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La historia de cómo un buen consejo de Fito Páez cambió el destino de Rafael de la Torre

Un grupo de sus discípulos y amigos homenajeó al actor, narrador y trovador cubano, fallecido en abril del año pasado por covid-19, que durante más de 25 años fue un "embajador paralelo" de su país en la Argentina

Carlos Polimeni, Noticias Argentinas

En su Camagüey natal, Rafael de la Torre escuchó de adolescente a Carlos Gardel cantar en «Volver», la idea de que los viajeros que huyen tarde o temprano detienen su andar, sin saber que esa idea serviría para definir su vida, que se apagó en Buenos Aires en abril del año pasado

Actor, cantante y maestro de jóvenes artistas de la escena de la música de raíz caribeña, Rafaelito, como le decían sus amigos, fue un virtual embajador cubano en la Argentina durante un cuarto de siglo, traspasando casi todas las barreras que se propuso gracias a una extraordinaria simpatía.

Antes de radicarse en Buenos Aires, luego de escuchar una recomendación de Fito Páez durante una fiesta de cumpleaños en la casa de Silvio Rodríguez en La Habana, el trovador inquieto había trabajado en países tan diferentes como Finlandia, Suecia, España, Suiza, Noruega, Angola, Turquía, Rusia, Alemania, Venezuela y México.

Fito Páez, que había conocido Cuba en 1988, invitado al Festival Internacional de Varadero junto a varios otros artistas rioplatenses, entre ellos Jaime Roos, Rubén Rada y Juan Carlos Baglietto, estaba entusiasmado con la calidad humana y artística de los músicos cubanos, mientras se convertía en un ídolo de los jóvenes roqueros caribeños.

De la Torre vino entonces a la Argentina siguiendo una rutina que había acompañado su trayectoria, pero las causas y los azares fueron sucediéndose: se enamoró, tuvo un hijo, luchó para sobrevivir con honestidad y terminó convirtiéndose en un maestro (aunque cuando se lo decían bromeaba respondiendo: «Más maestro será usted»), aquerenciado en un país complejo, que lo atrapaba, pero siempre cubano, hasta los tuétanos.

En las credenciales de Rafael figuraba haber sido miembro fundador de la Nueva Trova Cubana junto a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Vicente Feliú, Sara González, Amaury Pérez y Noel Nicola, pero la verdad es que en la Argentina fue notorio gracias a un repertorio mucho más amplio, el de la música romántica y bailable del Caribe.

De la Torre vivió durante más de un cuarto de siglo en Buenos Aires, arreglándoselas para contar la historia del bolero, que entendía como el género musical más importante de su país, al menos desde 1875; el son, la guajira, la guaracha, el mambo, el chachachá, la rumba y la conga, entre otros, al tiempo que respondía a los pedidos de canciones más politizadas, el fuerte de los referentes de la Nueva Trova.

Aquí compartió escenarios con León Gieco, Víctor Heredia, Dante Spinetta y Luis Salinas, en un larga lista de colaboraciones que incluyó a todos sus compatriotas famosos, además de haber sido parte de la película Al fin, el mar (2003), de Jorge Dyszel, una coproducción encabezada por Audry Gutiérrez Alea, con Carmen Daysi Rodríguez, David Andriole y Enrique Pinti.

Nacido en Camagüey el 30 de julio de 1951, miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba e integrante de los grupos Agramonte, Guaican, Tributo y Jelengue, Rafael también protagonizó el musical Para Habana me voy y compuso temas como  “Luciérnaga”,  “Aún no sé corazón” y  “Canción para un fin de siglo”.

“Buenos Aires te atrapa”, explicó en una entrevista al responder porqué se quedó desde 1994.  “Mi generación estaba absolutamente penetrada por la cultura argentina, sobre todo por las películas de Mirtha Legrand, Pedro Quartucci, Niní Marshall… ”, agregó este hombre pequeño de estatura que consideraba el show como parte de una necesidad de  “diversión higiénica”.

El viernes pasado, en una repleta sala del Centro Cultural Kirchner, a diez meses de su muerte en un sanatorio público porteño luego de haberse contagiado covid-19, una pléyade de músicos le rindió un homenaje conmovedor, presentado por las cálidas palabras grabadas en La Habana por Silvio Rodríguez y varios de sus compañeros de generación.

En el espectáculo-tributo preparado artesanalmente por sus discípulos, se destacó la banda que integraron Raül Monteagudo (piano y dirección), Gonzalo Ilutovich (guitarra, armónica y coros), Enriquito Martínez Ribero (batería), Maximiliano Vázquez (bajo), Fernando Adamoli (cuatro cubano), Pablo Figueroa (guitarra) y Sergio Moran (percusión).

Los cantantes y solistas invitados, entre ellos Juan Salinas, Agostina Paguella, Georgina Hassan, Miguel Tallarita, Lolo Micucci, Sofia Moreno, Gastón Luzzi, Juan Bonaudi, Gastón Angrisani, Julián Hermida, Aliuska Felizola Chaveco, Malena D’Alessio, Paula Ferré y Jason Ferreira, pasearon al público por un repertorio ecléctico, y no solamente cubano, en una apuesta a la diversidad que caracterizó al homenajeado.

Por eso, al lado de  “La gloria eres tú”, una obra maestra del filin cubano firmada por José Antonio Méndez, o la increíble  “Dos gardenias” de Antonio Machín, el público disfrutó de versiones sorprendentes de  “Bésame mucho” de la mexicana Consuelo Velázquez, o  “El Ratón” del puertorriqueño Cheo Feliciano, un clásico del repertorio de las estrellas salseras de la Fania All Stars neoyorkina.

Leonardo Favio y su hermano guionista Zuhair Jury le hicieron lamentar a  “Juan Moreira”, interpretado por Rodolfo Bebán, irse de este mundo un día de mucho sol, en una de las escenas más notables de la historia del cine argentino.

A Rafaelito, embajador sin cartera de los ritmos caribeños en un país de templadismos, le hubiese gustado saber que se fue de este mundo, dejando una viuda y un hijo argentinos, con tanto, pero tanto, amor y respeto a su alrededor

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