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La “maldición” de Pompeya cae sobre quienes sustraen objetos arqueológicos

La devolución de fragmentos de piezas antiguas que turistas se llevaron de la ciudad sepultada por cenizas vienen junto a misivas donde se alude a las desgracias sufridas luego de esos episodios y a la creencia de que provocaron un maleficio en sus vidas

La muchacha que era en ese entonces no resistió a la tentación de llevarse un trozo de historia de Pompeya y cargó en su bolso dos restos de mosaico, un fragmento extraído de una pared de una casa romana y dos pedazos de ánforas.

La canadiense Nicole, que tenía 21 años cuando visitó Pompeya, regresó a su país entusiasmada con la idea de que poseía un pequeño tesoro milenario que “ninguna otra persona podía tener”: restos arqueológicos de la antigua ciudad romana sepultada por la erupción del Vesubio en el 79 d.C. Pero desde entonces su vida cambió; tuvo dos tumores de mama, problemas económicos familiares y otras desventuras.

La joven canadiense pensó que una “maldición” se había apoderado de ella. Echó la culpa de sus desgracias a esos objetos robados, que le transmitieron “mucha energía negativa”. Ahora los ha devuelto porque está convencida que solamente le han traído “mala suerte”. Nicole lo contó todo en una carta que, en un paquete con los restos arqueológicos robados, mandó a una agencia de viajes de Pompeya.

En el mismo paquete había otra carta, también escrita en inglés, en la que un matrimonio canadiense pedía perdón por otro robo y devolvía unas piedras robadas de Pompeya. El envío era anónimo. Solo había un sello canadiense en el paquete. El propietario de la agencia de viajes, no tan sorprendido por el contenido sino porque le hubiese llegado a él, lo entregó a los carabineros (fuerza de seguridad de la zona).

En una entrevista que le habían hecho para la televisión francesa en 2010 acerca de qué es lo que más atraía de Pompeya, el agente de viajes dijo que cada vez creía más en que lo que animaba a la gente a venir era la posibilidad de llevarse algo original de la época en que el volcán Vesubio cubrió las ciudad con pómez y ceniza.

Y acotó que sabía por funcionarios de la ahora moderna ciudad de Pompeya que muchas de esas piezas que habían sido sustraídas del Parque Arqueológico, volvían por algún medio a su lugar de origen de cualquier modo, devueltas por los mismos que se las habían llevado.

El motivo, se creía, era que la gente que las tomó pensaba que estaban “malditas”, que llevaban consigo una suerte de maleficio que provocaba distintos padecimientos. Las misivas que a veces acompañaban las devoluciones coincidían en ese aspecto. Lo que el agente de viajes no sospechó es que esta vez él sería el depositario de los mosaicos robados.

Maldiciones y desgracias

En la carta, la mujer canadiense cuenta la maldición que la persiguió tras su viaje a Pompeya; admite “haber aprendido la lección” y expresa su arrepentimiento. “Ahora tengo 36 años y he tenido cáncer de mama dos veces, la última acabó en una mastectomía doble. Mi familia y yo también tuvimos problemas económicos. Somos buenas personas y no quiero que esta maldición pase a mi familia o mis hijos. Por ello, perdónenme por el gesto que hice años atrás, aprendí la lección, estoy pidiendo el perdón de los dioses.

Solo quiero deshacerme de la maldición que ha caído sobre mí y mi familia. Lo siento mucho, un día volveré a vuestro bello país para disculparme en persona”, concluye la carta pegada a la caja que guarda los trozos de mosaicos y los del ánfora.

En el mismo paquete había otra carta de un matrimonio también canadiense llamados Alastain y Kimberly. También ellos estuvieron en el Parque arqueológico de Pompeya y quisieron llevarse un recuerdo de su visita.

En su carta también ambos piden perdón: “Les devolvemos estas piedras que mi esposa y yo tomamos mientras visitábamos Pompeya y el Vesubio en 2005. Las cogimos sin pensar en el dolor y sufrimiento que estas pobres almas experimentaron durante la erupción del Vesubio y la terrible muerte que tuvieron. Lo sentimos y por favor perdonadnos por haber tomado esa terrible decisión. Que sus almas descansen en paz”, escribe en su carta el matrimonio canadiense.

Nace otra leyenda: la venganza de Pompeya

Como se dijo, no es nuevo el fenómeno de devolución de restos arqueológicos robados en la antigua ciudad romana. Pompeya ha dedicado incluso un área a esos objetos restituidos, constituyendo una especie de museo. Incluso se llegó a hacer una exposición con el humorístico título de “Lo que me llevo de Pompeya”.

Entre las cartas recibidas en el pasado está la de un turista español, Jordi, que había robado un trozo de escayola decorado: “Lo devuelvo porque ha sido la causa de desventuras y desgracias familiares y de que mi país haya caído en un profundo desastre político y económico”. La carta estaba fechada en 2009, cuando España entró en una terrible crisis económica y ocurrió el fenómeno de los desahucios, cuyas imágenes dieron vuelta al mundo mostrando gente que se ahorcaba antes que la desalojen por no poder pagar las hipotecas de sus viviendas.

En 2018, Manfred, un ciudadano alemán de Stuttgart, devolvió un trozo de mampostería etrusca de una columna que se había llevado tres años antes.

La pieza estaba en una caja y tenían también un sobre con una carta donde el “ladrón” confesaba que era un jugador de casino empedernido y que sabía que eso significaba ganar algunas veces y perder otras, pero que luego de llevarse el pedazo de columna y guardarlo en su casa, nunca más había podido ganar y ya estaba casi en la ruina por las deudas que había contraído para seguir jugando. Con esa devolución  –decía– esperaba que cesara la maldición que había caído sobre sus espaldas.

Algo similar había pasado con Alessandro, un corredor de autos de Roma que devolvió unos dedos de pie de una figura humana que se había llevado durante una visita a Pompeya.

En un escrito enviado por correo junto a la pieza, el conductor de algo así como un “Turismo carretera”, apuntaba que desde que se llevó esos dedos nunca más había podido ganar una carrera y que además sus vehículos siempre tenían alguna falla que no había sido detectada y un par de veces hasta había estado a punto de matarse.

Un mito que se alimenta con coincidencias

Mucho se ha escrito y el cine dio habida cuenta sobre la maldición de Tutankamón, la venerada momia egipcia, o la venganza de Moctezuma, el rey azteca. Abundan las leyendas sobre las desgracias que caen sobre turistas aprovechadores o contra los profanadores de excavaciones arqueológicas que se llevan todo tipo de piezas, muchas de valor incalculable y hasta se sabe de un mercado ilegal para vender y comprar.

Ahora parece ser que se agrega Pompeya a la lista de los lugares “malditos”. La ciudad y sus habitantes sepultados cuando el monte Vesubio vomitó su roca ardiente hasta una distancia de más de 20 kilómetros de sus laderas, parece posicionarse como un lugar cuyo pasado de ruinas arqueológicas quiere permanecer intacto, atesorando un episodio histórico que sacudió al mundo de entonces e impregnó por su magnitud y características la misma historia italiana, europea y mundial.

Más allá de que turistas “enamorados” de ese pasado se hayan llevado algunas partecitas y le atribuyan luego el poder de influir sobre sus vidas de un modo determinante, lo cierto es que la suma de coincidencias alimenta el mito que comienza a formarse: la “venganza” –porque con ese término mencionan los graves o engorrosos sucesos quienes escriben las misivas que llegan con las piezas devueltas– de los habitantes de Pompeya, y del mismo lugar, que “tapan” con mala suerte a quienes se llevan un trozo de sus restos arqueológicos milenarios.

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