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La increíble historia del ermitaño que hace décadas vive en una cueva monte arriba en Tucumán

Pedro Luca tiene 85 años y hace poco menos de sesenta que decidió alejarse de la vida en sociedad. El documentalista francés Mathieu Orcel supo de él, lo encontró, y está rodando “Lejos de los hombres”, un retrato de quien eligió hacer de la naturaleza su propio mundo, un mundo aparte

Belén Canonico / NA

 

El francés Mathieu Orcel llegó a la Argentina en 2001, en un momento crítico del país por la crisis económica y social, pero no fue eso lo que le dio curiosidad como para echar raíces a miles de kilómetros de su tierra natal, sino el pueblo Mapuche.

Con poco conocimiento del español se radicó en Neuquén por cuatro años, aprendió el idioma y las costumbres del pueblo originario del sur argentino y chileno, y plasmó su vida en el documental “Para los pobres, piedras”, que lanzó en 2012. “La crisis, para nosotros los cineastas fue un momento épico, de mucha potencia. Justo cuando salía el nuevo cine argentino y me encantó. Tenía 22 años y empecé mi carrera con esas referencias”, recuerda.

“Argentina me fascinó de entrada por su solidaridad a pesar de la crisis. Desde Francia me decían que veían imágenes terribles en las noticias, pero yo sentí que se vivía la crisis de otra manera, con personas compartiendo casa, sacando adelante fábricas, algo que en mi país no pasaría”, sostiene.

Desde entonces no paró de trabajar y en 2015, mientras filmaba una serie sobre la trata de personas para el canal Encuentro, se topó en un diario con la historia de Pedro Luca, un tucumano octogenario que durante su juventud decidió abandonar su vida en sociedad y se instaló en una cueva a cuatro horas de San Pedro de Colalao. Para Mathieu esa historia merecía ser contada y se puso manos a la obra para dar con el curioso personaje.

“Un año después de haber conocido su historia logramos dar con su sobrino, que nos confirmó que vivía en una cueva hacía más de 40 años. Lo fuimos a visitar, me quedé tres días en la cueva con él, escribimos el guión, lo aprobó el Incaa y empezamos a filmar”, cuenta sobre los primeros pasos que formarán parte de “Lejos de los hombres”, el documental por que el próximamente volverá a Tucumán con la idea de darle un cierre y poder presentar a principios de 2023.

 

—¿Cómo fue el primer encuentro con alguien que justamente se retiró de la vida social?

—Fue muy lindo porque Pedro no es una persona abstracta o antisocial. Antes de instalarse en la cueva en la que está ahora, vivió 15 años en otra. Hace 60 años que se retiró del mundo de los hombres. Sospecho los motivos, pero cuando le preguntás te dice que donde vive es más airoso, hay menos ruido. Nosotros hacemos un cine que pasa por la emoción, no tanto por explicar verbalmente. Por ejemplo, tenemos un primer plano de Pedro en el que conoce la cámara y se lo expliqué como un espejo a través del que yo lo veía. Nos entendimos perfecto porque es pragmático, tiene mucha intuición y se copó con la película, entonces me despertaba a las 4 de la mañana para avisarme que salía a cazar, por si quería acompañarlo con “el espejo”. Todo ese proceso aumentó mucho su interés, porque no le importaba hacer una película de base.

—¿Cuál es la clave para retratar a un personaje de estas características?

—Empecé en el mundo mapuche, estuve 8 meses para hacer las primeras imágenes y eso me construyó a la hora de retratar personajes marginados, sea voluntario o no. Eso me permitió entender cuál es la justa distancia entre dos seres humanos, con uno que observa al otro. Por eso creo que él sintió que había mucho respeto y no había sensacionalismo, porque para mí no es un personaje, es una persona y en esos matices y toda esa sutiliza, fue más fácil por mi experiencia trabajando con poblaciones marginadas.

—¿Pudiste saber cómo era su vida antes?

—Pedro es huérfano, tiene muy pocos familiares, y de muy joven tenía intenciones de irse y viajar. Entró al Ejército, y tengo entendido que viajó por Bolivia. Intuyo –y creo que en el último bloque de rodaje lo voy a esclarecer– que no tuvo una buena experiencia en el Ejército, y que tuvo que desaparecer. Esto es interesante porque eligió esta forma de vida, no es solo una huida. No está en un plan de esconderse, sino que le agarró el gustito a vivir solo en la naturaleza. En realidad no tiene un minuto libre, porque tiene que ir a buscar su comida, la leche, cuida a chivas de alta montaña que se instalaron con él y son como su familia. Él prefiere a esas chivas a la presencia de 3 o 4 personas que para él son muchas personas.

—¿Cómo fue para vos, que vivís con todas las comodidades, pasar tres días en una cueva?

—La cueva es ancestral, es una recova dentro de la montaña. Ahí tiene el fuego, un palo para tender su ropa y una afeitadora vieja. También cuando empezamos a filmar, jugamos con el contraste entre sus cosas y las mías, porque yo tenía una afeitadora eléctrica. En nuestra sociedad hay muchos ruidos, y en su mundo los ruidos son únicamente los de la naturaleza. Igualmente me di cuenta que vivimos todos en una cueva, así sea un departamento, porque es un lugar en el que nos sentimos protegidos, refugiados. Tenemos el mismo comportamiento que Pedro, salvo que en lugar de ir a cazar, vamos al supermercado. Ver a Pedro ahí te recuerda que podemos vivir en la naturaleza sin ningún tipo de asistencia eléctrica o técnica, porque el hombre está hecho para eso. Los tres días que estuve ahí fueron como tres meses, porque sentís que estamos hecho para eso. Con un enfoque antropológico se dice que los primitivos no son “menos”, sino que tienen más relación con la naturaleza.

 

—¿Te pidió algo que le haya gustado o llamado la atención de lo que llevaste allá?

—No, y cuando le preguntás si necesita o extraña algo, te dice que nada. Sí le llevé vino, porque soy de Borgoña originalmente, y tomamos. A veces baja cerca del zoológico del pueblo, donde está el guardíán del que se hizo medio amigo y de vez en cuando le pasa cartuchos para el rifle, vino y hasta algún pucho. Pero no tiene ningún vicio, a los 85 años tiene una vida muy activa. Vive el tiempo presente, no se proyecta a 10 años, ni piensa en lo que va a tener o va a estar. Esas preguntas no existen en un estado de naturaleza y cuando te reconectás con ese ritmo, hace muy bien sacarse las presiones sociales.

—No es algo habitual que alguien se retire de la vida social para vivir en una cueva, pero con la pandemia todos aprendimos lo que es estar aislados; ¿eso te obligó a cambiar el enfoque del documental?

—En cierta parte sí, porque estaba filmando un documental sobre alguien que se retiró voluntariamente de la sociedad y de la civilización, pero con la pandemia me encontré encerrado en el segundo bloque de rodaje. La realidad le dio 180 grados al guión, porque Pedro pasó de ser un marginal que vivía en una cueva a ser el modelo estándar de lo que estábamos haciendo todos en aislamiento.

—¿Cómo resolviste el rodaje a la distancia?

—Un productor me sugirió que me filmara a mí desde donde estaba, y que mandara un equipo remoto a la cueva de Pedro para que fuera a filmarlo y poder comunicarnos por Ipad. Lo pudimos hacer con Mauricio Aciad, que es un camarógrafo que vive en Tucumán. Él logró llegar a Pedro y darle el Ipad, la primera vez que fuimos conoció la cámara y ahora esto.

—¿Qué vas a hacer en tu reencuentro con Pedro?

—El próximo bloque de rodaje es el último y me llevo a Lucy Patane para que capte el ambiente sonoro de él, no sabemos con qué nos vamos a topar, porque siempre la realidad es más fuerte y potente que la imaginación. Vamos a filmar el viaje, el reencuentro y veremos si Pedro está o no. En principio van a ser cinco días de rodaje, está todo diagramado, pero es como si lo hiciéramos en arena, la realidad viene a limpiar todo como una ola cuando estás ahí. La cueva está a 4 horas caminando de San Pedro de Colalao, Tucumán. No es fácil el lugar, es bastante árido y cuando llueve no hay camino. Pedro vive en una ladera de montaña, bien expuesta, en la que puede ver llegar a cualquier persona a la redonda sin ser visto.

—¿Pedro es consciente de la pandemia?

—Cuando llegó el equipo remoto en pleno covid-19, lo saludaron con el codo y estaban con barbijo. Le explicaron que había un virus y Pedro solo dijo: “No hay que temerle a la muerte”. Eso va a estar en la película porque me pareció de una sabiduría muy grande rebajar ese pánico mundial, porque la muerte nos va a llegar a todos. Es más, su sobrino está preocupado y quería comprarle un terrenito para que esté tranquilo, pero Pedro quiere morir en el monte, además después de tanto tiempo no podría vivir en una casita.

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