Lo importante es la formación del equipo. En 2014 habíamos logramos reunir a un auténtico plantel de espectadores. La sede y el menú rotaban. Lo que no negociábamos eran las posiciones frente al televisor, que en el primer partido nos habían llevado a la gloria.
Siempre disfruté el clima callejero de los mundiales. No sigo ningún cuadro de fútbol, fui una sola vez a la cancha y no tengo idea de las posiciones en la tabla del campeonato local. Pero miro todos los partidos de la selección y necesito hacerlo en grupo.
Grito, me enojo, me emociono y respeto las cábalas. Incluso gané el prode para el Mundial de Brasil que organizaron en el diario. Sí, yo, una mujer a la que poco le importaba el fútbol, había acertado quiénes iban a ser los equipos que pasaban a la final, desafiando todos los pronósticos de la ciencia y de los compañeros “especialistas” de la sección deportes. Y por supuesto que había anotado el triunfo de Argentina en la gran final, quizás guiada más por el corazón que por una corazonada.
Ese 13 de julio fue un día frío y soleado. Nos habíamos juntado temprano para comer unas hamburguesas y festejar el cumpleaños de Juan Pablo. Dicen que el 13 es señal de mal presagio, pero el refrán popular no se aplicaba al fútbol, así que para nosotros esa tarde íbamos a festejar doble.
Antes de las 16 nos ubicamos alrededor de la TV en las posiciones que nos habíamos asignado en el primer encuentro. Recuerdo algún comentario sobre cuán brillosa era la copa, sobre Messi y Di María y alguna que otra reflexión sobre el partido.
Nos levantamos para el entretiempo con un tenso 0 a 0, cuando un minuto antes de retomar el partido tocó timbre uno de los chicos del grupo. Era el primer partido que veía con nosotros, así que le clavamos las miradas porque encima había llegado tarde.
Cuando la pelota que pateó el jugador alemán, del que nunca me importó aprenderme el nombre, entró en el arco nos quedamos callados. El silencio inundó la casa. El marcador parecía correr más rápido y el silbido del árbitro concluyó la ilusión.
“Qué los cumplas feliz”… entró cantando la mamá de mi amigo y sostenía una torta llena de velitas prendidas. Con el último aliento las soplamos. Pero esa tarde no había nada que festejar.
Mientras Messi se alzaba con la medalla al mejor jugador del torneo, mis amigos discutían: que cómo puede ser que no ganemos si tenemos al mejor, que era mejor Maradona o que era un vendido. “Messi no puede sólo, lo importante es el equipo”, dijo uno, y cerró la discusión.
Sé que cuando entró mi último amigo alguien más en la sala lo pensó. Sé que nadie lo dijo. También que el fútbol es azaroso y las casualidades existen. Pero como habían dicho antes lo importante es la formación del equipo: del que sale a la cancha y del que lo alienta desde la casa.