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La feria que nació para paliar la crisis y se quedó para siempre

Por Santiago Baraldi.- Se cumplen diez años de la Feria de Economía Solidaria, un emprendimiento del que hoy participan casi dos mil familias.

El país había estallado en diciembre de 2001, la desocupación hacía estragos y los bolsones de pobreza obligaron a las autoridades municipales de entonces a agudizar el ingenio para paliar la situación. Los Centro Crecer en los barrios, el Presupuesto Participativo, las huertas comunitarias ya estaban en funciones y fueron la semilla para que, exactamente un día como hoy, 29 de septiembre de 2002, se pusiera en marcha la Feria de Economía Solidaria. Este emprendimiento cuenta en la actualidad con más de 250 familias que viven de la producción de sus propias huertas; y la cifra se multiplica a casi dos mil si se tiene en cuenta a quienes se fueron sumando con la fabricación de dulces, licores, chocolates, panificación, confección de ropa o artesanías.

Susana Bartolomé es la subsecretaria de Economía Solidaria, y repasa: “Hoy, diez años después, podemos decir que el Programa de Agricultura Urbana dejó de ser una política para la emergencia, que durante la crisis hizo enfoque en la asistencia, en ser una verdadera alternativa de oportunidad laboral para muchas familias”.

Bartolomé recuerda aquellos días de 2001, cuando estaba a cargo de la Oficina Municipal de Empleo: la idea era sumar al Área de Empleo emprendimiento sociales, que fue el primer ícono, el antecedente de lo que es Economía Solidaria. Antes del 19 y 20 de diciembre ya se notaba el profundo malestar en la gente, sobre todo en los barrios marginales, donde la falta de comida y el hambre golpeaban realmente. “En ese momento habíamos diseñado un plan de agricultura urbana que tenía que ver con encontrarle una veta de carácter productivo a las antiguas huertas comunitarias, que se habían gestado en los años 90 y tenían más que ver con el desarrollo de los comedores populares o, más tarde, desde los Centros Crecer. Fue el impulso que se les dio a las huertas familiares como forma de mejorar lo que nutricionalmente demandaban las familias”, señala Bartolomé.

La funcionaria recuerda las interminables colas “de todas clases sociales como nunca antes se había visto” para inscribirse en un registro al que también se sumaron emprendimientos. “Detectábamos que había mujeres que hacían dulces y otros emprendimientos individuales, colectivos… gente que trabajaba con sus manos, que lo elaboraba y lo podía vender. Y ahí empezamos a dar una asistencia con el Instituto del Alimento, que jugó un rol fundamental. Después aparecieron los planes Jefas y Jefes de Hogares, con una fuerte contraprestación, donde la Nación instaba a la gente a que fuera a su municipio a preguntar qué había y nos encontraba a nosotros con el Programa de Agricultura Urbana, con semillas y herramientas que nos proveía el Inta, y un equipo humano que le puso mucha pila a este desarrollo. Si bien en un momento nos vimos desbordados, nunca bajamos los brazos”, recuerda.

Así, se realizó junto a Promoción Social un censo de terrenos donde se podían instalar las huertas. Vecinos que tenían terrenos ociosos hacían convenio con la Municipalidad: se los eximía por un tiempo determinado del pago de tasas. Así se dio lugar a 1.500 huertas, “que en el momento más fuerte de la crisis sirvió para paliar el hambre, para nutrir los comedores comunitarios y ahí comenzamos a ver que había excedente de verduras. La gente comía, le daba a los comedores y, así y todo, sobraba. Pensamos que si no había una salida rápida de ventas se desperdiciaba la producción”, agrega Bartolomé. Y continúa: “Teníamos los Centros Crecer, que consumían verduras, pero teníamos que ir a una licitación y no podíamos competir con las huertas de la zona, e incluso estas verduras eran mejores que las que se compraban por licitación. Entonces, ¿cómo hacer para que las verduras se vendieran? Así surgió la idea de la Feria. Fue algo que lo pensamos mucho con Hermes Binner –entonces intendente de la ciudad– y nos sugirió el lugar para ofrecerlas: Corrientes y el río, que no estaba como está hoy. Ahí nos emplazamos el 29 de septiembre. Llegamos a las 6 de la mañana para colocar los tablones, bajar y acomodar la mercadería, y a media mañana nos quedamos sin nada. Había sido un éxito, se había vendido todo, la gente había apostado a esa propuesta solidaria. Todos los que tenían un excedente en su huerta lo vendieron esa mañana. Después fuimos aprendiendo también, ajustando detalles…”.

Poco tiempo antes ya habían comenzado a funcionar El Roperito y la Feria Retro, pero a la Feria de Economía Solidaria había que perfeccionarla. Allí cumple un rol fundamental el Instituto del Alimento, a cargo, hace una década, de Marcos Monteverde, quien generó una norma inclusiva y permitió darle formalidad a los emprendimientos, otorgando una habilitación para emprendedores sociales. “Además se ocupó de la capacitación: hoy si no pasan por el Instituto del Alimento no pueden comercializar. Igual que la gente del Pro-Huerta, que también capacitó a los huerteros. Monteverde impulsó un gran debate hacia adentro del instituto, flexibilizando los trámites sin dejar de ser responsables en cuanto a la calidad, que los productos no tuvieran riesgos para la población; por ejemplo, no se permiten tortas con cremas pasteleras, o ser cuidadosos con la elaboración con huevo y el tema de la cadena de frío. Entonces, se orientó a la gente sobre qué productos se podían trabajar, como chocolates, panificación, licores, dulces, chipá, bandejas de verduras… Se comenzó a dar autorización y hoy es lo que vemos en la gran Feria de Economía Solidaria: elaboración artesanal, familiar, poner las manos en esa pieza única”, se entusiasma Bartolomé.

La Feria creció y además de estar cada sábado por la mañana en Corrientes y el río también se instaló en Villa Hortensia, Parque Norte, Parque Sur, las Cuatro Plazas, el Distrito Sur; y en la Plaza San Martín los lunes y miércoles. El Programa de Agricultura Urbana cuenta con 250 familias que trabajan. “Ya hay hijos de aquel 2002, que tenían 8 o 9 años y veían a su mamá trabajando en la huerta y ahora, con sus 18 o 19 años, tienen su parcela con plantines, de su propio emprendimiento, y también los venden en las ferias. Son jóvenes que crecieron trabajando la tierra y diferenciaron su producción con plantines, por ejemplo”, apunta Bartolomé.

Desde el programa estiman que en la actualidad hay unas “dos mil familias que viven de la economía social y el Estado municipal acompaña. Recibimos visitas de países latinoamericanos que han venido a las ferias para replicarlas en sus ciudades, de llevar nuestro modelo. Cuando nuestra gente participa de alguna feria fuera de Rosario vuelven orgullosos porque sus productos se distinguen, por su numero de GIP (Gestión de Inocuidad del Producto), que se lo da el Instituto del Alimento y garantiza que ese producto puede ser comercializado”, concluyó la responsable de la Subsecretaría de Economía Solidaria.

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