Yanina Gómez participa, como tantos vecinos y vecinas, del consejo barrial de Azcuénaga que durante la cuarentena se reúne de forma online. Ella forma parte de cada actividad que propone el Centro Municipal de Distrito Noroeste. Tras quedarse sin trabajo como empleada doméstica por la pandemia, empezó con un emprendimiento de panificación y hoy dona parte de sus ingresos a merenderos.
Yanina habla con pasión y transmite el gran sentido de pertenencia que tiene por su barrio. Con su voz y relato, rompe las barreras de la distancia social y llega con su energía a cada persona. Yanina marca el pulso con su historia de superación. Porque la pandemia la golpeó fuerte, se recuperó y redobló la apuesta.
Cuenta que pasó por momentos de mucha amargura y preocupación al ver que su actividad de empleada doméstica quedaba frenada por la pandemia pero que siempre tuvo la fuerza interna, a su familia y la solidaridad del barrio para salir adelante.
Cadena de favores
Unas rosquitas fueron las que dieron el empuje principal. Yanina las hizo para su familia, siguiendo la tradición en panadería. Esa misma tarde debió trasladarse. Al salir se encontró con Hugo, el taxista de calle Liniers, que la ayudó con esta tarea desinteresadamente y ella le regaló parte su panificación en compensación. Tras probar la producción, la alentó a darle forma a esa idea y comenzar a vender.
Hugo compartió la iniciativa en el grupo de Whatsapp que el área de Participación del Distrito Noroeste tiene con los vecinos de Azcuénaga. Así fue como el trabajo se multiplicó y el emprendimiento tuvo mayor alcance en el barrio. “Mis viejos me enseñaron a valorar lo que tengo y que lo que se recibe se devuelve de alguna u otra manera”, dijo Yanina.
A medida que avanzaba la cuarentena, su emprendimiento crecía pero también notaba que iba en aumento la cantidad de gente que necesitaba un plato de comida. “Yo sé lo que es ir a hacer fila por un plato de comida. Cuando era chica vivíamos en el Fonavi Supercemento y cuando mi papá no tenía trabajo íbamos con mis hermanos a un comedor. Sentí tanta impotencia que pensé: ¿Qué puedo hacer para ayudar?”, recordó.
Con esa pregunta, abrió una respuesta enorme. Yanina dona actualmente un porcentaje de su producción a varios merenderos, entre ellos El Alfarero. Allí, cientos de chicos y chicas asisten diariamente: “Me largué a llorar de la emoción cuando Lorena, la encargada del merendero, me pasó una foto de un nene chiquito comiendo una medialuna que había hecho en casa”.
El martes, Yanina participó de un Consejo Barrial vía zoom que organizó el Distrito Noroeste junto a vecinos, vecinas e instituciones de Azcuénaga, donde contó orgullosa su labor, sumamente agradecida al barrio. “Sin la ayuda de todos ustedes todavía seguiría sin trabajo, amargada. Ahora estoy tan contenta”, expresó e instó a todos y todas en la reunión virtual a sumarse a ese empuje: “Yo no soy ejemplo de nada, soy una más de muchos que quieren el bien de otros, sin pedir nada a cambio. Simplemente tuve la oportunidad y creo que todos tenemos que ser una oportunidad para alguien”.