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La historia como arma política

En el marco del “Ciclo de charlas históricas por los 30 años de Democracia”, el historiador José Chiaramonte presentó su reciente libro en el que critica el concepto de Nación cuando se toma como un elemento natural que precede a la Historia.

Historia. Usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo histórico. José Carlos Chiaramonte. Editorial Sudamericana.
Historia. Usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo histórico. José Carlos Chiaramonte. Editorial Sudamericana.

Hace casi dos años, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner creó por medio de un decreto el Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, bajo la dirección de Pacho O’Donell, despertando el disgusto de varios historiadores, principalmente de aquellos pertenecientes a las universidades nacionales. La principal crítica era que los trabajos de ese grupo de historiadores que conformó a la nueva institución, no tenían en cuenta la extensa producción que hicieron los cientistas sociales en los últimos tiempos. Otro argumento que encontraron los académicos fue que los “revisionistas”, en su afán de crítica a la “historia oficial” hacían la misma operación que había hecho Bartolomé Mitre, aunque ensalzando a distintos personajes, además de servirse de conceptos que terminan “ocultando” más que permitiendo conocer la historia. Además, se cuestionaba el rigor de los textos de los defensores de los caudillos. En su libro Usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo histórico, José Carlos Chiaramonte critica en particular el concepto de Nación, que es tomado como un elemento natural que precede a los protagonistas de la historia. Por el contrario, Chiaramonte propone que la Nación es una construcción histórica. Para el historiador oriundo de Arroyo Seco, analizar el pasado en ese sentido, conlleva a una marcada utilización de la historia en términos políticos.
—¿Qué uso político hace de la historia el gobierno actual?, ¿es correcto?
—Yo soy historiador, soy “pasadólogo”, no soy “presentólogo”, por lo que yo le puedo responder en parte como académico y, en parte, con una opinión personal. Este gobierno hace un uso político (de la historia) como todos los gobiernos. Como ha hecho siempre el poder, porque hay una larga tradición en todo el mundo según la cual la historia es una fuente de conocimientos útiles para la política. Es verdad que no hay comunidad, no sólo el gobierno, que no haga uso de la historia, incluso a veces inventando. Hay un libro famoso de un historiador, Eric Hobsbawn, que se llama La invención de las tradiciones, donde narra tradiciones políticas muy importantes, algunas muy jocosas como la que la pollerita de los escoceses no es una antigua costumbre, sino una bastante reciente. Entonces, el uso político de la historia es una cosa antigua y yo he tomado en mi libro dos casos de uso político de la historia distintos, aunque vinculados. Uno de los ejemplos de esta utilización es un tipo de lenguaje que influye mucho en los historiadores, en los periodistas, en los medios, con clichés, con estereotipos de lenguaje que muchas veces son vacíos y que a lo único que ayudan es a ocultar una falta de conocimiento real. El otro es el uso político del pasado nacional, mal llamado revisionismo histórico. En este libro hay trabajos inéditos y otros ya publicados. Entre estos últimos incluí resultados de trabajos de investigación y labores periodísticas que hice como forma de divulgación histórica y de polémica historiográfica. En el fondo para decir que la divulgación y la polémica se pueden hacer en forma seria.

Chiaramonte se define como “pasadólogo”, alguien que responde como académico y a la vez desde su propia opinión. Foto de Leonardo Galletto.
Chiaramonte se define como “pasadólogo”, alguien que responde como académico y a la vez desde su propia opinión. Foto de Leonardo Galletto.

—¿Qué ejemplos puede dar de divulgación correcta y seria?
—Creo que voy a repetir cosas que están escritas en este libro. La divulgación científica es difícil por dos o tres razones. Porque exige un gran conocimiento de todo el campo del saber que uno va a divulgar, no sólo del que uno está trabajando. Exige una actualización constante del escritor y también una gran capacidad didáctica para transmitir ese conocimiento a gente que no es especialista. Después, llegado el momento (de publicar) también hay dos argumentos serios, porque primero las editoriales que pueden publicar pagan mal, y segundo a los investigadores los trabajos de divulgación no les rinden en sus curriculum vitae en su carrera académica. Lo que más puntaje les da son los trabajos de investigación. Hay muchos campos del saber donde los trabajos científicos se pueden exponer como artículos de revistas, como papers. Muchos colegas aportan y participan de comités de revistas científicas y (desde ese ámbito surge que) un autor de un libro no es bien visto. Se sospecha de la calidad de conocimiento que pueda tener para armar una cosa tan vasta. Entonces, es un problema complejo con la divulgación. Siempre encuentro que la Unesco decidió instituir un premio de divulgación, el premio Kalinga y la primera edición se la dio a un famoso catedrático matemático, y era una forma de decir que la divulgación era una cosa importante, seria. Pero desgraciadamente, en nuestro país y no sólo aquí, la buena divulgación en el campo de las ciencias sociales es poca y, en cambio abunda la mala divulgación. Sobre todo la divulgación marcada por la manipulación política.
—¿Qué tipo de defensa se podría hacer de Malvinas, si no es desde el campo nacional?
—Lo de la invasión a Malvinas (por parte del gobierno de la dictadura militar) no tiene defensa. Como ejemplo, refleja los riesgos del nacionalismo ¿Quién se podía oponer en el momento en que los militares invadieron las Malvinas? Parecían ser traidores quienes opinaran en contra. Esos son los callejones, los encierros a los que lleva el nacionalismo historiográfico, que no parece ver ese peligro. Después, respecto a la reivindicación de (la soberanía) Malvinas, el tema es complejo. Es evidente que la que menos posibilidad tiene de demostrar sus derechos es Gran Bretaña. Pero no es fácil. No sólo el caso de Malvinas sino muchos otros del pasado han demostrado fehacientemente quién tiene más derecho. El problema acá es que Argentina tiene que seguir insistiendo, sobre todo para poner coto a la presencia de potencias cuya actuación bélica es peligrosa.

Historia y democracia

El Monumento Nacional a la Bandera presenta un “Ciclo de charlas históricas por los 30 años de Democracia”, que instrumentado por su flamante director Mario Gluck, comenzó a tener entre sus conferencistas a destacadas figuras de la historia. El pasado jueves le tocó el turno a José Carlos Chiaramonte, quien habló sobre Los orígenes de la nacionalidad argentina, además de presentar su libro (ver nota). El próximo jueves 12, Raúl Mandrini brindará la conferencia Los pueblos originarios en la formación de la nacionalidad. El 19 de septiembre el historiador Fabio Wasserman presentará su libro Castelli. Cerrando el ciclo, el 26 de septiembre los periodistas e historiadores Diego Valenzuela y Mercedes Sanguinetti presentarán su libro Belgrano y abundarán en la vida del prócer argentino.

Corazón rojinegro

“Cuando llegué a México vi que las marchas de los anarquistas, de los trabajadores, tenían las banderas rojas y negras. Entonces pensé que estaba como en casa”, se confesó Chiaramonte con especial afecto a su equipo Newell’s Old Boys. Tras haber nacido en Arroyo Seco, Chiaramonte se mudó a Rosario y estudió en el Normal N°3 donde llegó a ser rector. Allí incluso fue íntimo amigo de un “canalla”, Francisco Atencio, en quien reconoce un hombre dedicado a la educación pero de quien recuerda que le había jurado que “se iba a morir agarrado al alambrado de la cancha de Central”. Tras un largo recorrido, el corazón de Chiaramonte palpita por Rosario y su fútbol. En su trayectoria fue militante comunista, integró la prestigiosa revista Pasado y presente, fue profesor de la Universidad de Rosario, y de Bahía Blanca para luego marchar al exilio. En México, ya doctorado trabajó en la Universidad Autónoma. Con su retorno al país retomó sus investigaciones en temas como nacionalismo, liberalismo, etc. Para entonces, ya era un investigador reconocido y ocupó el Instituto de Investigaciones Históricas Emilio Ravignani desde 1986 hasta 2012.

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