Por Humberto Zambon / vaconfirmamendoza.com.ar
El economista Joseph Schumpeter, a mediados del siglo XX, señaló a la innovación como la dimensión fundamental del desarrollo económico, poniendo el acento en el papel del empresario innovador como agente de ese cambio.
A medida que avanzó la tecnología y los conocimientos científicos asociados, la investigación que culmina en innovaciones productivas debe realizarse, cada vez más, con equipos multisectoriales que requieren más tiempo y mayores costos, lo que tiende a desanimar al empresario privado. Entonces, a pesar que la ideología neoliberal dominante despotrica contra el Estado y considera nociva su intervención en la economía, en todo el mundo el Estado está reemplazando al empresario schumpeteriano y viene a cumplir un papel fundamental en la innovación tecnológica.
Precisamente una investigadora de Sussex, Gran Bretaña, Mariana Mazzucato, brindaba numerosos ejemplos de este fenómeno: la biotecnología y el 75% de las nuevas drogas aprobadas por el Departamento de Salud de Estados Unidos han resultado de investigaciones pagadas por el Estado. Lo mismo ocurre con el algoritmo de búsqueda de Google o con la tecnología que está detrás del IPhone de Apple. Otro caso es el de las técnicas de fractura hidráulica para la explotación de gas y petróleo.
En nuestro país instituciones públicas como Inta en la innovación agropecuaria, Inti en la industrial, Conae para actividades especiales, Conicet en la investigación científica, las Universidades públicas e Invap, verdadero orgullo para los patagónicos, vienen cumpliendo esa función.
El gobierno anterior entendió esta problemática y desde el comienzo de su gestión impulsó el desarrollo de la investigación. En el año 2004 el salario de los científicos aumentó un 50% y se crearon 400 cargos de investigadores y 1.300 nuevos becarios. En los años siguientes se repatriaron 1.200 científicos y se siguieron incorporando, de manera que al finalizar el año 2015 había 9.000 investigadores (en 2003 había 3.600) y 10.000 becarios (1.800 en el año 2003); se construyeron muchos metros cuadrados de nuevas instalaciones y laboratorios y la red de institutos de investigación pasó de 100 a 230. En el año 2006 se creó Arsat (Argentina Satelital) y en el año siguiente el Ministerio de Ciencia y Técnica. Se creó el Instituto Max Planck-Conicet en biociencias y desde Invap se construyeron radares y satélites.
Todo cambió a partir del año 2016. Se suspendió la construcción del tercer satélite argentino que Invap planeaba entregar en 2019 y se disminuyó el presupuesto real para el funcionamiento del Inti, Inta, Conicet y demás institutos de investigación y tecnología. Las universidades nacionales están sufriendo una continua desfinanciación que dificulta su normal funcionamiento.
El presidente dijo, en Bariloche, que no había plata para el Invap, abarcando en esa institución a toda la investigación científica y técnica. En la misma onda, el ministro Lino Barañao dijo antes que “no hay ningún país con un 30% de pobres que esté aumentando el número de sus investigadores”. El periodista Diego Rubinzal (“Cash” 3-9-17) lo desmiente citando al sociólogo Daniel Schteingart: “Con la exigencia de la actual canasta del Indec (que da un 32,2% de pobres), China tiene más del 60% de pobres y en 1996 el 98%. Sin embargo, aumenta el número de sus científicos: según la Unesco tiene el 53% más de investigadores per cápita que la Argentina”.
Considerando que la relación de la población entre China y Argentina es de 81,8 a 1, lo anterior significa que por cada investigador argentino hay 128 chinos haciendo lo mismo. No es difícil adivinar el por qué durante décadas China es el país con mayor tasa de crecimiento de su economía en el mundo.
Mientras tanto nosotros, con el ajuste neoliberal, reforzado por exigencias del FMI, estamos volviendo a los tiempos de Cavallo ¿Recuerda el lector cuando mandó a los investigadores a lavar los platos?
Economista Ex decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del Comahue