Por: Mariano Hamilton / NA
Lionel Messi debutó en el Inter de Miami con un golazo sobre la hora ante el Cruz Azul, lo que le dio cierta mística a su estreno. Sin embargo, antes de esa aparición extraordinaria que puso otra vez las cosas en su lugar (hablemos de fútbol), hubo que bancarse un despliegue de frivolidades que hizo muy difícil que uno piense que esta excursión de Messi por Estados Unidos es algo más que una maravillosa posibilidad de ganar muchísima plata y un retiro placentero para él y su familia.
Si uno se para a mirar las noticias vinculadas a Messi verá que se abrazó con LeBron James, que Susana Giménez fue a verlo debutar pero que no llegó a la cancha porque estaba resfriada, el festejo del gol de Messi con su esposa y sus hijos, las declaraciones del Kun Agüero sobre la tristeza que le da no poder compartir esta experiencia en la MLS, que la familia Cremaschi (¿quiénes son?) está feliz por la llegada de Messi a Miami y tantas otras cuestiones que le dan contornos nítidos a eso que desde hace algún tiempo llamamos el post fútbol, es decir una etapa nueva para un deporte que amamos pero que ya no será jamás lo que alguna vez fue.
¿Qué está vinculado al post fútbol? Bueno. Messi en Miami es la puesta en escena más perfecta que uno se pueda imaginar. Que el mejor jugador del mundo, siete meses después de haberse consagrado campeón se vaya a jugar a una Liga en donde todo es de plástico y montado exclusivamente para el marketing es una demostración cabal de que las cosas ya no son como antes y que el fútbol ha pasado a un estado diferente que denota decadencia en lugar de virtud. En el deporte ya no importa la competitividad sino el show que se puede montar en torno a una figura.
Desde hace años venimos presenciando la destrucción del fútbol y el triunfo de algo diferente. Una de las señales más claras fue que dejó de importar lo que ocurría durante los 90 minutos para darle paso a lo que se desarrolla entre semana en los programas deportivos de la tele, de la radio y en las opiniones de los periodistas y entrenadores. Vignolo en ESPN con las manos en los bolsillos editorializando al garete es más atractivo para mucha gente que una gambeta de Medina, Barcos o el Perrito Barrios.
El partido ya no interesa. Incluso es poco trascendente cuando se está jugando, ya que el público y el periodista especializado está más atento a lo que pasa en las tribunas, en el banco de suplentes o con los famosos en Twitter e Instagram que a lo que ocurre en el campo de juego. Hemos llegado al colmo de televisar a los entrenadores o al público durante los 90 minutos.
Una de las grandes conquistas del fútbol en el pasado era mantener la intriga. Uno se enteraba cómo iba a jugar el equipo cuando llegaba a la cancha y la voz del estadio anunciaba a los once titulares. Por ahí algún amigo informado aportaba algún detalle del por qué de una ausencia, pero en verdad uno no tenía mucha idea de las cosas y lo único que importaba era el partido de fútbol. Y las charlas de la semana, entre juego y juego, rondaban sobre lo que había pasado en la cancha y, en una de esas, sobre una que otra nota de El Gráfico que nos había conmovido. Más allá de eso, el conocimiento que uno tenía de lo que ocurría en la semana, era periférico.
Hoy en cambio, sabemos todo. Y hasta un poco más. Con quién está de novio un jugador, que equipos lo quieren contratar, si hay internas en el vestuario, si tal o cual fue a una peluquería a hacerse un corte a la moda, si Messi fue al supermercado y qué compró y tantas otras cosas que importan poco y nada de no ser porque la cultura Instagram degradó a las neuronas de los humanos.
Está demás decir que no quiero quedar como un viejo amargado que sostiene que todo tiempo pasado fue mejor. No es así ni un poco. Soy un convencido de que el presente es extraordinario y que el futuro siempre va a ser mejor. Pero eso no quita que uno no pueda tener una mirada crítica sobre algunos aspectos del comportamiento de los humanos.
El otro día hablaba con un amigo sobre esta decisión de Messi de ir a Miami y con mucha razón me dijo: “Es amigo del Kun Agüero, de Tinelli, de Suar, de Diego Torres… ¿Adónde querés que vaya a jugar? Si es un tipo que nació y se formó en la cultura de los 90, en el neoliberalismo menemista y luego se hizo millonario durante la explosión capitalista y consumista española de comienzos del siglo XXI«.
Mi amigo tenía razón: Messi no es Gramsci. Ni tampoco se le pide tanto. Pero muchas veces, a los héroes deportivos, se les reclama que no sólo sean extraordinarios en el área que les compete; se espera algo más de integridad, de conciencia, de empatía con lo que le pasa al resto de sus semejantes. El error, obviamente, no es de ellos. Es nuestro porque muchas veces esperamos algo que está afuera de la Matrix. Messi es coherente con su forma de pensar. Messi es Miami. Tanto como Maradona era Cuba. El que está equivocado es quien firma esta columna.