Por Gustavo Galuppo, especial para El Ciudadano
Un cubo negro de un metro ochenta de lado. Sólo esa forma dispuesta frente a la mirada del observador. Frustración, en primera instancia. ¿Qué ver allí? ¿En qué punto ese objeto por sí mismo, por su sola existencia y por su misma presencia se convierte en un hecho artístico, en una experiencia perceptiva? Tal cubo negro es, realmente, una obra de existencia legitimada institucionalmente en el campo artístico del llamado minimalismo. Un objeto perfectamente geométrico, sin otra resonancia aparente que la de su misma conformación, que la de su perfecta configuración cúbica, repetible, fácilmente multiplicada sin más destreza que la de un diestro artesano. Un cubo negro, nada más. ¿Qué, de allí, nos puede interpelar como participantes de una experiencia artística? ¿Qué nos devolvería la mirada? El volumen y el vacío, tal vez. Allí una dicotomía. La puesta en funcionamiento de una concepción dialéctica de la percepción. Percibir lo obvio (el volumen que ocupa el espacio de un contexto adecuado), y ser concientes de lo que ese volumen implica, lo que oculta y muestra en un mismo gesto (su interior, el vacío que ha de ser llenado, en este caso, sin omitir el dato antropomórfico: el metro ochenta, altura de un humano, y profundidad al que se enterraría un cadáver). El vacío dentro del volumen y la muerte. Interpelación de una mirada que se activa dialécticamente. Un más allá de la pura presencia dialoga con la postura tautológica y la mirada es devuelta, interrogada. Lo que vemos, allí, también nos mira, pero desde un ángulo impensado, desestabilizador. Girando un poco sobre este punto de apoyo, sobre esa obra y sobre otras ligadas al minimalismo, George Didi-Huberman desarrolla en Lo que vemos, lo que nos mira un complejo acercamiento a esa experiencia perceptiva que bascula permanentemente entre la tautología y la creencia. Entre ver simplemente lo que hay, lo que se nos presenta, y percibir eso que no está, eso que se referencia apenas pero en lo cual es necesario depositar una creencia, una fe, como quien descubre la tumba de Cristo vacía (justamente, el vacío englobado por el volumen) y de allí infiere su resurrección.
Didi-Huberman es uno de los más lúcidos ensayistas contemporáneos sobre la historia del arte, estableciendo en su vasta obra una compleja visión analítica que se puede apoyar tanto en el psicoanálisis como en la filosofía. En este libro propone un acercamiento fenomenológico a la experiencia del minimalismo; lo pone en perspectiva desde el lugar de la mirada que, ante al producto concreto de sus concepciones, se abandona al sólo hecho de situarse espacialmente frente a esos objetos áridos, desprovistos de cualquieAsí, los primeros capítulos abordan con claridad dos posibles actitudes adoptadas frente a tal situación de orfandad perceptiva: la tautología y la creencia. La actitud tautológica sería la de aquel que, ante esos acontecimientos puramente geométricos, sólo se contenta con ver lo que hay, lo que se presenta ante su mirada presumiblemente objetiva: el objeto estéril, su pura presencia, el volumen sin más. Mientras que la actitud ligada a la creencia sería la del otro que, ante ese mismo volumen, “cree” en lo que existe más allá de él, en su interior, en lo que podría contener, en el vacío que esta geometría contiene y en todas las resonancias que esta ausencia dispara sobre la percepción. La muerte allí, de algún modo, se presentifica en forma de pura ausencia. r tipo de imaginería: objeto puramente específico, reducido a su presencia, sin temporalidad, sin detalle, sin significaciones posibles. “Lo que ves es lo que ves”, sentencia Frank Stella, uno de los artistas abordados a partir de su obra.
La estructura progresiva de este libro genera, a pesar de su extrema complejidad, una extraña sensación de arrebato hacia las posibilidades abiertas por el análisis y su insospechado devenir en el transcurso de las páginas. Cada capítulo avanza hacia un territorio impensado, profundizando el tema hasta el punto de exceder el objeto de su análisis (el minimalismo) y convertirse en una reflexión a veces intranquilizadoramente críptica (por la complejidad de su abordaje, por los alcances y las referencias del análisis, desde Freud hasta Marx y Benjamin) sobre nuestra percepción increpada en la situación de ese visionado aparentemente estéril.
Desde el cuarto capítulo, el análisis se torna más complejo y comienza a plantear una dialéctica de las dos actitudes. Tautología y creencia. Distancia y cercanía. Ser presencia y ser ausencia. Ser y significar, más allá de las arbitrariedades del juego propuesto (juego infantil, freudiano, de alejar/esconder el objeto de juego y volver a traerlo tirando del hilo, finalmente la madre, no otra cosa más que poner en juego el temor a la pérdida).
Cabe destacar la creatividad extrema y la audacia de un texto que excede a sus implicancias analíticas. Comenzar este ensayo con la figura de Stephen Dedalus, del Ulyses de Joyce, frente al mar (viendo allí, en esa masa líquida amorfa no otra cosa más que la muerte de su madre), y dirigirse a la obra de Franz Kafka, con el episodio “Ante la ley”, de El Proceso (esa puerta que promete tras de sí una revelación final nunca cumplida), pone de manifiesto la mirada tan lúcida como poética de un ensayista poco frecuente, y el alcance de un texto que se desborda a sí mismo conformando un panorama tan profundo como bello.