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La fuerza y las ganas de volver a estar de pie y dando pelea

Se cumplió un año de la madrugada en que a Daiana le rompieron la cabeza en la puerta del bar La Chamuyera.

Daiana volvió a pisar una pista de baile cuando su hermano menor la levantó desde abajo de los brazos, la abrazó y la llevó al centro de la fiesta de cumpleaños de su abuela. La sensación, recuerda, fue extrañísima. Lo agarraba fuerte mientras él se movía en círculos con la música. Ella miró sobre su hombro y volvió a sentir lo que era estar rodeada de gente que baila. Los primeros pasos de baile llegaron en un bar con la invitación de un chico a un tango. Daiana le dijo que no podía moverse, que no le funcionaba el cuerpo. Él insistió y le pidió que se deje llevar. Marcó el ritmo y ella lo siguió con la pierna más ágil mientras apoyaba el cuerpo contra el suyo.

El viernes se cumplió un año de la madrugada en que a Daiana le rompieron la cabeza en la puerta del bar La Chamuyera en Corrientes al 1300. Con 24 años despertó en el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez (Heca) sin mover ninguna parte del cuerpo. Sólo podía hablar. En los últimos doce meses tuvo que aprender todo de nuevo: lavarse los dientes, escribir, comer con cubiertos, pararse, sostener el peso de su cuerpo, dar uno, dos, tres pasos, bajar un escalón, subir otro, besar, coger, bailar.

El 27 de octubre de 2016 Daiana estaba fumando un cigarrillo en la puerta del bar. Charlaba con un grupo de amigos cuando algo le golpeó la cabeza. La Policía Motorizada llegó primero, después agentes de la comisaría 2ª y 40 minutos más tarde la ambulancia que la llevó al Hospital Provincial y después al Heca.

Doce horas después del golpe un grupo de personas llevó a Fiscalía una botella de vino a medio tomar con el corcho puesto. Dijeron que la habían tirado desde un edificio vecino y le había pegado a Daiana. La prueba no había sido levantada por la Policía y cuando llegó a los investigadores del Ministerio Público de la Acusación tenía muchas huellas.

Mientras los cirujanos se preparaban para operarla, la mamá y el papá subieron al auto en Gobernador Crespo y viajaron 325 kilómetros desde el norte santafesino hasta Rosario. Ella recuerda que cuando llegaron a la guardia les pidió perdón por lo que le había pasado.

Estaba en el quirófano cuando la Unidad Fiscal NN puso la botella en una bolsa y se la dio a los agentes de la Policía de Investigaciones (PDI) que la tuvieron cuatro meses hasta que fue enviada a peritar.

Cuando Daiana despertó en terapia intensiva se dio cuenta de que no sentía el cuerpo. “Me agarró una crisis de nervios. Le dije a mi papá que no quería vivir más. Estaba muy enojada porque no entendía por qué me había pasado algo así”, cuenta a El Ciudadano. Los médicos le hicieron varias pruebas, la pincharon con agujas buscando reacción y ella sintió dolor.

En noviembre la llevaron al Instituto de Lucha Antipoliomelítica y Rehabilitación del Lisiado (Ilar). En el edificio de Ocampo al 1400 estuvo internada seis meses de lunes a viernes. Compartía la habitación con la mamá, que se mudó a Rosario para cuidarla. Los fines de semana vivían en el departamento de su primo. No podía volver a su casa porque tenía escalera.

Apenas entró al Ilar Daiana pensó en el silencio de los pasillos. Le parecía un lugar oscuro, sin colores y triste. Después descubrió el patio central y se dio cuenta que todos los días sin falta a las 17.45 los árboles se llenaban de gorriones y de palomas.

En el centro de rehabilitación encontró la primera de las muchas familias que hizo este año. Jesi, Darío, Julián, Daniel, Nico, Manu y Joya fueron algunos de los pacientes con los que pasaba todos los días. Hacían carreras de silla de ruedas, trencitos, jugaban a las cartas y al ajedrez y pasaban las tardes en el patio. Los viernes a la tarde Colo, Víctor y Panza la llevaban en la ambulancia hasta el departamento. Fueron los primeros que la hicieron volver a reír a carcajadas.

Cada movimiento de su cuerpo que se activaba con la rehabilitación era una fiesta. El brazo izquierdo fue el primero. Ella era diestra y aprendió a ser zurda. Después llegó el derecho. Y con los dos brazos el 27 de diciembre se paró por primera vez en una paralela.

La recuperación de las piernas llevó más tiempo y sigue hasta hoy, que camina con bastones alemanes. Durante el verano empezó a apoyar los pies y a tomar fuerza en las caderas. El 11 de marzo, el día del show del Indio en Olavarría, cumplió con la promesa de dar los primeros pasos.

Para esa fecha los investigadores llenaban la carpeta del caso con datos de las personas que vivían en dos edificios vecinos, fotos, planos, detalles de las cámaras de seguridad y viejas denuncias por ruidos molestos que pesaban sobre La Chamuyera.

A medida que avanzaba con la recuperación aumentaban los dolores. A la noche se despertaba llorando por los calambres. A la medicación anticonvulsiva se sumaban los calmantes con morfina que le hacían mal al hígado. Daiana buscó alternativas y encontró en el aceite de cannabis el alivio. Lo usa para hacerse masajes y cuenta que el dolor desapareció. El consumo la llevó a ser parte de las reuniones de socios terapéuticos de la Asociación Rosarina de Estudios Culturales (Arec).

Los bares, la ropa, los cumpleaños y la alegría

A Daiana le encanta la ropa. Los que la conocen saben que el pañuelo en la cabeza lo usa desde antes del botellazo. Una especie de turbante. Casi como una protección del mundo exterior. Sus amigas dicen que es una diseñadora innata. Siempre sabe combinar colores y es creativa con los accesorios. Una tarde de fines de julio salió a comprar ropa. Fue a la casa de una amiga, al showroom de su marca preferida, la de una diseñadora santafesina. Hasta ese momento la idea de entrar a un negocio con la silla de ruedas o el andador la incomodaba. Pensaba en cómo la iban a mirar cuando entrara y en lo difícil de moverse un probador. El showroom fue el clima ideal. Amigas, charlas, mates, tranquilidad para probarse, pararse frente al espejo y elegir. Llevó dos remeras mangas largas, una gris y otra negra.

La primera vez que salió de noche fue en marzo. Era la semana del tango y el músico Leonel Capitano la había invitado a un show en el que le dedicó un tema. “Quiero arrancarme el territorio del vecino que esconde atrás de su bostezo un asesino”, decía en una de las estrofas. Daiana llegó en silla de ruedas y se sumó a una mesa. En julio salió con el andador a un bar de Pichincha. Fue con amigas y escucharon a un DJ que pasaba vinilos. En agosto llegó a la pista de baile cuando viajó a Gobernador Crespo para el cumpleaños de la abuela.

En estos doce meses Daiana aprendió a besar otra vez y a conocer su sexualidad de una manera totalmente distinta. “Fue raro, estaba muy nerviosa. Pensé que me iba a costar más volver a estar con alguien porque me pesaba la estética y cómo estaba mi cuerpo. Le tenía mucho miedo a lo que generalmente se busca en la belleza de otras personas, a no encontrar a alguien que quiera estar conmigo. Pero la vida me demostró otra cosa y me encontré con gente muy linda”, cuenta.

Su cumpleaños de 25 llegó trece días antes del aniversario. A los 15 había prometido que al cuarto de siglo lo iba a celebrar con una fiesta enorme. Lejos de la promesa, el festejo fue chiquito y hermoso. El hermano hizo una decoración con flores en una de las paredes del living y su amiga Valentina hizo una torta alta de cuatro pisos blanca y fucsia. Estuvieron todas las personas que quiere y ella  se sintió como la anfitriona que siempre le gustó ser en sus cumpleaños.

Lenta investigación ahora tiene un sospechoso

En un año de investigación la Unidad Fiscal NN marcó a un edificio, entre dos y cuatro departamentos y un sospechoso a partir de testimonios y de estudios de ingenieros y físicos de la UNR y Conicet. Pero aún no está probado que la botella encontrada sea la que la golpeó. La semana pasada los investigadores recibieron el resultado de una prueba sobre envase. Tiene ADN femenino. De coincidir con la sangre de Daiana se confirmaría que fue lo que la hirió.

El viernes a las dos de la madrugada Daiana sintió escalofrío. Un año atrás mientras la llevaban de un hospital a otro con la cabeza fracturada creyó que afuera de la ambulancia diluviaba. La noche del 27 de octubre de 2016 no cayó una gota. El viernes sí. Cuando la tormenta tapó Rosario a la hora del aniversario recordó la sensación de lluvia.

Llegó al primer año con ansiedad. Sobre todo, cuenta, en la última semana. El jueves desde que se levantó repasó una y otra vez lo que hizo antes de ir a La Chamuyera. El viaje a Arroyo Seco, la clase que dio en el Eempa, los regalos que compró para los sobrinos, los preparativos para viajar al día siguiente a Gobernador Crespo. “Buscaba la falla. Eso que hizo que termine parada en la puerta del bar”.

Cuando el viernes se levantó ya no llovía. Fue a rehabilitación y estuvo en la pileta varias horas. Hizo abdominales, sentadillas, elongó y se relajó. Pensó en su cuerpo. En cada una de las partes que mueve y en lo que falta. Pensó en la música y en las ganas de bailar.

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