Según el politólogo e historiador Marcelo Gullo hay una verdadera historia oculta que constituye una suerte de río subterráneo que fluye y cuya comprensión es un requisito ineludible para una adecuada interpretación de nuestra historia como pueblo. En opinión del autor de >La historia oculta> (Editorial Biblos), que no puede menos que compartirse, comprender el pasado, la historia de un pueblo, no obedece a un mero ejercicio academicista limitado a unos pocos intelectuales, sino que constituye, por el contrario, un imperativo de la hora, toda vez que su cabal comprensión es una herramienta de construcción de poder para los pueblos y las naciones.
Si ya el título del último libro de Gullo sugiere al lector la necesidad de descifrar esos parajes aún desconocidos de una historia que nos fue intencionadamente vedada, el subtítulo de la obra que alude a “la lucha del pueblo argentino por su independencia del imperio inglés” anticipa lo que constituye acaso la espina dorsal de su obra.
Claves del poder mundial
A pesar de que Gullo no es de los que caen en poco creíbles, por indocumentadas, teorías conspirativas, inicia su obra analizando la lógica del poder mundial, de hoy y de siempre, y con solvencia afirma que “ayer, al igual que hoy, en el sistema internacional, el lugar que ocupa cada Estado se encuentra determinado por las condiciones reales de poder. Entre estas condiciones determinantes se destacan, por cierto, la cultura de una sociedad y su psicología colectiva”. Y agrega que “la política internacional comporta, siempre, una pugna de voluntades: voluntad para imponer o voluntad para no dejarse imponer la voluntad del otro”.
En este sentido, y con abundante cita de autores del revisionismo histórico clásico, entre quienes destaca Raúl Scalabrini Ortiz, profundiza el análisis de lo que fue la experiencia británica en la materia. En efecto, Inglaterra, habiendo logrado a partir de mediados del siglo XVIII la revolución industrial, sumado a su dominio de los océanos, arribó a un umbral de poder como ningún otro estado había logrado antes. Pero Gullo nos presenta con sagacidad y de modo documentado un dato clave: que ese proceso de acelerada industrialización interna fue posible gracias, por un lado, a un decidido apoyo estatal en áreas clave como la naval, textil y siderúrgica y, por otra parte, por una prédica fronteras afuera de un librecambio que buscaba que otros países no copiaran su receta y sucumbieran, como ocurrió con nosotros, ante el canto de las sirenas que auguraban que allí donde el comercio se abriera al mundo vendría automáticamente la prosperidad. Vale decir que Inglaterra actuará con un estudiado doble discurso: una política proteccionista de su propia industria hasta hacerla no ya competitiva sino directamente imbatible por cualquier otra y, por otra vía, un discurso librecambista para el resto de los países.
Inglaterra y mayo de 1810
El primer eslabón de una cadena que según el autor aún marca las relaciones argentino-británicas hasta el presente, lo sitúa en las famosas invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806 y 1807, hitos a los que Gullo no duda en afirmar como la más vergonzosa derrota que se la infligiera jamás al orgulloso imperio. Pero la hábil diplomacia británica lograría pronto contrarrestar pacíficamente el traspié militar de esos años. El autor marca el momento emblemático en el que buena parte de nuestra dirigencia política vernácula aceptó dócilmente las directivas ideológicas decretando, el 26 de mayo de 1810, vale decir al día siguiente de la Revolución, el libre cambio que supuso el súbito enriquecimiento de los contrabandistas porteños, quienes pudiendo ser aristocracia sólo apostaron a ser oligarquía rentística, y el paulatino pero inexorable declive de las artesanías y manufacturas del interior profundo.
Rosas y su insubordinación
Uno de los puntos clave para comprender la historia argentina radica, según Marcelo Gullo, en el análisis detenido del significado profundo de la llegada de Juan Manuel de Rosas a la conducción de la Confederación Argentina. Al respecto, nos dice: “El objetivo estratégico de Rosas siempre fue liberar a la Argentina de la subordinación británica. Importa precisar que cuando Rosas se decidió, durante su segundo gobierno, a emprender el proceso de insubordinación fundante tendiente a completar la independencia política, declarada en 1816, con la independencia económica, es decir a liberar a la Argentina del dominio informal inglés, el gobierno de Gran Bretaña estaba en manos de uno de los políticos más brillantes de su historia: Henry John Temple, tercer vizconde de Palmerston, quien fue autor intelectual de la guerra del opio, luego de la cual China no sólo se vio obligada a permitir la importación y consumo de opio sino que perdió el control de sus aduanas y debió aceptar el libre cambio”.
Bajo el sugestivo título “Federales y unitarios en Estados Unidos” se compara el proceso que a mediados del siglo XIX protagonizaron nuestro país y los Estados Unidos, no dudando el autor en establecer un paralelismo entre lo que fueron las guerras civiles por las que ambas sociedades atravesaron, pero con un elemental detalle de resultado. Mientras entre nosotros, en la batalla de Caseros y la derrota federal, se dio por concluido un proceso de emancipación económica; en cambio, en la célebre batalla de Gettysburg que dio la victoria al norte liderado por Lincoln, ganó el proyecto industrializador norteamericano sobre un sur que no sólo era esclavista sino que apostaba a vivir de la sola exportación de algodón como materia prima de las fábricas textiles inglesas. Dice por ello Gullo sin ambages que acá, el 3 de febrero de 1852, ganó el sur.
Abogado, Profesor Adjunto de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Rosario.