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La memoria colectiva guarda a Viejo y Carlón

En el juicio que se llevó adelante en los Tribunales Federales, las condenas contra los asesinos dejaron sabor a poco.

A Osvaldo Cambiasso le decían El Viejo. El apodo se debía a que en la década del setenta los militantes apenas cruzaban la adolescencia y él pasaba los 30. En el 83, cuando el país se preparaba para la democracia, dirigía el movimiento Intransigencia y Movilización Peronista. El 14 de mayo de ese año, su destino se cruzó con el de Eduardo Pereyra Rossi, que era referente de Montoneros en Buenos Aires. Fue en el bar Magnum de Córdoba al 2787, en el macrocentro de Rosario. El encuentro tenía un objetivo: organizarse políticamente para la democracia, que ya era casi un hecho. Cinco hombres de civil armados los secuestraron. Eran los últimos coletazos de la dictadura. Dos semanas antes había sido asesinado otro referente político en Córdoba, Raúl “Roque” Yager. Los tres dirigentes se preparaban para llegar a las urnas con fuerza política; a los tres los aparatos de la dictadura que estaban activos, los aniquilaron.

Sabor a poco

En el juicio que se llevó adelante en los Tribunales Federales, las condenas contra los asesinos dejaron sabor a poco. Fue un largo camino para que esas muertes encontraran justicia, ya que la investigación estuvo paralizada por más de dos décadas, a partir del dudoso sobreseimiento de Luis Abelardo Patti. Pero en 2005 la investigación fue reactivada por los querellantes y el fiscal federal Juan Murray y finalmente la causa llegó a juicio. Pese a que se esperaban diez perpetuas, además de Patti sólo fueron condenados Juan Amadeo Spataro; el jefe del Destacamento de Inteligencia 121 de Rosario, Pascual Oscar Guerrieri; y el teniente coronel y 2º jefe del Destacamento de Inteligencia 121 de Rosario, Luis Américo Muñoz. El tribunal absolvió al ex presidente de facto Reynaldo Benito Bignone; al jefe de Departamento III de Operaciones del Comando del II Cuerpo del Ejército de Rosario, Rodolfo Jorge Rodríguez; y al personal civil (PCI) del destacamento de Inteligencia 121 de Rosario: Carlos Antonio Sfulcini, Walter Salvador Pagano, Juan Andrés Cabrera y Ariel Antonio López.  Quizás porque eran dos las víctimas y porque muchos de sus compañeros estaban vivos, durante el juicio se reconstruyó la vida de estos hombres, pero también el pensamiento de los dirigentes que peleaban por modificar una realidad injusta impuesta a fuerza de balas y muerte. También se supo que había civiles que colaboraban con la dictadura: los testigos contaron que a Carlón y al Viejo los llevaron a un galpón de zona sur, cedido por su dueño, donde los torturaron antes de dejar los cuerpos en la localidad de Lima. Allí, fingieron un enfrentamiento.

El camino de las urnas

Los dirigentes se juntaron para armar una alternativa que los llevara con todos sus compañeros a las urnas, apenas asomaba la democracia, pero un grupo parapolicial o paramilitar terminó con sus vidas. Uno a uno, los testigos fueron narrando los días de los dirigentes asesinados, pero también los perfiles de los hombres que no creían en las armas y buscaban en la política una alternativa para seguir. El Viejo, que pasó nueve años de su vida preso en las dictaduras de Lanusse primero, y en la última después, estaba muy deteriorado. Tenía un soplo en el corazón y problemas de presión que no le permitieron hacer el servicio militar. Y tomaba medicación, que era suspendida  cuando era detenido. “Cuando salió, él empezó a hacer una vida política, a reclutar compañeros. Puso su taller de fotomecánica con el que se ganaba la vida. Venía a Rosario (vivía en Pérez) todos los días en el Fiat 1500 de mi padre. Y cuando viajaba a Santa Fe, veía que lo seguían por el espejo”, dijo Ethel, la hermana de Cambiaso, en el juicio.

Un dirigente de altura

Francisco Claric conoció a Osvaldo Cambiasso en la década del 70. Y contó que en la dictadura de Lanusse, Cambiasso fue torturado. “Hasta le dio un paro en la parrilla donde lo picanearon”. Lo detuvieron otra vez en un hospital de Reconquista donde llegó con la pierna y las costillas quebradas por un accidente. De allí se lo llevaron a la cárcel de Coronda, donde le negaron la atención médica con el objetivo de que muriera. Sólo pudo curar sus quebraduras, que le dejaron una renguera de por vida.  “Yo caí preso en el 73 y algunos de los guardias nos dejaban hablar con él. Me contó que lo había visitado un militar y le dijo que él tenía un problema serio y era que generaba mucho consenso entre nosotros, que tenía más consenso que (Mario) Firmenich. Estando como estaba, nos alentaba a seguir, con una sonrisa que en el encierro era una caricia al alma”. Claric entendió rápidamente que la altura de Cambiasso como dirigente era un problema. “Me quedó claro que lo iban a terminar matando porque no soportaban el nivel de dirigencia que tenía. Buscaban una eliminación psíquica y física de los militantes. Lo llevaron a Rawson, a Caseros. Lo liberaron antes, no sé por qué. Él era capaz de juntarnos a todos, incluso a los que estábamos presos. El 20 de noviembre del 82 salió en libertad”. Carlos Hugo Basso recordó que Carlón y El Viejo eran sus jefes en la organización Montoneros. “A Carlón lo conocí en el 80, estuvimos en México en el 81 y en San Pablo en el 82. Cuando volvimos lo conocí a Osvaldo, enseguida alquilamos el local para Intransigencia y Movilización Peronista y otro donde pusimos el taller de fotomontaje”. Todos estaban vigilados y Carlón seguía en la clandestinidad. “Para los compañeros con más experiencia, ser los referentes era muy riesgoso. Montoneros sumaba su fuerza al IMP y se habían reunido varias veces con Raúl Yager (asesinado  en Córdoba antes que ellos). Nosotros discutíamos cómo sumarnos a la vida política. Yo fui a despedir a Osvaldo como lo que era, un jefe Montonero”.

Seductor y generoso

A Pereyra Rossi lo conocían como Carlón, porque se hacía llamar Carlos de Merlo. Nació en La Plata. En esa localidad del oeste bonaerense desarrollo gran parte de su militancia. En Montoneros llegó a ser parte de la conducción nacional. Fue estudiante de Filosofía, y después de pasar varios años preso logró salir del país en 1977 y seguir la lucha desde México, coordinando prensa y difusión. Volvió al país con la “contraofensiva” de 1980 con el grado de oficial superior y el cargo de Segundo Comandante Montonero. También se le atribuye la creación de Intransigencia y Movilización Peronista, que determinó el encuentro con Cambiasso en el bar Magnun. Uno de los momentos más emotivos del juicio tuvo como protagonista a su última mujer.

Stella Ceresetto conoció a Carlón en Cuba, en el exilio, en el 80, cuando ella trabajaba en una guardería de niños argentinos. Fue amor a primera vista. “Era muy seductor y generaba mucho afecto, incluso en los niños. Yo tenía la fantasía de que era un comandante. Pero a él le gustaba el rock, escribir poesía, era muy alegre, pese a que le habían matado dos mujeres”. Eran jóvenes en los 70 pero la vida se vivía con apuro. “Yo me había casado con un compañero en el 75, a los seis meses nos detuvieron y la separación fue por carta y duró años. Era una situación compleja”.

Carlón volvió primero a la Argentina y después lo hizo Stella. “Vivimos un tiempo en Capital Federal y nos vinimos a Rosario 20 días antes de que lo mataran”. Stella recordó que cuando lo asesinaron a Yager, Carlón le dijo: “Si quieren, en una semana nos matan a todos”. “Yo llegué con una idea de seguridad, pero había un clima de distensión que para mí era un descuido, no se tomaban las mismas precauciones”, relató.

Y agregó: “Desde que supe que tenía que declarar, no me para de funcionar la cabeza, tantos años y el sentimiento intacto, es como si él me diera energía para hablar. Él se jugó para tener lo que tenemos ahora”.

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