Por: Mariano Hamilton/ NA
Ya desde hacía media década unos pibes de Liverpool venían pidiendo pista. Desde sus actuaciones en The Cavern o en sus giras por Alemania. Pero la explosión llegó con la formación definitiva, esa que todos sabemos de memoria: John, Paul, George y Ringo, que se terminó de definir con el ingreso de Starr como baterista de la banda.
Ni aún aquellos que se resisten a reconocer su talento (insólitamente los hay), pueden negar que Los Beatles fueron la banda de rock más influyente de todos los tiempos, es decir de acá para atrás y de acá para adelante.
Los Beatles siempre fueron complicados de definir porque, más allá de ser música beat, incorporaron a sus composiciones influencias del skiffle, del rock, de la música clásica y, obviamente, del pop más tradicional. Los rangos musicales que abarcaron en sus ocho años de vida (de 1962 a 1970) fueron versátiles: del rock a las baladas, de las baladas a las influencias indias, de las influencias indias a la psicodelia, de la psicodelia al hard rock. Y esas búsquedas no sólo fueron pasos de un proceso evolutivo ordinario, sino que estos diferentes estilos fueron mezclados e interrelacionados durante el tiempo que la banda estuvo en plena producción.
Para decirlo claramente: no habrá otros iguales, no hay dudas.
Los Beatles fueron tan grandes que su popularidad ni siquiera cesó cuando por decisión propia dejaron de hacer shows en vivo, ya que consideraban que la música que proponían no era apreciada en los espectáculos en vivo y que tampoco podían generar los sonidos que ellos (y George Martin) ideaban en la post producción.
Desde todos los puntos de vista fueron innovadores en lo musical, pero esa trascendencia, además, los convirtió tal vez sin quererlo, en líderes socioculturales de toda una época. Fueron los responsables de un cambio de cultura. Fueron los motores de una década del 60 que quedó marcada en la memoria por ser la más revolucionaria, sorprendente, revulsiva, intensa, violenta y todo lo que uno pueda imaginar.
El primer golpe, cuando todavía Lennon y McCartney eran los únicos estables y los lugares del bajo y la batería eran ocupados por diferentes músicos, lo dieron en Liverpool y Hamburgo a fines de los 50 y a comienzos de los 60 con edades del secundario. Toda esa experiencia fue vital para que, en 1962, cuando el grupo quedó conformado por sus cuatro intérpretes de siempre, se transformaran en los que finalmente fueron gracias a la conducción y empuje del empresario Brian Epstein y la creatividad del productor George Martin, quien le daba el toque final a las geniales composiciones que parían Lennon, McCartney y Harrison.
“Love Me Do”, su primer simple (en el lado B estaba “PS I Love You”), fue la catapulta a la fama, al dinero y al reconocimiento del mundo. Gracias a ese tema alcanzaron popularidad internacional y la avalancha de éxitos ya no se pudo frenar.
Hasta 1966 le pusieron garra a ese asunto de dar conciertos, pero a partir de ese año, ya nunca más de los vería tocar en vivo, salvo en aquella última aparición en la terraza de los estudios Apple, el 30 de enero de 1969, y que tan bien reflejada está en el documental Get Back, de Peter Jackson.
La influencia Beatle (y de Elvis en los años inmediatamente anteriores) era tan grande en la época que el Mundial de 1962 en Chile tuvo una insólita canción oficial, seguramente influenciada por los vientos de época: “El rock del Mundial”.
En un país con una amplia cultura musical propia, rescatada por aquel Grupo de los 10 a comienzos del siglo XX con Alfonso Leng, Pedro Prado, Manuel Magallanes, Alberto Ried, Acario Cotapos, Alberto García Guerrero, Juan Francisco González, Julio Bertrand, Augusto d’Halmar y Armando Donoso, suena inexplicable la decisión del Comité Organizador del Mundial de tomar como propio a “El rock del Mundial”, de la banda chilena Los Ramblers, cantada por Germán Casas y escrita por Jorge Rojas. Y, además, aunque parezca mentira, fue el sencillo más vendido de la historia de la música chilena. Pero bue… más allá de las dominaciones culturales, digamos que el Mundial de 1962 fue un torneo auténticamente latinoamericano y que tuvo a una estrella de esas que solamente pueden nacer en el Cono Sur: Garrincha.
Fue el 7º Mundial y se jugó entre el 30 de mayo y el 17 de junio de 1962. Chile había sido elegida como sede del Mundial en 1956 y el lema del torneo era “porque nada tenemos, lo haremos todo”. Si ese era el lema en 1956, ni que hablar de lo que sucedió después del terremoto de Valdivia en 1960 –el más potente de la historia de la humanidad con una magnitud de 9.6 de la escala Mw– que destruyó a gran parte del sur del país, dejó miles de muertos y desaparecidos y millones de personas sin vivienda.
En lo que respecta al tema deportivo, jugaron 16 equipos y se lo considera el Mundial más violento de la historia. En el top ten de esta historia nos topamos con lo que se conoció como la Batalla de Santiago, entre Chile e Italia.
El clima previo a ese partido era tan tenso que los jugadores italianos salieron a la cancha arrojándole claveles blancos a la multitud de 66 mil personas que poblaban al tristemente célebre Estadio Nacional. De mucho no les sirvió a los italianos. La primera infracción fue a los 12 segundos y la primera expulsión, a los 7 minutos del primer tiempo, cuando Ferrini sacudió una patada al chileno Landa. Ferrini, indignado, se negó a dejar la cancha hasta que fue llevado detenido por los Carabineros. Las patadas siguieron de un lado y de otro ante la imposibilidad del inglés Ken Aston de poner las cosas en orden. En el minuto 38 del primer tiempo se produjo el enfrentamiento más recordado: Leonel Sánchez fue derribado por Mario David y mientras el chileno estaba en el suelo, David lo golpeó repetidamente, lo que provocó la furia de Sánchez, quien se levantó y dio una trompada ante la atónita mirada de todos. Insólitamente, ninguno fue expulsado. Minutos después, David le pegó una patada voladora increíble a Sánchez y allí sí fue expulsado por Aston. Con 9 hombres, la resistencia italiana fue imposible y finalmente Chile ganó con goles de Ramírez y Toro, para así obtener la clasificación a los cuartos de final.
Pero más allá de la violencia, el jugador que brilló en todo su esplendor fue Garrincha, quien supo reemplazar la ausencia de Pelé, quien llegó desgarrado al torneo. Brasil, con la magia de Garrincha como aliada, fue el campeón al vencer a Checoslovaquia en la final, por 3-1. Chile fue tercero y Yugoslavia quedó en la cuarta ubicación.
¿Y Argentina es la pregunta de siempre? Quedó en la décima ubicación luego de ganar, empatar y perder en la zona de Grupos. Le ganó 1 a 0 a Bulgaria en el arranque, luego perdió 3 a 1 con Inglaterra y se despidió el torneo con un triste empate ante Hungría 0 a 0. Todavía no era el tiempo para las grandes actuaciones, más allá de tener jugadores muy capaces como Antonio Roma, Coco Rossi, Sanfilippo, Marzolini, Federico Sacchi y otras figuras del momento. Una curiosidad, Antonio Rattín jugó en el partido contra Inglaterra, en lo que sería el anticipo de lo que vendría cuatro años después. Fue el único de los tres partidos en los que entró el Rata. Cosas del destino…