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La historia del hotel Bauen recorre el país para pedir la expropiación

Trabajadores de la empresa recuperada presentan un documental en busca de apoyo frente al posible desalojo del edificio.

“Es imposible relatar una historia de vida de 130 personas, sus familias, amigos y una sociedad presente”, concluye María y da una bocanada de aire, que suena al alivio de que llegó el final del relato. Para ella es imposible, pero acaba de pasar los últimos 30 minutos hablando sin parar sobre el hotel Bauen (emplazado en avenida Callao 360, de Capital Federal), una empresa recuperada en la que trabaja hace 10 años. María y Gladys, compañeras de lucha y trabajo, estuvieron en Rosario esta semana presentando un documental que relata la historia del Bauen, emblema de la recuperación de puestos de trabajo tras la crisis de 2001, y que ahora afronta una nueva y seria amenaza de desalojo. La película recorrerá todo el país. De Rosario, las dos mujeres se irán a Jujuy, luego a Neuquén y Mendoza, y otros de sus compañeros harán lo mismo en otras provincias. Todos esperan que la gira concluya en los próximos meses con un efecto clave para celebrar: la expropiación del lugar.

Gladys y María llevan encima de la memoria y el cuerpo los palos de la Policía y la experiencia de poner en pie una cooperativa. Ambas trabajaron como cocineras y mucamas bajo patrón y lo siguen haciendo en el Bauen recuperado. Al sacarse los abrigos para la presentación dejan entrever una remera que reza: “Podrán pasar mil años, verás muchos caer, pero si nos juntamos no nos van a detener”. Son las mismas consignas que se calzaron ídolos suyos como el futbolista y técnico Martín Palermo, el actor Lito Cruz y el cantante Dyango.

Gladys y María son dos mujeres que, explican, pasaron la mayor parte de su vida trabajando en hoteles, contentas con su tarjeta de crédito y el 1 a 1, y que ahora hacen un mea culpa y asumen parte de lo que le pasó al país en 2001. Todo con una finalidad: dar el ejemplo en sus casas, a sus hijos y nietos. “El Bauen es nuestra vida de mujeres sencillas, que terminábamos de pelear con la cana y teníamos que hacer empanadas para el evento de la noche, ponernos la camiseta de moza y salir a sonreír al comensal”, resumen.

“Nunca pensé que iba a trabajar en una cooperativa. Toda mi vida fui mucama en hoteles de turismo. En cambio, María militaba. Ella ya tenía más afinidad a la lucha”, introduce Gladys. Su compañera, sin embargo, aclara: su militancia era en la Legión de María, una agrupación católica. “Nunca imaginé formar parte de algo así. Al principio pasaba a llevar comida, pero no quería participar. De hecho no estuve durante el quiebre del hotel y la toma, me enteré por la televisión”.

El Hotel Bauen abrió en 1978, impulsado por la dictadura y mirando al Mundial en la Argentina. El negocio funcionó: la década del 80 fue la época de gloria del hospedaje de cuatro estrellas. María ingresó a trabajar en esa época, cuando era muy chica. Siendo empleada del lugar se casó y tuvo a sus hijas. En los 90 cambió de trabajo y volvió años más tarde, cuando se necesitaron manos para construir una nueva historia.

Como muchas otras empresas a lo largo y a lo ancho del país, el hotel Bauen quebró en diciembre de 2001, y el cierre de sus puertas pasó desapercibido en un país en llamas. Pero el 21 de marzo de 2003 sus trabajadores, aún librados a su suerte por la patronal, resolvieron ocupar el edificio. Ya no esperarían respuestas, tratarían de darlas ellos. “Y ahí se crea otra historia, otra patriada. Nunca nadie pensó que 15, 20 locos muertos de hambre iban a entrar y cambiar la historia del Bauen”, cuenta, una década y un año después, María.

Durante el proceso de formación de la cooperativa, ex trabajadores del hotel fueron convocados para firmar el aval a la conformación. María pasaba a dejar su firma, comida y también a acompañar, pero miraba de afuera. “Me asustó mucho ver el hotel destruido. Enterarse de lo que había pasado era muy triste. Yo no le veía la pata a la sota. «Cumpas –les decía– el hambre les está haciendo mal»”. Sin embargo, un día, alguna tarde, le dijeron a María que era necesaria. Que se arriesgara y formara parte del grupo de locos muertos de hambre. “Lo hice para que mis hijos y mis nietos estén orgullosos de mí. Para hacer algo por lo que nos pasó a nosotros y le pasó al país: vino un señor y privatizó todo, tiró todo por la borda, pero también había gente, entre los que me incluyo, que estaban contentos con la tarjeta de crédito y el engaño del uno a uno”.

María dice que ni ella, ni Gladys, ni ninguno de sus compañeros imaginó alguna vez vivir esto. Empezaron a trabajar sin comida y sin sueldo en un edificio de 20 pisos, 200 habitaciones, teatro, piscina, solarium, piano bar, que tenía que reconstruirse totalmente. En un principio salían a pedir monedas con cajitas, luego comenzaron a hacer trueque: uso de los espacios por comida, productos de limpieza y medicamentos. “Los pocos que resistíamos estábamos enfermos, no tanto físicamente, sino de la cabeza. Si la Policía te golpea, eso se va con tiempo y hielo. Pero el problema es el golpe en el alma”.

María destaca que fue durante esos meses y años que aprendieron qué es una asamblea, qué es la autogestión: “La palabra que más me asustó fue expropiación. Fui a mi casa, le pedí a mi hija su diccionario y leí: «Tomar lo que no es tuyo». Mi hija, que ya era grande, me dijo que le extrañaba que me asuste esa palabra. «A vos te expropiaron la posibilidad de trabajar», me dijo”.

El Bauen nunca dejó de trabajar. Cambió su nombre a las siglas BAUEN –Buenos Aires Una Empresa Nacional– por no poseer los derechos sobre la marca, y siguió adelante. Tiene 180 habitaciones abiertas al público. Además de alojamiento, ofrece salones, restaurantes, locación y servicio de catering para conferencias, eventos, congresos, plenarios. El 20 de julio de 2007 llegó una orden de desalojo por parte de la jueza Paula Hualde, que la semana pasada, luego de siete años de idas y venidas, volvió a activarse.

“Cada año tenemos estas amenazas. Pero creo que éste es el toque final. Alguien se tiene que hacer cargo de nosotros”, sentencia Gladys. “Necesitamos que esto se termine, ya no damos más. Es un psicopateo terrible. Que alguien le ponga el cascabel al gato o encienda la primera mecha”, agrega María. El pedido y la salida que encuentran los trabajadores del hotel es por la expropiación del inmueble para que luego los trabajadores lo puedan alquilar o comprar al Estado. “Merecemos la expropiación. A nosotros no se nos ocurrió la toma. Hay un corrupto, una historia y este presente. Nos van a encontrar con la frente bien alta de haber laburado y hecho lo que hicimos; nos van a encontrar de pie y orgullosos porque ya formamos parte de la historia obrera del país. Pase lo que pase eso no puede matarse ni puede borrarse con el codo lo que escribimos con lucha sudor, lágrimas y vida”.

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