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Fue habilitada en el año 1893

La historia poco conocida de “La Redonda”, la primera cárcel de Rosario pronta a reconvertirse

El gobierno provincial ya tiene definido mudar la cárcel de Rosario, una de las primeras de la provincia y que aún sigue en pie en la manzana de Zeballos, Richieri, Montevideo y Suipacha.


La provincia ya trabaja en un plan para reconvertir la manzana delimitada por las calles Zeballos, Richieri, Montevideo y Suipacha, donde se ubica la vieja cárcel de Rosario. Cuando comenzó a construirse, cuál era el perfil de los reclusos que allí se alojaban y otros secretos que se esconden en los históricos pabellones

El gobierno provincial ya tiene definido mudar la cárcel de Rosario, una de las primeras de la provincia y que aún sigue en pie en la manzana de Zeballos, Richieri, Montevideo y Suipacha.

Esta penitenciaría rosarina conocida como “La Redonda” fue habilitada en el año 1893 en condiciones muy precarias. Se conoce sobre los planos originales y la primera descripción del edificio data de 1906. Fue publicada junto a los resultados del primer censo carcelario argentino realizado aquel año.

Allí se describe a la Penitenciaría como un edificio de una sola planta con cuatro pabellones y una capacidad para 400 penados. Sin embargo ya desde eso años podemos hablar de una superpoblación carcelaria, puesto que para ese entonces llegó a alojar a 589 internos.

El historiador Camilo Scaglia explicó que “hablamos de un lugar, una zona y un edificio con toda una tradición en cuanto al sistema penal y carcelario argentino. Tiene más de 130 años, pero desde sus inicios contaba con talleres de distintos oficios, escuela y biblioteca”.

Se trata de una gran estructura para alojar preesos pensada hace más de 100 años y que ante el crecimiento de la ciudad hoy quedó enclavada en una zona residencial, en el barrio de Lourdes y a metros del Parque Independencia de Rosario.

Por esto, el gobierno ya está construyendo una nueva unidad carcelaria para mudar la Unidad 3 de Rosario y definir luego qué hacer con esa manzana emplazada en el macrocentro de la ciudad.

En este marco es que consultados al historiador, para conocer los secretos que se guardan en ese edificio centenario.

“El edificio contiene celdas colectivas que iba a contramano de uno de los ejes de la reforma penitenciaria por aquel entonces: la reclusión celular. El corolario de estas reformas penitenciarias atravesadas por la urgencia fue la poca duración de esos edificios como depositarios de las esperanzas de modernidad y racionalidad punitiva. La rápida crisis de esas cárceles radiales desembocó, como había sucedido en Montevideo, en un temprano consenso sobre la necesidad de la construcción de nuevos edificios”, describio Scaglia y agregó: “Pensemos que el gobernador Crespo declaró a Rosario como ciudad y era el propio gobernador quien asignaba una autoridad política para la ciudad, con una serie de atribuciones: orden público, sanidad y recaudación tributaria. Recién en 1860 el gobierno municipal empieza a asumir funciones en cuento a la Jefatura de la Policía. Antes, el jefe de policía estaba por encima de la figura política”.

– ¿Pero cómo era la población carcelaria por aquel entonces?

La construcción de la unidad penal fue en tiempos de emergencia. En sus primeros años, las administraciones penitenciarias provinciales debieron lidiar simultáneamente con los problemas derivados de las estructuras edilicias inconclusas y defectuosas, de la escasa o inexistente reglamentación, de magros presupuestos y de insuficiente personal. A todos esos problemas se sumaría, aceleradamente, la formación de una heterogénea población, compuesta en parte importante por personas que no habían sido contempladas en las planificaciones originales.
Los nuevos edificios penitenciarios habían sido concebidos para una población completamente masculina, mayores de edad y condenados por los tribunales provinciales, en suma, sujetos hallados culpables de un crimen, capaces de reflexionar, de enmendarse y de ser finalmente reintegrados a la sociedad regenerados.

Sin embargo, mediante la práctica, rápidamente se fortaleció el principio de que la presunción de inocencia no debía ser un impedimento para aplicar los métodos regeneradores en los hombres que ingresaban a la cárcel en cumplimiento de prisión preventiva. Tal principio, no obstante, no se vio reflejado en las reglamentaciones hasta bien entrado el siglo XX.

Un dato interesante del censo carcelario de 1906 es que la cárcel de Santa Fe, notablemente inferior a la de Rosario, tenía una proporción mucho mayor de penados. Estos eran 208 sobre 254, mientras que en Rosario eran 123 sobre 589.

El porcentaje de extranjeros de la población con condena en 1910 fue el siguiente: Córdoba 16,8%, Rosario 42% y Tucumán 8,8%.

El régimen disciplinar cotidiano se endurecía en ocasiones hasta llegar a puntos inhumanos que serían denunciados por la prensa en numerosas ocasiones, a pesar de lo cual sería uno de los aspectos que menos cambios tendría con el paso del tiempo. Al mismo tiempo, era un elemento más en común con el “modelo” proveniente de Buenos Aires y aún más con la lejana y severa Ushuaia. El registro cotidiano de los aspectos disciplinares era anotado en los libros que llevaban los alcaides, pero, en ocasiones, se intentaba aplicar sistemas de libretas individuales.

Tal fue el caso del proyecto de libreta personal del penado presentado en Rosario en 1910 y que acabó siendo reemplazado por el legajo personal, que se emplea hasta nuestros días.

La libreta tuvo el defecto de ser demasiado compleja para los propios empleados de la cárcel: debía llenarse con el nombre, número de prontuario, antecedentes legales, delito de que estaba acusado o por el que había sido condenado, si era reincidente, fecha de última entrada, fecha en que pasó a penado, condena, vencimiento, reducciones, otros datos.
Luego de esa información personal se pasaba a los aspectos conductuales: se debía dejar constancia de la clasificación obtenida y la fecha, buenas acciones y recompensas, así como también castigos recibidos.

Los últimos dos aspectos estaban relacionados al trabajo (taller, categoría, tiempo trabajado, cuenta de peculio) y a la educación (grado, resultado de exámenes). Finalmente se adjuntaba una serie de consejos y reflexiones útiles para el penado o procesado: debía tener siempre presente su condición de privación del ejercicio de la voluntad y sometimiento absoluto a la autoridad, reflexionar sobre su delito, ser humilde y respetuoso con sus pares y sus superiores.

Siguiendo ese camino, combinado con el estudio y el trabajo, no tardaría “en despertarse su amor propio” y cada día sentiría “más vivo el deseo de adelantar y pronto empezará su regeneración moral”. Si el penado aplicaba estos “sanos y sinceros” consejos, acabaría convirtiéndose en alguien “respetuoso, obediente, trabajador y estudioso, llegando así a lograr la satisfacción de ver escritas en su cuenta corriente, estas dos palabras que lo dicen todo, y que todo lo pueden: Conducta ejemplar”.

La libreta dejaba constancia de otras aspiraciones de los directivos, relacionadas con el vestuario, la higiene y los deberes en el pabellón y el taller.

¿Qué otras características tenían los detenidos?

Bueno, otro dato es la indumentaria. Los penados no podrían usar otra ropa que la provista por el establecimiento y quedaban absolutamente prohibidos los agregados, “muy especialmente los pañuelos al cuello” que tan comunes eran en los retratos de penados de esa época. Sobre la higiene establecía que los penados deberían lavarse dos veces por día. Los “deberes en el pabellón” eran más bien prohibiciones: no podrían tener objetos prohibidos ni permanecer despiertos luego de la hora del silencio. Los deberes en los talleres se resumían básicamente a obediencia con los maestros y aplicación al trabajo: no debían olvidar que el taller era la escuela donde se les enseñaba un oficio y, en consecuencia, debían “afanarse por aprender y distinguirse por su contracción y hábito de trabajo”. Finalmente, respecto al trato con los empleados y administrativos, la libreta especificaba que, al hablar con “cualquier superior”, debería permanecer “militarmente cuadrado en actitud respetuosa”, “debiendo dar un paso atrás y hacer la venia”.

¿Cómo eran las celdas, qué pasaba ahí adentro?

La teoría penitenciaria indicaba que la celda debía ser el espacio donde el condenado podría dedicar sus horas a reflexionar sobre su crimen y a apreciar el valor de la libertad perdida. Aunque debía ser un refugio solitario para la introspección.

La celda era, junto con el pabellón, el espacio donde más tiempo permanecían los internos y allí podían –si se les permitía– trabajar o leer, sin embargo, en la mayor parte de los casos, el hacinamiento no permitía mucha más actividad que la de respirar o hablar con los compañeros de reclusión.

La penitenciaría rosarina tenía tres pabellones comunes, dos pabellones celulares y tres áreas más pequeñas para menores, enfermos y “distinguidos”.

Para Scaglia desde aquellos tiempos ya podemos observar como solo la gente pobre es la que caía presa. Un sistema pensado para contener la pobreza. La población carcelería, tanto en esta unidad como en el resto del país, solo tenía como población a personas de bajos recursos.

El paradigma de las cárceles fue cambiando con el paso del tiempo, al inicio con la óptica de vigilar y castigar.

La cárcel de Rosario era más innovadora que la que había en Santa Fe. La Unidad 3 fue más de avanzada en su formato. Mientras que en Santa Fe había galpones para detener a los inmigrantes, fundamentalmente.

El recorrido es interesante para saber cómo de entendía a la cárcel en el pasado y cómo se piensan hoy en día. Donde en verdad poco a cambiado en este sentido.

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