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La historia de la brutal patada que pudo haber cortado la carrera de Maradona a los 11 años

Medio siglo atrás, en un amistoso en el oeste del Conurbano, el 10 de Los Cebollitas casi termina tu carrera futbolística por un planchazo. La desconocida historia del patadón que hizo llorar al Pelusa y asustó a todos

Por Pablo Tallón / Noticias Argentinas

¿Qué habría sido del fútbol mundial si en sus páginas no se hubiera escrito el nombre de Diego Armando Maradona? ¿Cuántos argentinos habrían quedado varados, a la intemperie o con hambre si no hubieran tenido el as bajo la manga del «Argentina, Maradona»? Esa pesadilla estuvo cerca de convertirse en realidad hace 50 años durante un amistoso que jugó el mítico combinado juvenil de Argentinos Juniors, Los Cebollitas, contra el equipo de un colegio católico en el oeste del Conurbano.

Un sábado de 1971 los pibes dirigidos por Francisco Cornejo -Don Francis, para aquellos chiquilines clase 1960- se enfrentaron a los chicos del Colegio Don Bosco, en la localidad bonaerense de Ramos Mejía, en La Matanza.

La figura de Maradona no era conocida a nivel mundial todavía, pero su nombre ya se había desparramado en el fútbol juvenil, por lo que el entrenador de los chicos del colegio católico optó por la marca personal al 10 criado en Villa Fiorito: el elegido para semejante desafío fue «un grandote que le llevaba como dos cabezas; un pibe fuerte, duro, pero un poco lento», recordó Cornejo en su libro «Cebollita Maradona».

Así está ahora la cancha del Colegio Don Bosco, de Ramos Mejía, donde el 10 casi termina su carrera futbolística por un patadón en su rodilla derecha. Google Maps-Street View.

Como era de esperar, el Pelusa lo pasó «como alambre caído durante toda la tarde», en palabras del descubridor del 10. El primer tiempo del amistoso terminó 3-1 en favor de los de La Paternal: Maradona fue el autor de uno de los goles.

Otra cosa previsible era que alguno de los jugadores rivales perdiera la compostura y fue, ni más ni menos, que el «grandote» que estaba a cargo de marcar a Maradona. «A los diez minutos del segundo tiempo, Diego y su marcador fueron a buscar una pelota; el grandote saltó con la pierna levantada y, cuando caía, le clavó, con la peor intención del mundo, los tapones en la pierna derecha, que Pelusa estaba usando de apoyo, a la altura de la rodilla. Fue un golpe tremendo, porque además de ser muy fuerte, potenciado por la caída, se lo dio en un lugar muy sensible», relató Cornejo. Y agregó: «Diego quedó tirado sobre el pasto, sin moverse, agarrándose la rodilla y llorando. Enseguida se cortó el partido. Los pibes querían matarlo al grandote».

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Desde chico, Maradona estuvo acostumbrado a sufrir golpes de sus rivales. «Le entrabas fuerte y le dabas más vitamina», recordó uno de sus compañeros en Los Cebollitas. Foto libro «Cebollita Maradona».

En la cancha del oeste del Conurbano, rápidamente se le fueron al humo Montaña, Oscarcito Trotta y Osvaldo Dalla Buona, pero en pocos segundos todos Los Cebollitas estaban increpándolo. «Entré a la cancha y los saqué, a los gritos. Me costó que me obedecieran. Después corrí hasta donde estaba Diego, que seguía tirado, sin moverse. Tenía toda la cara mojada por las lágrimas. Eso fue lo que más me asustó: Pelusa era muy duro, era difícil que llorara. Si estaba llorando así, era porque la cosa era seria», escribió Don Francis, tres décadas después para dejar testimonio de lo que a su criterio fue «una lesión mucho más grave» que la fractura de tobillo que le provocó la salvaje patada que del vasco Andoni Goikoetxea en un partido de la Liga entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao el 24 de septiembre de 1983 en el Camp Nou.

Mientras las lágrimas de Diego regaban la polvorienta cancha del Don Bosco, su rodilla empezó a hincharse rápidamente. «Está mal. Es un golpe muy feo. Hay que sacarlo de acá», le dijo José Chammah, padre de Luis, el 5 de Los Cebollitas, a Cornejo. Juntos, subieron al Pelusa al Rastrojero de José Trotta, el vehículo oficial de la mítica categoría 1960 de Argentinos Juniors.

Don Diego y Doña Tota, preocupados, quisieron llevárselo a Fiorito, pero los convencieron de que se fuera a la Capital, «para poder llevarlo al médico si hacía falta», señaló Don Francis. El lugar elegido fue Corrientes 5753, la casa de los Chammah: José y su esposa, Viviana Santamaría, lo cuidaron como si fuera su propio hijo.

«En aquella ocasión, mi viejo lo llevó a lo del médico y le compró los remedios», recordó Luis Chammah en diálogo con NA, medio siglo después de aquella patada. «Era muy habitual que le pegaran muchísimo a Diego. Los árbitros dejaban dar muchas patadas y los chicos no sabían poner el cuerpo, entonces te podían hacer mucho daño», agregó.

Desde España, donde vive desde 2002, el ahora psicólogo y también profesor de Educación Física contó cómo era el sentimiento del resto de Los Cebollitas ante el castigo que le daban los rivales al 10: «No se nos cruzaba por la mente que Diego se lastimara. Él no se iba a ir nunca lesionado de la cancha. No había ninguna kriptonita que lo afectara. Al contrario: lo impulsaban a jugar mejor, a encarar al que le pegaba».

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Maradona junto a Claudio Rodríguez y Luis Chammah, dos de sus compañeros en la época de Los Cebollitas. Foto gentileza Luis Chammah.


«Varias veces le dejaron las rodillas o el tobillo a la miseria, cientos de codazos. Pero él no se perdía ningún partido. Era valiente, nunca fue cobarde ni tuvo miedo. Le entrabas fuerte y le dabas más vitamina», destacó Chammah.

Aquella noche tras el patadón del grandote de Don Bosco, Maradona empezó a levantar temperatura: José Chammah llamó a Trotta para avisarle que tenía «40 grados de fiebre y la pierna más hinchada». El chofer oficial de Los Cebollitas llamó al médico Mario Bortman, quien recomendó un calmante para el 10 y le dijo que lo fueran a ver al día siguiente -domingo- a las 7 de la mañana. Trotta y Cornejo pasaron a buscar a Maradona por lo de los Chammah. «Cuando lo vi me asusté: tenía la pierna dura y la rodilla negra y muy hinchada. Seguía con la fiebre alta. Estaba terriblemente pálido y casi no hablaba», escribió el DT forjador de decenas de grandes jugadores.

Bortman los recibió en su casa de Manuela Pedraza y Naón, en Saavedra, donde también tenía su consultorio. «¡Pobre pibe! ¡Te dieron flor de golpe!», atinó a comentar el doctor apenas vio la pierna derecha de Maradona. Lo acostaron en una camilla y el médico pidió la ayuda de Trotta y Cornejo: «Sosténganlo fuerte».

El médico salió del consultorio y regresó con «una jeringa grande que tenía una aguja enorme», que le clavó justo arriba de la rodilla y empezó a extraer la sangre acumulada por el golpe. «Parecía aceite quemado», le comentó Trotta a Cornejo, quien había elegido mirar para un costado. Un pinchazo más terminó por sacarle todo el líquido y la zona se desinflamó. Bortman vendó la pierna de Maradona y le indicó que hiciera reposo durante un par de días, además de tomar un antibiótico.

Esta vez, Diego pasó el día (y la noche) en lo de los Trotta, en Villa Ballester: Don José luego fue con su Rastrojero hasta Azamor y Claudio Bravo, para contarle a Don Diego y Doña Tota cómo estaba el nene. En tanto, Cornejo no pudo pegar un ojo, preocupado por la posibilidad de que aquella lesión hubiera afectado seriamente la articulación del 10.

A la mañana siguiente, Trotta fue hasta el predio Malvinas de Argentinos Juniors y actualizó a Don Francis y a los chicos sobre el estado del 10, que se sentía mejor y empezaba a moverse, demasiado. El entrenador optó por llevarlo a una consulta con el médico Aarón Fitzman, especializado en futbolistas y a cargo de la salud del plantel mayor del Bicho: en el predio de Argentinos Juniors, el doctor evaluó a Maradona, vio la buena evolución de la rodilla y, para evitar que el carácter inquieto del 10 afectara la recuperación, los citó para concurrir al día siguiente al Hospital Israelita para enyesarlo.

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Francis Cornejo y Los Cebollitas, la mítica categoría 1960 de Argentinos Juniors.

 

En Las Malvinas, justo a la salida de la consulta con Fitzman, apareció Don Diego, quien abrazó fuertemente a su hijo y, a modo de broma, le dijo: «Portate bien, que si no, yo te arreglo…». La cara del Pelusa se iluminó con una sonrisa.

Dieciocho días tuvo la pierna derecha enyesada el 10: en ese período, no dejó de ir a ver los partidos de Los Cebollitas, sentado en el banco junto a Cornejo.

Tras la lesión, el entrenador vio que el aspecto físico estaba impecable, pero que iba a tener que trabajar en la confianza de Maradona para usar su pierna derecha. En los entrenamientos, Don Francis lo alentaba, pero en cuanto veía que no se animaba a trabar fuerte con esa pierna, lo pinchaba por otro lado: «¡Cagón! ¡Meté pata, cagón!», le gritaba.

«Esa combinación de presión y apoyo anímico dio resultado porque, de a poco, fue perdiendo el miedo», analizó Cornejo en su libro. Un mes después de que le sacaran el yeso, llegó la hora de la verdad: un partido contra el Club Almafuerte, en la localidad bonaerense de Villa Maipú. En el primer tiempo, Diego todavía estuvo tímido, un poco asustado y sin participar demasiado del juego, lo cual cambió sobre el final de aquella primera parte: un sombrero sobre un defensor, una gambeta sobre otro y un centro perfecto a la cabeza de su entrañable amigo de Fiorito, Gregorio «Goyo» Carrizo, hizo que recuperara la confianza. La segunda parte del partido ya fue lo normal, o mejor dicho, lo anormal: el 10 volvió a su estado natural, mágico, el que afortunadamente el mundo entero pudo disfrutar gracias a que aquella patada del grandote de Don Bosco fue nada más que un susto.

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