Julia Solomonoff acaba de estrenar su última película, Nadie nos mira, luego de Hermanas y El verano de la Boyita, sus expresivos y singulares films anteriores. Solomonoff vive y trabaja en Nueva York, aunque también viaja a Buenos Aires y a Rosario, su ciudad natal. Nadie nos mira tuvo su presentación pública mundial, en abril, en el prestigioso Festival de Tribeca, fundado y conducido por Robert De Niro. Allí el film, que cuenta la historia de un actor inmigrante argentino que busca una oportunidad de trabajar en el cine y que también intenta olvidar una historia de amor conflictiva que dejó en Argentina, se llevó el premio a mejor actor, que recayó en manos del protagonista de Nadie nos mira, Guillermo Pfenning, quien encarna a Nico, al que presta una serie de atinados matices que describen una suerte de peregrinaje para encontrar su lugar en el mundo. Lo que fue a buscar no aparece y debe sobrevivir como sea y el cuidado de un bebé es un recurso tan bueno como cualquier otro. Esa relación, la de Nico con el bebé, será crucial en su tránsito hacia los afectos más verdaderos. Al mismo tiempo, desde ese planteo, la película sobrevuela el hoy sensible tema de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, en un momento en que la administración Trump endureció las políticas inmigratorias.
Desde este último jueves, Nadie nos mira está en las carteleras rosarinas y su realizadora vino a presentarla y a visitar su ciudad. En el diálogo que sigue, Solomonoff cuenta pormenores de su nuevo film, a casi diez años del encantador El verano de la Boyita.
—Más allá de que algunas cuestiones iniciales en “Nadie nos mira” dejan entrever que el protagonista está buscando su identidad, lo que surge es que lo que busca en realidad es un lugar en el mundo.
—Sí creo que no lo llamaría identidad, que la tiene relativamente clara, sino que se trata de una búsqueda de pertenencia; es alguien que huye de una situación en la que siente que no puede crecer, que está asfixiado, se va de Argentina con la necesidad de buscar su propia validación, su propio lugar como actor, y cuando se le cae la película que iba a protagonizar empieza a hacer malabares para sobrevivir y para definirse.
—Lo que aparece fuertemente para que él deje su país es esa pena de amor que lo obsesiona.
—Sí, eso es lo que eyecta de Argentina y la necesidad de valerse por sí mismo, porque no sólo es la relación amorosa sino también profesional, ya que Martín es su amante y su mentor, es más grande y tiene poder sobre él y lo define como persona y profesionalmente, es el que lo pone en coma, para decirlo de alguna manera. Nico se va con la promesa de una película que se cae al poco tiempo y debe confrontar no sólo con la sensación de quién es él sino con lo que le pasa en New York: no es percibido como latino porque es rubio, ni como norteamericano ni como europeo porque su acento es muy fuerte, allá no tiene los recursos para tener éxito como actor y termina usando sus cualidades, su talento, para sobrevivir, para poder pasar por determinadas circunstancias. Tiene la ventaja de no parecer un inmigrante ilegal, entonces puede por ejemplo robar cosas y ponerlas en un cochecito, no creo que eso pudiera haberlo hecho en Buenos Aires o en Rosario. Esas cosas uno las hace en contextos en que no es mirado, no es reconocido, creo que si acá se ve a un actor robando un chocolate sería un papelón que al otro día estaría en todos los medios. Allá él tiene libertad y hay un anonimato en esa libertad; por otro lado, al no ser visto se va aislando y quedando solo, se va sintiendo ignorado.
—Hay en el film una “actualización” del tema inmigratorio en Estados Unidos y que se relaciona con la nueva era Trump.
—Esta nueva actualidad no la podía predecir ni mucho menos desear, pero obviamente hace que esta historia sea más relevante y es una situación parecida a la mía o a la de mucha gente que no cruzó a nado o una frontera, sino que llega en avión y que viene de una situación menos urgente. No viene huyendo de una guerra o de una situación de violencia o pobreza extrema, pero al mismo tiempo puede caer en una cierta precariedad. Se trata de gente que quedó forzada a proyectar una idea de éxito en el exterior y es casi como un mandato. Yo la he pasado difícil pero fui afortunada, pero estoy llena de amigos de cincuenta años que ni siquiera tienen su propio departamento, que comparten departamentos.
—Esta historia, ¿podría haber sido narrada con una mujer como protagonista?
—La historia de una mujer enamorada de un hombre casado es bastante común, pero podría haber sido la situación de una mujer migrante. La razón por la cual no quise que fuera una mujer es por la relación con el bebé, porque es una relación muy atípica la que sucede en la película; no se trata de un hombre que quiere ser padre, sino que poco a poco, sin quererlo, él va armando un vínculo más genuino y tierno con el bebé que el que tiene con los adultos; por momentos parece que el bebé lo cuida a él, lo protege, lo conforta, le da el calor que está necesitando. Si hubiera puesto a una mujer con un bebé, nadie va a dejar de pensar que no es otra cosa que un deseo de maternidad.
—Nico, ¿debía pasar por lo que pasó para encontrar más autenticidad como actor y persona?
—Al principio el espectador piensa en por qué no se vuelve si tiene tantos inconvenientes y él se queda y no vuelve por orgullo, por el miedo que tiene a que volver sea retroceder y lo que tiene que descubrir es que regresar no es retroceder, es ir hacia dentro en su caso, pero tiene que atravesar por Martín, no va a poder reencontrarse con otro universo si no rompe con la historia de Martín, y recién ahí estará haciendo realmente la suya.
—Cuando Nico está solo o reflexionando está en lugares periféricos de Nueva York, al lado del río, está dentro de una metrópolis pero a la vez con distancia.
—Para mí era muy importante contar la ciudad desde adentro, no mostrar una postal de Nueva York, no caer en los clisés de esa ciudad, no poner ni Quinta Avenida, ni Empire State, ninguna referencia turística del tipo Times Square en la película. Lo que hay es una presencia del río, del Hudson que para mí es una presencia importante. Yo nací en Rosario y es muy fuerte lo del río, en Nueva York lo tengo a tres cuadras.
—¿Cómo fue recibida la película en el Festival de Tribeca?
—Nos sorprendió mucho el recibimiento que tuvo, se vendieron todas las entradas enseguida, creo que tuvo que ver con que la película habla de otra manera de la inmigración; en una ciudad donde el 40 por ciento que la habita no nació en Estados Unidos, la película termina con un montón de banderitas de toda la gente que participó de distintas nacionalidades, conmovió mucho la película, quizás por este momento político, visibilizar que todos somos extranjeros, no solamente el mexicano que cruza la pared. Hay inmigrantes que llegan en el avión como Nico y que el sistema no reconoce como inmigrantes; mi personaje casi que se aprovecha de eso: gracias a que es rubiecito no está siendo discriminado y no tiene miedo de quedarse en una plaza si llega la policía y en cambio las niñeras salen corriendo.
sobrevivir en nueva York
“El paisaje natural de los actores en Nueva York es que hacen cualquier tipo de trabajo para sobrevivir con el sueño de actuar en Los Ángeles o en Nueva York. En cada bar el mozo es una bailarina o un actor, y algunos siguen y otros quedan en el camino y no lo viven como algo humillante. Lo que pasó es que Nueva York se hizo muy cara, y antes eso era más normal y había más espacio de creatividad, ahora la gente vive obsesionada por cómo va a pagar el alquiler, los alquileres están muy caros para lugares casi subhumanos que cuestan mil dólares por mes y la gente no gana cinco mil, entonces la gente hace sacrificios grandes. Yo me propuse contar una historia de este tipo”.
PRODUCCIÓN INTERNACIONAL
Nadie nos mira tiene producción de distintos países. Solomonoff apuntó: “Filmamos en 2015 cuando no se podía retirar dinero del país, y la película era casi el 50 por ciento de producción argentina. Nos presentamos a distintos fondos e hicimos una coproducción oficial con el Incaa, con Brasil y Colombia; estos dos países me permitían gastar parte del dinero en Nueva York, también contamos con un fondo de Ibermedia, porque en la película más del 60 por ciento de los diálogos eran en español. Luego participaron productores españoles, del Líbano, de República Dominicana y eso representa que la película tiene asegurada distribución y circulación en esos países.