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La masacre en la Cañada donde nunca estuvo Gómez, a la que faltó sin aviso y con traición Justo José

Tomados por sorpresa mientras seguían esperando a Urquiza. El general Venancio Flores los pasó a degüello, sin piedad. El sueño federal quedó teñido con la sangre de 300 hombres. La violencia se instaló como signo de la dominación del puerto. Sobrevivieron los hermanos Hernández y Leandro Alem
Por Aníbal Ignacio Faccendini – Especial para El Ciudadano

 

La diáspora cubría a los soldados, el líder había abandonado la conducción. Los derrotados son los vencedores, desde San Nicolás regresaban a la zona de la que ellos se consideraban fracasados. Avanzaron sin piedad, con mucha crueldad, portando patente de corso de la violencia peyorativa de una infundada superioridad. Pavón había quedado bajo el manto del federalismo popular traicionado.

El 17 de septiembre de 1861 será la fecha fatídica de la tragedia argentina. Se van a cumplir 160 años, muy pocos para un pueblo y una inmensidad para el dolor de la traición inesperada.

¿Seguimos esperando?, se preguntaron los dos, se preguntaban los 300.

Está cálida la noche, dijo una voz disipada por la luna. La pregunta siguió rondando la cabeza, las cabezas de cientos de soldados vestidos con la cinta roja del federalismo. Se decían Leandro, José y el propio Benjamín: ¡el hombre ya va a llegar! Era una esperanza sin espera. La realidad golpeaba las conciencias, golpeaba la credulidad. Cuánto cuesta ver la realidad, pero más el engaño que a si mismo se producen las personas.

El suelo era duro, pero más duro era lo incierto. Buscaban entre los cigarros el humo necesario para pasar la noche.
No hubo un día, un sólo día, en que los azules con la cinta roja cuestionaran la espera. La esperanza, ella, seguía incólume. Esperanza entera, sin lesiones ni lanzas que la atravesaran.

Erguidos sobre sus ideas de que en la Nación las decisiones no surgieran en solo lugar. Fundados y enfundados en una convicción: la comunidad nacional pertenecía a todos y no al puerto. Los barcos de Buenos Aires podían esperar, los ideales no.

Leandro porfía esperanza

Leandro pinta el desencanto en sus sueños, en su cara: la llegada que nunca llega. No vienen los vientos del este.
José lo mira, ¿vendrá lo que esperamos?

La esperanza está rota, pero insiste en que existe una luz. No hay iluminación, solo la dominación de Buenos Aires.

Otro día ha pasado y no ha tragado la espera. Leandro, enérgico, levanta el ánimo y José hace suyo ese espíritu.

Se viene la noche, oscura y unánimemente sigilosa, todos los votos están echados. Lo esperado no aparece. Se dibuja bajo las angustiantes estrellas de una noche de Cañada, sí, de la Cañada de Gómez, la enorme figura de la desazón: la certeza de una realidad que se reniega por propia naturaleza. Que se la niega. ¿Quién quiere ver la realidad?, se cuestionan los 300. Benjamín, Leandro y José se baten en sangre amotinada ya por la desesperación.

Justo José no se aviene a la Cañada, Urquiza hace ausencia para una llegada que no prospera.

Se viene la noche, las sombras sobre los 300 que querían un país sin centralidad, o que la centralidad sean todas las provincias. La materialidad de una violencia y una guerra civil que no da respiro para la paz. El puerto invadió, los unitarios mandaron a un extranjero para ejecutar las muertes telúricas de la cultura federal. La cinta roja cae. Las espadas federales están dormidas.

Es tarde, muy tarde, no llega nunca Urquiza y 300 soldados federales son degollados en Cañada de Gómez, una masacre.

El que llegó, sí, es Venancio Flores, ex presidente de Uruguay bajo las órdenes de Mitre. Hombre fundante de uno de
los genocidios argentinos del siglo XIX. Los federales no llegaron a ser los espartanos, porque no les permitieron defenderse.

El odio con superioridad encarnada de los porteños llegaba para quitar la vida a unos pocos hombres federales que resistían en la Cañada que nunca tuvo a Gómez, que nunca lo tuvo a Urquiza en su geografía.

Mitre avanza y uno de los talentos más grande del Río de la Plata, Sarmiento, con una arrogancia de la violencia sin culpa, le dirá que no escatime sangre gaucha.

Los 300 de 1861

El 22 de noviembre de 1861, en Cañada de Gómez, se produce la matanza de los 300 federales a manos de los unitarios liberales porteños. Se van a cumplir 160 años.

Hay confusión, los unitarios liberales han caído sobre los federales aún esperanzados. Ahora, con ellos absolutamente desarticulados, solo es la impotencia la que reina en todos sus cuerpos.

Leandro, Benjamín y José se baten en lucha contra los mitristas. Están en desventaja, la sorpresa siempre pone en desventaja al sorprendido y más cuando los sorprendentes tienen odio, violencia y pérdida de toda piedad.

La derrota es atrozmente irremediable. Leandro Alem, futuro fundador de la Unión Cívica Radical, y José Hernández, fundante de la literatura argentina, logran salvar sus vidas a girones.

El sueño federal ha sido derrotado .

El proyecto de José Hernández y Leandro Alem es pisado por la avalancha de violencia y escarnio de los liberales de Buenos Aires.

La historia Argentina es una historia de violencias del dominante.

Asesinato del general Venancio Flores, el degollador de Cañada de Gómez (Óleo de Juan Manuel Blanes).

 

Enumeremos algunos casos: la conquista hispánica, la conquista del desierto, la masacre de los pueblos originarios, las guerras civiles del siglo XIX, la Semana Trágica del 7 al 14 de enero de 1919 con 700 personas asesinadas, los 1500 asesinados de la Patagonia Rebelde entre 1921-1922, la masacre del 16 de junio de 1955 con más de 309 personas asesinadas, los acribillados en los fusilamientos de 1956, los 30 mil desaparecidos bajo la dictadura cívico militar imperante entre 1976 y 1983, los 22 muertos en el atentado de la embajada de Israel el 17 de marzo de 1992, las 85 personas asesinadas en el atentado a la Amia del 18 de julio de 1994 y los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001 con 39 vidas robadas.

Solo algunos casos. Es la cultura de la violencia de la dominancia argentina sobre el pueblo. Grave y de lesa humanidad. En la Argentina, muchos de estos crímenes han devenido en impunidad. Necesitamos una pedagogía central y muy activa sobre la violencia en el país, que por lo menos permita responder a aquellos que sin saber todo lo sucedido dicen muy displicentes que nuestro país es pacífico. Solo la memoria con justicia social nos dará la paz con esperanza.

La violencia recordada es lo que permite la paz valorada.

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