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La lectura y escritura en tiempos de redes sociales

El desafío de descubrir daños o beneficios que genera la utilización y aplicación de las nuevas tecnologías en los jóvenes.

Las tecnologías de la información y la comunicación han desembarcado fuertemente en los últimos años Desde entonces, docentes, cientistas de la educación, filósofos, psicólogos e investigadores, entre otros, tratan de esclarecer cuáles son las consecuencias de su aplicación.

Desde los gurúes de las tecnologías, hasta los más acérrimos detractores, han pasado (y pasarán) muchas definiciones que apuntan a desentrañar “daños” o “beneficios” que genera la utilización y aplicación de las Tics (Tecnologías de la Información y comunicación) en los jóvenes.

Una de las preocupaciones de los especialistas, que históricamente ha ido más allá de las tecnologías, es la influencia de las redes sociales, entre ellas, el whats App (la preferida entre los jóvenes) al momento de evaluar cuánto y cómo leen y escriben.

Las definiciones son de las más variadas, entre quienes sostienen que las redes permiten fluidez en la lectura y la escritura, y que además, requieren cierta claridad expositiva, y los que manifiestan que con las redes los jóvenes cada vez leen y escriben menos y peor.

La utilización de páginas web, blog, redes, videos, etc, introduce cambios en las formas de comunicar. La escritora y pedagoga Emilia Ferreiro sostiene que “exigen, en cambio, capacidades de uso de la lengua escrita más flexibles que las que estábamos acostumbrados a aceptar. Hay nuevos estilos de habla y de escritura que están siendo generados gracias a estos medios. Saber navegar por internet ya forma parte de los objetivos educativos declarados o en vías de declaración”.

Estos nuevos “estilos lingüísticos” que circulan por las redes suelen estar viciados de palabras mal escritas que, a entender de algunos maestros, corren el riesgo de transformarse en un lenguaje naturalizado. No obstante ello, los jóvenes que escriben y leen en soportes digitales saben que muchos de los enunciados que circulan por las redes no son “políticamente correctos” en la escuela, y en este sentido, estas expresiones no se integran al lenguaje científicamente establecido.

Desde esta nueva perspectiva de la lengua, el desafío de la escuela es mayúsculo en tanto leer y escribir. Este concepto pedagógico ha sido, y sigue siendo, la función esencial de la educación obligatoria, principalmente en el nivel inicial y primario. Pero no es excluyente. En el secundario y hasta en la educación superior parte del reclamo docente (por el cual muchas veces culpan al nivel anterior) pasa por el grado de lectura y escritura de los alumnos. Tal es así que terciarios y universidades implementan talleres de lectura como parte de la formación complementaria.

La docente e investigadora Delia Lerner dice: “Participar en la cultura escrita supone apropiarse de una tradición de lectura y escritura, supone asumir una herencia cultural que involucra el ejercicio de diversas operaciones con los textos… Ahora bien, para concretar el propósito de formar a todos los alumnos como practicantes de la cultura escrita, es necesario reconceptualizar el objeto de enseñanza, es necesario construirlo tomando como referencia fundamental las prácticas sociales de lectura y escritura.

Poner en escena una versión escolar de estas prácticas que guarde cierta fidelidad a la versión social (no escolar) requiere que la escuela funcione como una micro comunidad de lectores y escritores”.

En este contexto, la escuela será “portadora sana” en la medida que incorpore como objeto de enseñanza las prácticas sociales de lectura y escritura, que en muchos casos pasan por los formatos digitales. Esto no significa resignar la misión científica de la escuela, sino ajustarla a las exigencias que hoy pasan por fuera de las aulas y amenazan con convertirse en un saber paralelo.

La Encuesta Nacional de Hábitos de Lectura, realizada por el Consejo Nacional de Lectura, que también integran el Ministerio de Trabajo, el Ministerio de Desarrollo Social, el Ministerio de Salud, la Biblioteca Nacional, la Conabip, y Radio y Televisión Argentina sostiene que el 90 por ciento de los argentinos lee algún material habitualmente, y contrario a lo que podría pensarse, los mayores de 60 años leen menos revistas, diarios y libros que la franja que va de los 18 a los 60 años.

Otro dato interesante para nuestro análisis es que la cantidad de lectores digitales se duplicó en 10 años pasando del 21 al 44 por ciento. La encuesta refleja otra referencia significativa: la lectura en pantalla amplía la cantidad de lectores, incluso en formato papel.

En efecto, desde el punto de vista de las prácticas un formato refuerza a otro, una vez que se atraviesa el umbral de la lectura, ya sea a partir del papel o la PC, se tiende a leer en ambos soportes. Un motivo más para que la escuela pueda incorporar los soportes digitales, sin abandonar las prácticas de lectura y escritura tradicionales.

Este análisis también pone en el debate, qué tipo de lectura es útil para los jóvenes y cómo se relaciona con la alfabetización. Emilia Ferreiro sostiene que todos los problemas comenzaron cuando se decidió que escribir no era una profesión sino una obligación y que leer no era marca de sabiduría sino marca de ciudadanía.

“Desde sus orígenes, –dice la pedagoga–, la enseñanza de estos saberes se planteó como la adquisición de una técnica: técnica del trazado de las letras, por un lado, y técnica de la correcta oralización del texto, por otra parte. Sólo después de haber dominado la técnica surgirían, como por arte de magia, la lectura expresiva (resultado de la comprensión) y la escritura eficaz (resultado de una técnica puesta al servicio de las intenciones del productor). Sólo que ese paso mágico entre la técnica y el arte fue franqueado por muy pocos de los escolarizados”

El planteo de la especialista nos pone frente a la contradicción técnica – arte y al referirse a éste último, habla de lectura expresiva que se da como resultado de la comprensión. En este punto, algunos docentes marcan sus diferencias con los formatos digitales, y sostiene que las lecturas y escrituras que circulan por las redes sociales suelen tener poco de expresivas y algo menos de comprensivas.

Entonces ¿todo lo que se lee sirve como lectura comprensiva? Lerner dice que “lo necesario es hacer de la escuela una comunidad de lectores que acuden a los textos buscando respuesta para los problemas que necesitan resolver, tratando de encontrar información para comprender mejor algún aspecto del mundo que es objeto de sus preocupaciones, buscando argumentos para defender una posición con la que están comprometidos o para rebatir otra que consideran peligrosa o injusta, deseando conocer otros modos de vida, identificarse con otros autores y personajes o diferenciarse de ellos, correr otras aventuras, enterarse de otras historias, descubrir otras formas de utilizar el lenguaje para crear nuevos sentidos”.

Desde esta definición, la circulación de lecturas por las redes podría adolecer de profundidad, no obstante ello, son parte de las prácticas sociales, en muchos casos valiosas, de la mayoría de los jóvenes que están en nuestras aulas. En este sentido, la escuela como ámbito de lectura y escritura podría lograr (y en numerosas ocasiones lo hace) que las mismas sean prácticas activas donde, como dice Lerner “leer y escribir sean instrumentos poderosos que permiten repensar el mundo y reorganizar el propio pensamiento, donde interpretar y producir textos sean derechos que es legítimo ejercer y responsabilidades que es necesario asumir”.

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