convención de la mentira o la ficción que supone el teatro.
No hace falta mucho más para pensar en estos treinta años de trabajo en los que los aplausos y el cariño del público están tatuados en el imaginario de una actriz infrecuente, potente, brillante, disparatada, que hace reír y al mismo tiempo llorar y pensar, siempre al rojo vivo, el color de la pasión que en sus distintas tonalidades y desde la puesta, las luces y el vestuario acompañan también lo casual y lo incierto que encierra el inagotable mundo Fiorino, el mundo de una actriz única que con este viaje confirma su propia teoría: “No poder ver el mundo a través del humor sería algo insoportable”.