A partir de los 65 años, la hipertensión arterial es más frecuente, ya que se presenta en no menos del 60 por ciento de esta población, afectando a ambos sexos.
Una característica central es que la elevación de la presión arterial máxima (sistólica) se acompaña de una reducción de la presión arterial mínima (diastólica), de manera que la diferencia entre una y otra aumenta significativamente.
Por ejemplo, a los 70 años es frecuente que la persona tenga una presión de 170/70 milímetros de mercurio (mm Hg), (17 de máxima y 7 de mínima como se dice popularmente). La diferencia entre la máxima y mínima denominada “presión de pulso”, es un importante marcador de riesgo cardiovascular. Todo aumento de la presión máxima se asocia a mayor riesgo, pero en paralelo cuanto más baja sea la presión mínima en el adulto mayor, también aumenta el riesgo cardiovascular.
Por tal motivo, debe entenderse que en estas personas se debe ser cuidadoso al indicar medicación que baje la presión máxima ya que si en forma paralela se reduce mucho la mínima, el beneficio de reducir la máxima puede ser anulado por el perjuicio de alcanzar una mínima muy baja.
En la actualidad se considera como normal una presión arterial máxima menor a 140 mm Hg y una presión arterial mínima menor a 90 mm Hg.
Para personas jóvenes la presión óptima es menor a 120/80 mm Hg, pero para personas de más de 80 años se recomienda una presión máxima no mayor a 150 mm Hg con una mínima no menor a 70 mm Hg.
La hipertensión arterial no es una enfermedad inocua, ya que luego de varios años sin tratamiento puede producir importantes complicaciones, que pueden ser causa de diversas enfermedades, muchas de ellas invalidantes e incluso fatales.
Una de las complicaciones más frecuentes e importantes de la hipertensión es el agrandamiento del corazón, particularmente engrosamiento de sus paredes (hipertrofia ventricular), que puede reducir la eficiencia del corazón, generar arritmias y, a largo plazo, conducir a la insuficiencia cardíaca. El corazón pierde capacidad de bombear la sangre que necesita el organismo, el paciente se encuentra en insuficiencia cardíaca. En estos casos el corazón se dilata y comienzan a aparecer síntomas como fatiga e hinchazón de pies.
Otra complicación cada vez más frecuente, es el deterioro de la función del riñón, que puede llevar a la necesidad de tratamientos como la diálisis o el trasplante renal. Probablemente el infarto cerebral y la hemorragia intracerebral sean las complicaciones más temidas de la hipertensión arterial. Si el déficit neurológico dura menos de 24 horas se lo denomina “accidente isquémico transitorio” y son situaciones que duran menos de 60 minutos en la mitad de los casos, pero son predictores de accidente cerebro vascular definitivo.
De hecho, el 30 por ciento de los eventos cerebro vasculares agudos son precedidos por accidente transitorio. Una de cada 30 o 40 personas mayores de 75 años padecen esta enfermedad, y entre ellos los hipertensos tienen de 2 a 4 veces más posibilidad de desarrollarla. “Sin embargo, hoy en día, podemos lograr un buen control de la presión arterial (menos de 140/90 mm Hg), en casi el 70 por ciento de los pacientes, de acuerdo a datos propios del Icba (Instituto Cardiovascular de Buenos Aires)”, aseguró Alberto Villamil, Jefe Sección Hipertensión Arterial del Icba. “Para ello es fundamental la consulta al médico y que el paciente cumpla con las indicaciones de cuidado personal (dieta, ejercicio, moderación en el consumo de alcohol y no fumar), así como en el cumplimiento de la toma de la medicación indicada”, concluyó el profesional.
En el 30 por ciento de los pacientes, por diversas causas, no se puede alcanzar una presión arterial normal (menos de 140/90 mm Hg).