En estos días que corren el mundo está en riesgo con la pandemia provocada por el Covid-19, el nuevo virus del que apenas se están descifrando sus genomas y para el que se busca denodadamente una vacuna.
Su vertiginosa expansión es producto de los tiempos de globalización donde la gente puede moverse indistintamente de una punta a otra del planeta.
Pero, se sabe, hay muchísimos otros virus que generan epidemias –sólo porque están más localizados no se convierten en pandemias– y uno de los continentes más afectados es África, donde la mayoría de los países sufren todavía los efectos de la miseria y las calamidades a los que los han condenado primero los imperios coloniales europeos, y luego las sangrientas dictaduras de turno, muchas sostenidas por los mismos gobiernos otrora colonizadores.
Uno de los brotes más recientes, en 2018, fue el de la fiebre de Lassa para el que recién a fines de 2019 se encontró una posible vacuna.
Expansión sin límites
En los primeros meses de 2018, el pánico sacudió a Nigeria con el fuerte brote de un virus que había comenzado a circular desde el año anterior pero al que no se había prestado mucha atención dada la proliferación de enfermedades que asolan al país africano en forma permanente.
En 2017, las autoridades sanitarias de Nigeria habían confirmado algunos casos de fiebre de Lassa, un virus hemorrágico agudo similar al terrible Ébola.
En principio se pensó que se trataba de casos aislados pero tal evaluación no resultó cierta y en enero de 2018 ya había 365 casos positivos, 1386 sospechosos y 114 muertos. Esas cifras alarmaron al Centro de Control de Enfermedades Infecciosas de Nigeria y la OMS (Organización Mundial de la Salud) señaló que era el mayor brote de esa enfermedad en el país y se puso manos a la obra para encontrar soluciones.
Lo primero que apareció como interrogante fue por qué el Lassa se había extendido tanto; la enfermedad alcanzó a 19 estados y el contagió incluso se propagó en centros sanitarios llegando al mismo personal médico.
Los resultados de un muestreo revelaron que no había sido diferente al de otros años pero su extensión generó una alarma general.
La organización Médicos sin Fronteras, que participa a pleno en la atención de los brotes de estas enfermedades que diezman las poblaciones de África Occidental había señalado que todos los países donde el Lassa tiene una fuerte presencia debían estar muy atentos a los brotes porque al ocurrir a menudo se cree que puede controlárselo y nunca es así, ya que en un descuido el virus puede expandirse sin límites.
La forma en que se transmite a los humanos es por el contacto con alimentos u objetos contaminados con orina o heces de roedores, aunque también puede contagiarse de persona a persona a través de los fluidos o secreciones del enfermo o en hospitales o centros de atención que no guarden medidas adecuadas de prevención y control de infecciones.
Al inicio del brote no se sabía bien en qué medida se daba entre el contacto de roedores y humanos y luego entre humanos; la situación era confusa y el pánico entró a jugar rápido al descubrirse que podía contagiar del mismo modo que el Ébola.
Mientras la carga viral era baja –al principio de la infección– y el afectado no expulsaba fluidos no había muchas posibilidades de contagio pero si no se lo trataba de inmediato la cuestión se complicaba, no sólo en la víctima que podía estar con vómitos y diarrea, sino en la exponencial transmisión a otros humanos.
Condiciones de vida infrahumanas
El virus o fiebre de Lassa se descubrió a fines de los años sesenta y se hizo endémico en países como Ghana, Guinea, Liberia, Malí, Sierra Leona, Benín y Nigeria, muchos de los cuales obtuvieron la independencia –o dejaron de ser colonias en términos formales– durante los años 50 y 60, pero sumidos en guerras intestinas entre facciones que disputaban el poder, algunas con intenciones dignas y honestas y otras sólo para tiranizar a la poblaciones.
Muchas de estas últimas triunfaron y fueron el camuflaje adecuado para que ciertos gobiernos europeos siguieran apoderándose de recursos naturales esenciales a través de las administraciones locales títeres.
Todo esto, claro, sumió en condiciones de vida infrahumanas a buena parte de las clases populares por lo que las pestes surgidas de las privaciones –de agua potable y alimentos saludables sobre todo– se hicieron cada vez más frecuentes y extendidas.
Aislamiento para detener brotes
No tan fatídico ni con tanta proliferación como el coronavirus en la actualidad, sin embargo, a partir de 2005, hubo eclosiones de fiebre de Lassa en otros países fuera de África como Estados Unidos, Alemania y Suecia.
La mortalidad ha sido variable porque cerca del 80 por ciento de los infectados son asintomáticos pero una de cada cinco infecciones produce una enfermedad grave que afecta órganos como el hígado, el bazo y los riñones.
La tasa de mortalidad es del 1 por ciento, pero puede llegar al 15 por ciento en pacientes hospitalizados cuyos cuadros se vuelven más complicados. En el caso del último brote en Nigeria en 2018, ese porcentaje se disparó.
Lo que sí había quedado claro es que ante la confirmación de un caso pueden detenerse los brotes aislándolo de inmediato bajo las pertinentes prácticas de protección y control.
Aunque parezca mentira, en 2018, en Nigeria, había todavía muy pocos médicos de ese origen; la mayoría eran europeos o de la organización Médicos sin Fronteras especialistas en medicina para enfermedades tropicales.
Y ante el brote masivo de Lassa esa situación complicó la atención de infectados. La protección de los médicos era de pies a cabeza ya que en los países africanos hay hasta problemas por la falta de contenedores para desechos patológicos y eso eleva el riesgo de contagio.
Reservorios cerca de los humanos
Si bien, en diciembre de 2019 investigadores franceses del Instituto Pasteur evaluaron la eficacia de varios candidatos a vacunas para la fiebre de Lassa, e identificaron una de ellas para ingresar a pruebas clínicas en personas, todavía su eficacia no está ciento por ciento probada.
Uno de esos investigadores señaló que se está ya a punto de obtener la vacuna pero que este tipo de enfermedades transmitida por animales tiene que ver con las modificaciones de su comportamiento. “En el caso de África, cuando el ambiente se hace cada vez más seco por falta de infraestructura para riego o talas indiscriminadas, las ratas van a buscar agua a las casas, a lugares más cercano a la gente.
Al final, el reservorio se está acercando al ser humano y eso aumenta el riesgo de contagio”, afirmó el especialista, que señaló también que ante las hambrunas en muchos lugares de África subsahariana es habitual cazar y manipular roedores para su consumo”.
Tal aseveración no asegura que el Lassa y el coronavirus tengan un mismo origen pero sí deja claro que las condiciones miserables de existencia son el ámbito por el cual su propagación y tratamiento acarrean tanto riesgo y muerte.