El hermetismo natural –que algunos aumentan con frondosas especulaciones y leyendas– alimentó el martes todo tipo de explicaciones sobre los cambios en la cúpula de la ex Side y, por extensión, del gabinete de la Presidencia. Agregar más presunciones a tramas improbables fuerza a encontrarle alguna razón a los cambios, por lo cual es mejor limitarse a interpretar los datos inmediatos de la conciencia.
Primero, la intervención de la Secretaría de Inteligencia por dos funcionarios de confianza de Cristina de Kirchner. Uno es de vieja data, como Oscar Parrilli, quien ha estado en la Secretaría General de la Presidencia desde 2003, cuando asumió Néstor Kirchner. Entre las funciones que tiene esa oficina, además de la logística y, diría Juan Perón, las tres tareas básicas del ABL, figura una que es clave: el manejo de los fondos reservados de la jefa del Estado y de los funcionarios del área presidencial.
La confianza en el neuquino está probada después de 12 años en esas manualidades discretas que son el “cutting edge” de todo gobierno. Es un asunto también envenenado por leyendas y fantasías, porque esos dineros son para uso de la cúpula de un gobierno que tiene partidas para gastos que, en otros tiempos, sólo salían de esos fondos de culebras. Desde la administración aliancista hubo recortes sobre las partidas reservadas y eso provocó más de una crisis entre los beneficiarios. La más notable fue, gobernando Fernando de la Rúa, la que provocaron agentes del espionaje estatal que dejaron de disponer de esas franquicias.
En los años que siguieron, esas partidas fueron recortadas en presupuestos ajustados y eso puso en valor algunas reparticiones que las conservaron, por la naturaleza de sus funciones, como la Secretaría de Inteligencia, la dirección de Inteligencia Militar de la cartera de Defensa –cargo que llegó por eso a ser uno de los más expectantes de la grilla estatal–, la Cancillería y, claro, la Secretaría General. Darle a Parrilli ahora el control de la Side parece distinguir la prudencia que, según Olivos, ha tenido en esos manejos discretos.
El hermetismo de la misión de los espías suele encriptar lo que ahí se hace a tal punto que hay presidentes que no lo llegan nunca a conocer en detalle. Algunos quizás prefieren no saberlo y eso ha hecho circular la frase cinematográfica de los espías: “¿Se lo decimos al presidente?”.
Ilustra esa circunscripción la investigación sobre los fondos del espionaje en la pesquisa sobre los sobornos que, se decía, había pagado la administración De la Rúa a senadores peronistas a cambio de la aprobación de la reforma laboral de 2000. Hubo allanamientos en 25 de Mayo, delaciones, arrepentidos, se autorizó a funcionarios del espionaje a quebrar el secreto para que declararan en la instrucción y en el juicio. No se pudo comprobar nada sobre sobornos, pero tampoco sobre el circuito que siguen los fondos.
Lo que es secreto, es secreto.
En cuanto a Parrilli, ahora toman sentido algunas medidas en su oficina, como la salida hace una semana del asesor presidencial Rafael Follonier, encargado de las relaciones del gobierno con piqueteros –cuando los había– y dirigentes del tercerismo continental.
Se le atribuyó un ataque de sciolismo para explicar la salida. Pero Follonier y sus muchos adláteres dependían políticamente de Parrilli, que le deja a Aníbal Fernández esos sectores ya fumigados.
Si la explicación de Parrilli parece transparente, la de Juan Martín Mena como reemplazante de Francisco Larcher es más opaca porque nadie reconocerá cuál es su misión: interventor en las relaciones que la ex Side tiene desde siempre con sectores de la Justicia. Es que esa secretaría es clave para las investigaciones de qué hacen jueces y fiscales con el recurso de la intervención de telefonía, internet, correos, pero también de operaciones encubiertas, seguimientos y otros trámites inconfesables.
Esa relación ha estallado en varias oportunidades. La más recordada es cuando se privatizó Entel y la Side entró en guerra con otras reparticiones del área de Comunicaciones, por el destino que tendría la Oficina de Observaciones Judiciales, que hace desde el espionaje esas changas para la Justicia. Esa guerra fue sobre el dominio del llamado “Cable 150”, enlace que comunicaba a la Entel con la Side, que conservó el pleno control.
Más cerca, además de la crisis por el recorte delarruista a los salarios de los espías que buscaron venganza en campañas de opinión pública, esa relación se exhibió con la investigación sobre Mauricio Macri por las escuchas desde oficinas de la administración porteña, que reveló relaciones viscosas entre espías, jueces, policías y funcionarios de todos los niveles y jurisdicciones.
Esa relación entre jueces y espías es revisada en cada proceso político, y la llegada de Mena parece inaugurar una nueva etapa. El caso más reciente de ese sistema ha sido el procesamiento de los fiscales Carlos Gonella y Omar Orsi, sobre el cual el gobierno, calladamente, tiene algún reproche a la ex Side saliente por adelantar procedimientos que terminaron con el encartamiento dispuesto por el juez Marcelo Martínez de Giorgi en una causa hiriente para el oficialismo porque la inicia nada menos que Elisa Carrió, quien presume que hubo lavado de dinero.
Mena acerca además una luz azul en el camino; este marplatense de 34 años es vicario de Alejandro Slokar y del jefe de ideas de éste, Raúl Zaffaroni, mentor del garantismo criollo. ¿Qué mejor que un garantista en la oficina de los espías, mirada siempre como una cueva de arbitrariedades y de discrecionalidad? Sólo por esto habría que saludar el ingreso de Mena como controller del derecho en esa catedral de la clandestinidad que es éste y todos los espionajes. Como jefe de gabinete y secretario de Política Criminal de Julio Alak (quien se enteró de que se lo sacaban en Misiones) desplegó habilidades poco habituales entre los kirchneristas, como su capacidad para desarrollar las mejores relaciones con todas las tribus de la Justicia y del derecho. Lo mostró cuando trajinó entre ellas empujando las reformas a los códigos civil, penal y procesal penal.
En lo político, este funcionario de carrera del Ministerio de Justicia, que ingresó cuando era su titular el santafesino Horacio Rosatti, demostró relieves de lealtad en la difícil defensa junto a Héctor Timerman del protocolo con Irán sobre la Amia, toda una prueba de amor para un funcionario si se mira el final de esa película. Entre esos trajines se ganó el título de ser uno de los preferidos de Carlos Zannini y de Cristina de Kirchner, a quien le administrará un camino espinoso en su último tramo.
A partir de una reunión de Parrilli y Mena con la cúpula saliente que mantuvieron después del juramento en las oficinas de 25 de Mayo, empezó el terremoto con el pase a disponibilidad del director de Operaciones Antonio Stiusso y de 15 agentes más. Este funcionario enjuició a Gustavo Béliz –ex ministro kirchnerista– por mostrar su retrato por TV y dio un reportaje a tumba abierta en Perfil en el cual trató de “pelotudo” a Miguel Bonasso. Este periodista fue diputado por el kirchnerismo, integró el grupo Calafate y es autor de un libro que, confesadamente, hizo llorar a los Kirchner cuando lo leyeron. Son dos personas con quienes nunca Cristina confrontó y que reciben una vindicta florida.
Estos cambios en 25 de Mayo mueven aguas profundas y producirán deslizamientos tectónicos en todos los niveles que parecerán inexplicables, pero que ahora tienen un motivo claro. Cambia el gerente del monedero y llega a la Side la reforma judicial.