Francisco Antonio Laureana es uno de los femicidas más precoces y siniestros de la historia criminal argentina, ya que con apenas 22 años y en sólo seis meses violó a 15 mujeres y mató a 13 de ellas, por lo que se lo llamó el Sátiro de San Isidro, ya que atacaba en esa localidad de la zona Norte del Conurbano. Nacido en Corrientes en 1952, este asesino que atacó entre 1974 y 1975, solía matar a sus víctimas los miércoles y jueves cerca de las 18.
De acuerdo con una nota publicada por la agencia Noticias Argentinas en base a relatos de la Policía, Laureana se vino a los 22 de su provincia natal a San Isidro, al parecer tras escapar de allí porque en el colegio religioso donde iba violó y ahorcó a una monja en las escaleras del establecimiento.
Fue para julio de 1974 que se radicó en la zona norte del conurbano, donde trabajó como artesano vendiendo aros, pulseras y collares y se casó con María Romero, quien tenía tres hijos.
Todos los miércoles y jueves cerca de las 18 desaparecía una mujer o una niña y sus cuerpos eran encontrados poco tiempo después en baldíos, con signos de violación. En algunos casos, la causa de la muerte era por asfixia mecánica y en otros por heridas de arma de fuego provocadas por un revólver calibre 32.
Las mujeres elegidas por este asesino tomaban sol en los chalés o esperaban en paradas de colectivos. Los detectives que investigaron esos femicidios contaron que luego se conocería que se quedaba con algún objeto como botín, ya sea anillo, pulsera, reloj u otros, los cuales guardaba en una bota en su casa. Incluso, en ocasiones regresaba semanas después al mismo lugar donde había cometido el crimen para revivir el momento.
A fines de enero de 1975, dos niñas de 5 y 7 años, hijas de un matrimonio joven, fueron asesinadas. La madre de las pequeñas había salido a hacer las compras por los comercios cercanos y al regresar pasadas las 17 se encontró con el cuerpito de Carmen, su hija de 5. Estaba en el suelo del comedor con signos de haber sido estrangulada, en shock y con un ataque de nervios, salió a la calle a pedir socorro a sus vecinos. Cuando regresó con la ayuda, vio que en la cama matrimonial yacía el cuerpo de Nora, de 7. Tenía una almohada tapándole la cara. Al quitarla vieron que un disparo en la frente.
Debido al modus operandi reiterado, los policías y el experto forense Osvaldo Raffo llegaron a la conclusión que las muertes podrían ser obra de un solo individuo.
Pero Laureana no iba a poder salirse siempre con la suya y un día, después de cometer uno de los homicidios, un testigo lo vio huyendo por los techos de una casa.
El femicida se dio cuenta de que esta persona lo había visto y le disparó con su arma, pero el vecino resultó ileso y fue clave para confeccionar un identikit del sospechoso el cual empezó a circular por toda la ciudad.
El jueves 27 de febrero de 1975 por la tarde, una niña de 8 años vio al Sátiro de San Isidro y le pareció igual al asesino del identikit (que su familia tenía fijado a una heladera).
De inmediato, la nena le contó a su madre y esta simuló llamar a su marido para dar aviso a las autoridades, al tiempo que Laureana pasó por el frente, sonrió, y siguió de largo.
Los uniformados lo encontraron a pocas cuadras, y las características eran similares al identikit que tenían, por lo que se acercaron al sospechoso para pedirle que los acompañara para un interrogatorio.
Según el informe de los policías, el sujeto sacó entonces de una bolsa que llevaba en el hombro un arma de fuego y empezó a disparar a los oficiales, iniciando así un tiroteo en el que Laureana recibió un disparo en el hombro y luego escapó malherido.
El femicida se escondió en el gallinero que se encontraba en los fondos de una mansión.
Sin embargo, una perra que cuidaba el lugar marcó a su dueño el lugar donde se escondía Laureana.
Fue así que los uniformados bonaerenses se acercaron al gallinero y acribillaron al Sátiro de San Isidro. Los policías luego declararían que lamentaron el desenlace fatal, ya que querían interrogarlo sobre los motivos que lo llevaron a cometer los crímenes.
Como detalle del tiroteo registrado, dos gallinas fueron halladas muertas a tiros, aunque se desconoce si lo hizo la Policía o el propio Laureana.
Cuando se le informó a la esposa del femicida de todo lo ocurrido y los delitos que había cometido él, ella atinó a decir: «Acá tuvo que haber un error. Mi marido no pudo haber hecho todo eso. Era un buen padre, un buen marido, un artesano que amaba lo que hacía».
Unos 15 crímenes se resolvieron al encontrar en las botas de su casa objetos que pertenecían a las víctimas, junto con armas de fuego.