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La magia rítmica de Manu Dibango ya sólo se escuchará en sus discos

El enorme músico camerunés cuyo tema “Soul Mokassa” se escuchó en los 70 en todos los rincones del mundo murió en París víctima del coronavirus a los 81 años. Fue un propulsor singular de la tradición musical de África

Cuando todavía la world music no se había convertido en la punta de lanza de una pionera globalización musical que descubría al mundo rítmicas hasta entonces desconocidas de países africanos, árabes o asiáticos, en 1972 ya comenzaba a escucharse en Europa, Estados Unidos y América Latina, “Soul makossa”, probablemente el suceso más grande de la música africana del que se tenga memoria fuera de su país.

Cuando el saxofonista camerunés Manu Dibango grabó ese tema nada hacía suponer de la escalada que tendría, ya que en su inicio, en los suburbios de las ciudades africanas se mitigaba la miseria moviéndose a su ritmo, un compendio de notas que podían hasta levantar a un muerto.

“Soul makossa” apareció como lado B de un vinilo simple y apenas traspasó las fronteras del continente negro, Atlantic, uno de los sellos norteamericanos que hoy se llamarían multinacionales, olfateó la proyección que ese tema, que fusionaba suavemente pero con contundencia el soul y el funk, tendría en el universo de los clubes bailables, o confiterías como se llamaban los reductos que estaban en el cenit de las reuniones sociales de esparcimiento a principios de los 70.

Versiones y derechos de autor

Manu Dibango ya había grabado un par de elepés antes de componer este tema pero su música estaba confinada y sólo era un boom en los guetos de su país.

Con la pegadiza “Soul makossa” todo  cambiaría para el saxofonista, su reconocimiento crecería exponencialmente, tanto como las versiones que tuvo el tema una vez que comenzó a circular intentando hacerlo pasar como de dominio público, es decir, para que no se pagaran derechos y cada uno que lo tomase pudiera tocarlo a su modo.

Una década después, en 1982, “Soul makossa” sería la base rítmica, apenas modificadas algunas escalas, de “Wanna be startin somethin”, que el ese momento ascendente Michael Jackson llevaría al cenit junto a las otras canciones que integraban su disco Thriller, uno de los más rankeados de todos los tiempos.

Más acá en el tiempo, las aclamadas Rihanna y Jennifer López hicieron sus propias versiones o samplearon partes del tema.

A Manu Dibango ni siquiera lo rozaron algunas monedas de los derechos que le hubieran correspondido y además le sería difícil lograr que reconocieran su autoría puesto que el músico tenía otro origen, no formaba parte del star-system donde las compañías grabadoras de Estados Unidos situaban a los artistas negros y su destino no sería ese país americano sino Europa, Francia más precisamente porque, como se sabe, Camerún fue una colonia francesa e inglesa hasta la década del 60 del siglo pasado.

Un origen humilde

El saxofonista había nacido en 1933 en Duala, la ciudad más importante del Camerún francés. Gracias a su padre, que era funcionario de la colonia, en 1949 viajó a París con apenas lo puesto, ya que los nativos, aunque cumplieran algún rol en el gobierno colonial, ganaban apenas para subsistir.

Su madre le había hecho la escasa ropa que llevaría en su primer viaje a Europa y en una entrevista de hace poco más de diez años para la televisión francesa lo recordaba del siguiente modo: “Mi madre cosía ropa para nuestro vecindario allá en Duala, lo hacía muy bien, pero la gente le pagaba con especies, era tan poco el dinero que circulaba entre nosotros.

En mi primer viaje yo llevaba una chaqueta y un pantalón que ella me había hecho, y una camisa que usé hasta que se deshilachó; estaba vestido con lo necesario pero no me pude llevar casi nada para comer, sí una bolsa con granos de café que consumí durante el viaje pero nosotros llevábamos la música en la sangre y cuando nos poníamos a canturrear o a sacar sonidos de los objetos, nos olvidábamos de la comida”, señaló sobre su humilde entrada a la metrópolis.

En realidad, Dibango fue enviado por sus padres a hacer su bachillerato –él se había rebelado contra ese mandato y dijo que se hubiera sentido mejor cantando en el coro que dirigía su madre para una iglesia protestante del barrio donde vivía–  que en su ciudad natal sólo podían terminar los franceses o sus descendientes aunque sí se permitía que los nativos viajasen a Francia ya con la mira oficial puesta en obtener mano de obra barata.

Pero ya en París, pronto el joven Dibango dejaría sus estudios secundarios al quedar obnubilado por el universo del jazz, que descubrió de la mano de Francis Bebey, otro camerunés como él, cantautor y periodista, quien fue un verdadero estudioso y recopilador de la música tradicional africana y armador de vastos archivos para la Unesco, hoy una de las fuentes más seguras de documentación de esa cultura musical.

Guerras civiles africanas

De a poco, Dubango se le animó al piano con el que se sintió cómodo al principio. Pero la aparición del saxo y lo que descubrió en ese instrumento lo haría abrazarlo definitivamente.

En Bruselas, donde había conocido a una modelo que se convertiría en su mujer, Dibango hizo migas con Le Grand Kallé, un cantante y director de orquesta congoleño, de nombre verdadero impronunciable y mucho más extenso, a quien se considera el artista que modernizó la música del Congo, y que le ofreció participar como saxofonista en su formación orquestal.

Luego de algunas actuaciones en capitales europeas, Le Grand Kallé tuvo un tentador ofrecimiento para trabajar de forma permanente en Léopoldville, capital del Congo que luego tomaría el nombre de Kinshasa cuando se independizara de Bélgica.

Las continuas guerras civiles luego de la independencia provocaron que el saxofonista probara suerte en Camerún, donde abrió un club nocturno y tocaba junto a un cuartero casi todas las noches.

África estaba convulsionada en los años 60 y Camerún también tuvo sus propias guerras intestinas por lo que el club dejó de funcionar y Dibango volvió a partir a Europa.

Todas las músicas todas

De carácter afable, portando siempre un buen humor, y destacándose en cada ensayo, el saxofonista tocó con artistas variopintos como el también saxofonista y cantante francés Nino Ferré, hacedor de un soul muy singular; el rockero galo Dick Rivers, otra leyenda junto a su compatriota Johnny Hallyday, y al mismo tiempo comenzó a grabar sus propios discos en donde descollaba una fuerte presencia jazzística, de soul y funk, y obligadamente tambores que rescataban la percusión africana.

En esa época incorporó instrumentos como el vibráfono y la marimba a los que ejecutaba con fluidez y armonía envidiables.

Puede decirse que la repercusión de Dibango fue mucho más allá de lo que él se hubiera propuesto, cualquiera fuese ese objetivo. Mantuvo siempre un perfil bajo y cuando se hartaba de las luces europeas volvía a su amada África; ya avanzados los 70 dirigió la orquesta de la televisión estatal en Costa de Marfil durante algunos años.

Grabó siempre con sellos distintos, entre los cuales destacan Island Records, por ese entonces descubridor de talentos ocultos, y luego con algunas discográficas más especializadas como Stern’s.

Tocó también reggae, como puede escucharse en su encantador <A la Jamaique< y ya en los 90 hizo una de sus giras más extensas junto a los Fania All Stars rock, la gran formación neoyorkina que ensamblaba magistralmente rítmicas de jazz, mambo, soul y rock.

De la misma época es la grabación del magnífico disco CubAfrica, que llevó a cabo junto al Cuarteto Patria del guitarrista cubano Elíades Ochoa. Finalmente, el autor de “Soul mokassa” sería más reconocido en Francia que en su propio país y el Ministerio de Artes y Cultura galo le propuso hacer una documentación sonora de las distintas etnias de Camerún, un trabajo que plasmó en forma de un disco triple que llamó Fleurs musicales du Cameroun, un material colectivo único en su tipo y que puso a Dibango en un sitial de honor también en su patria.

En 1992 grabó Wakafrika un disco con la participación de grandes estrellas de la música internacional y en pleno auge de la world music.

Allí participaron Peter Gabriel, Youssou N’dour, Papa Wemba, Fela Kuti y Sinéad O’Connor, entre otros, autores reconocidos que influyeron para que Manu Dibango ya fuese considerado un artista internacional.

Sin embargo, al volver a escuchar “Soul mokassa” en su versión original, ya puede intuirse una proyección musical que rescata la tradición africana con la modernidad originada en el desplazamiento de los africanos cantando sus penas por el mundo.

A los 81 años, Manu Dibango fue la madrugada del martes en París una de las víctimas fatales del coronavirus luego de pasar seis días internado. Un lamento que el mundo tendrá al perder a un gran representante de los ritmos africanos.

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