Frente al silencio cómplice del entorno o al retardo de las instituciones para condenar la violencia sexual o las variantes más sutiles de sometimiento que se cobijan en el sigilo de las redes intrafamiliares, la escritura logra activar la potencia liberadora de la confesión y empuja la sanción social, un efecto visible en obras como El consentimiento –en la que la autora francesa Vanessa Springora narra su relación asimétrica con el escritor Gabriel Matzneff– o Donde no hago pie, el flamante texto donde Belén López Peiró vuelve sobre el abuso cometido por su tío.
Cuando lo aberrante tiene lugar al interior de estructuras afectivas asociadas al cuidado y el respeto, tarda en ser identificado como delito. No sólo eso: la instancia judicial, que debería fijar una acción punible, suele aparecer mucho después.
La trastienda horrorosa de las vacaciones
En ocasiones, la confesión que permite empezar a expurgar el trauma arranca como un alegato literario. Así fue el caso de Belén López Peiró, para quien la literatura se convirtió en el espacio donde irrumpió una posibilidad de justicia.
Ocurrió antes de que las instituciones encargadas de impartirla acusaran recibo de su padecimiento y accionaran para reparar un daño que será siempre insondable. La angustia contenida, camuflada bajo la distorsión de responsabilidades que generan algunas historias de abuso, empujó la escritura de Por qué volvías cada verano, donde narra el martirio que sufrió entre los 13 y los 16 años.
En la novela, que circuló silenciosamente hasta que la actriz Thelma Fardin la mencionó como el estímulo que la ayudó a denunciar por violación a Juan Darthés, narra la trastienda horrorosa de sus vacaciones en un pueblo, adonde llegaba cada verano para pasar tiempo con sus primas y amigas.
López Peiró desenmascara al hombre campechano, al comisario de pueblo que apoyaba su arma sobre una mesa de luz antes de acechar a su sobrina, mientras intenta construir un refugio para diluir las injurias de quienes la desacreditan y al mismo tiempo desanclarse del lugar paralizante de víctima.
La prolongación del raid siniestro del abuso
A casi siete años de su denuncia, la causa sigue abierta y el acusado se zambulle en artilugios judiciales para extender su impunidad. Este trajinar es el eje de Donde no hago pie, libro que recupera el episodio para describir cómo se prolonga el raid siniestro del abuso y la castiga con alegatos indignantes y un testimonio que debe volver a dar una y otra vez.
“Es una novela de no ficción centrada en la tradición de denuncia que se abre con Rodolfo Walsh, así como en El adversario de Emmanuel Carrere, que me inspiraron para hacer este libro”, cuenta López Peiró.
En los dos libros la literatura irrumpe en estado de denuncia para condenar no solo al tío abusador sino a la trama de silencios y estigmas que corroe todo intento de resiliencia: allí confluyen una parte del entorno que niega la barbarie ocurrida en esta familia y las instituciones que impiden la sentencia para atenuar el daño de la víctima.
“Mi literatura tiene como materia la experiencia, es decir, qué pasa con las víctimas de abuso sexual, con las instituciones, los familiares, y si bien tiene un efecto reparador, ligado a la posibilidad de nombrar el dolor, es mucho más que narrar una escena personal y tiene que ver con registrar un proceso de profesionalización de mi escritura para adueñarme de mi historia”, señala.
Un inmoral escudado en la literatura
Al otro lado del océano nuevos relatos de abuso hacen pie en el campo editorial para desarmar el dispositivo de poder y prestigio que protege a los abusadores y neutraliza la condena social, dejando al descubierto un doble estándar entre las adhesiones masivas a movimientos como el Mee Too y la indulgencia cuando la acusación recae sobre los favoritos del sistema.
Galia, la hija de Amos Oz –fallecido en 2018– publicó una autobiografía en la que denuncia “maltrato físico y mental continuo” del escritor israelí, que desplegó un sostenido activismo por la paz. “No era una pérdida pasajera de control ni una bofetada aquí o allá, sino una rutina de abuso sádico”, escribe la mujer en su libro Algo disfrazado como amor. “No hay nada más destructivo que el silencio”, sostiene Vanessa Springora, que se animó a contar la trastienda de su relación con el escritor Gabriel Matzneff, hoy de 84 años.
Lo hizo en El consentimiento, una novela que en abril lanzará en Argentina Penguin Random House y donde describe prácticas como su propensión a seducir niños y niñas.
En los 90, algunos años después de que el escritor publicara Los menores de dieciséis años, una exaltación de su fascinación por los niños y adolescentes, el crítico francés Bernard Pivot entrevistó a Matzneff y le solicitó que contara sus secretos de seducción con menores de edad.
Cuando se le reprochó su actitud, llegó a decir: “Por aquellos años, la literatura era más importante que la moral”.
Doblegar al opresor en su territorio
Springora tenía 13 años cuando conoció al escritor, por entonces al filo de los 50. Ella argumenta que esa disparidad generó una abismal asimetría de poder que lo constituyó en manipulador y la relegó a condiciones de sometimiento, como esos adolescentes ficcionales que aparecen en muchas de las obras del narrador, premiado varias veces.
La autora avanza sobre las zonas grises de la historia y plantea que el consentimiento no debería ser el único criterio para determinar si hay abuso sexual. “Se usa eso contra las víctimas. Me detengo en la riqueza semántica del concepto, porque hay mucha filosofía detrás”, dice.
Y agrega: “El consentimiento es una palabra que atenua la gravedad de los hechos. Consentir es decir «sí», pero para poder decir «sí» uno tiene que ser capaz de poder decir «no»”.
Una moralidad permisiva con la intelectualidad progresista
Otro revuelo surgido de un hito literario sacude por estos tiempos a la intelectualidad francesa con el envión suficiente para romper el mutismo que ha favorecido y perjudicado al mismo tiempo a los integrantes de un clan liderado por el politólogo Olivier Duhamel, a quien su hijastra Camille Kouchner acusa de abuso e incesto cometido contra su hermano en su reciente libro La familia grande.
Como en los casos anteriores, la obra ejecuta una doble denuncia: el delito en sí mismo y la condescendencia de un entorno que conocía esta práctica y prefirió mirar para otro lado. En su libro, Kouchner acusa a su padrastro de haber agredido y violado a su hermano gemelo a partir de los 14 años, y durante varios años.
“Yo tenía 14 años, lo sabía y no dije nada”, confiesa la autora, cuya publicación motivó que la justicia parisina iniciara una investigación por “violaciones y agresiones sexuales” sobre Duhamel.
“Muchos lo sabían y la mayoría hizo como si no pasara nada”, asegura Kourchner, tendiendo puentes con la historia de Springora: además de compartir el silenciamiento sobre lo ocurrido durante varias décadas, ambas tramas construyen la hipótesis de una elite que se coloca por encima de los principios morales y justifica los comportamientos más repudiables de sus mejores representantes.