El 10 de diciembre de 2019 Alberto Fernández asumía a la presidencia y ordenaba su discurso inicial detrás de una serie de premisas. Más allá de la imperiosa necesidad de revertir la gestión económica precedente, una de sus principales metas era “superar el muro del rencor y el odio”. En estos casi tres años la dirigencia política, con escasas excepciones, hizo lo posible para que ese mínimo consenso fracasara. Si bien es atendible la hipótesis de que más que polarización existe una radicalización de la derecha, quienes están en la vereda de enfrente no supieron o no pudieron contrarrestar, ni mucho menos erradicar los discursos de odio.
Lo sucedido después del intento de asesinato a la vicepresidenta constituye hechos casi tan graves como el propio ataque o, mejor dicho, explica en parte cómo se llegó a este punto de no retorno. Más allá del repudio unánime por parte de la dirigencia, algunos matices expusieron al sistema político argentino y sus inocultables fisuras.
Desde la diputada provincial Amalia Granata calificando el hecho de “pantomima”, pasando por su par nacional Martín Tetaz, quien se mostró más preocupado por exculpar a su tribu que por solidarizarse, hasta la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, quien se manifestó s[olo para cuestionar el discurso presidencial, exponen el grado de insensibilidad y deterioro que atraviesa la política.
La moda del odio parece facilitar argumentos a cualquier reacción o justificar a quienes manifiestan las posturas más extremas por más aberrante que resulten los planteos y esta fue una prueba cabal de ello. Este suceso difícil de explicar, en lugar de otorgarle una nueva posibilidad a la sociedad argentina, parece haberle dado un nuevo elemento para discutir, tensando y extendiendo un poco más los límites de no retorno.
“En Argentina todo se discute”, dice habitualmente el referente de la oposición Miguel Ángel Pichetto, quien en declaraciones a este diario desarrolló sobre el fenómeno de políticas de la indignación, en el que explicó a su entender parte del problema que atraviesa Argentina. Paradójicamente, el jueves por la noche fue uno de los que, más allá del repudio, luego cuestionó los dichos del presidente.
Hace algunas semanas, el escritor e historiador argentino radicado en el exterior Ernesto Semán hizo un interesante análisis sobre los niveles de conflictividad que atraviesa el país, en el marco del alegato del fiscal Diego Luciani en la causa de obra pública contra Cristina Kirchner y las reacciones que generó en la sociedad. “Mi impresión en el caso de Argentina es que lo que hay, de momento, es mucho más una radicalización de la derecha en niveles importantes y crecientes que una polarización”, evaluó en diálogo con el diario El País, de España.
Como testimonio de esa asimetría, expuso: “Me parece que hay altos niveles de confrontatividad pero, frente a eso, frente a esa radicalización marcada y empíricamente comprobable de la derecha, lo que hay es todo lo contrario. Hablamos de un país donde hay un 37%, un 40% de pobres. O sea, 20 millones de pobres. Y lo único que hacen son piquetes… Millones y millones que se cagan de hambre y aun así deciden canalizar la forma o el intento por remediar eso a través de organizaciones políticas, de prácticas públicas”.
El análisis resulta tan sencillo como lógico. Si bien un sector radicalizado en la derecha crece a razón del odio y embestidas a cualquier precio, el resto de la dirigencia política, ya sea en el otro extremo o incluso los más moderados, no generaron el consenso suficiente para exponerlos, o marginarlos. El propio ex presidente Mauricio Macri salió sin reparos a condenar el ataque a Cristina Kirchner, pero la mitad de las reacciones le atribuyeron algún grado de tibieza ante su solidaridad con una compatriota, nada menos que en el rol institucional de vicepresidenta de un sistema democrático, que estuvo a punto de ser asesinada.
El intento fallido de magnicidio expuso la fractura social en todas sus manifestaciones. Quienes condensan odio y se encargan de inocularlo poco hicieron para ocultar cierto grado de satisfacción ante lo sucedido. Incluso quienes tuvieron un rapto de coherencia en tomar distancia sufrieron ataques de los propios.
Lejos en lo temporal, pero latente en el inconciente colectivo quedó el alegato judicial y político del fiscal Luciani, reavivado constantemente por la prensa concentrada de manera masiva, en una escalada conflictiva que terminó en un quiebre para la sociedad argentina. En una de sus últimas piezas, titulada «La moda no es vanguardia», Carlos “Indio” Solari escribió: “Una silueta de tiza, quieren para mí esos jodidos, por la moda del odio… sin piedad”.