Jaime Durán Barba contribuyó en buena forma a transformar a un empresario al que no se le podía nombrar por el apellido por sus vínculos con la patria contratista en un presidente de la Nación que promete cero pobreza y cero corrupción en el Estado. Y no sólo eso: en medio de una crisis económica y social diseñó la estrategia electoral que le aseguró aire en la gestión, con la promesa de que pronto le sacaría fotos en primer plano al horizonte. ¿Cómo hizo? Seguro que no alcanzó con llamarlo Mauricio en lugar de Macri, que por cierto ahora ya está permitido.
Experto en la manipulación de las emociones, el polémico –lindo eufemismo– consultor ecuatoriano fue consciente antes que nadie de que los partidos ya no generaban la empatía de otros tiempos. El sello partidario, el voto disciplinado bajo la mirada del abuelo omnipresente, no existe más, o existe en ínfima proporción en relación con otras épocas. Es tiempo de las marcas con olor a nuevo, tanto en las góndolas como en el cuarto oscuro.
“Las encuestas detectan en todos lados un rechazo masivo a los ritos de la política, los partidos, los sindicatos, los parlamentos y todo lo que se relacione con el poder”, escribió el consultor en su libro La Política en el Siglo XXI.
En los extremos de la comprensión de este concepto reflejado en las últimas primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, Paso, están los tándem Cristina Fernández-Agustín Rossi y Florencio Randazzo-Alejandra Rodenas.
La ex presidenta le dejó el escudo, la marcha y la sede del partido a su ex ministro de Transporte, generó un sello nuevo –Unidad Ciudadana– y le puso el oído a las emociones de los marginados por el nuevo modelo económico. No en palabras, en gestos. La campaña de Cristina fue ir a empresas a punto de cerrar o cerradas, mostrarse con científicos cesanteados o abuelos que perdieron descuentos en medicamentos. Un solo acto masivo (remember Arsenal), pero utilizando un recurso hasta ese momento casi exclusivo del PRO: el nombre, el caso particular, con el agregado de que estaban presentes con ella en el escenario.
El resultado fue que seguramente cuando termine el escrutinio la ex presidenta terminará como la más votada en la provincia, en medio de acusaciones de corrupción que harían desistir a cualquier mortal de presentarse a la vocalía de una cooperadora escolar. ¿Campaña efectiva?
Como contrapartida, Randazzo, que se comía a los chicos crudos, que honraba la palabra, que no tenía denuncias por corrupción, que gestionaba como nadie, que intentaba capturar el resentimiento de miles de peronistas “tradicionales” que no perdonarían a Cristina que se recostara en referentes progresistas, registró seguramente la peor elección de toda la historia de un peronista en la provincia de Buenos Aires. Alrededor del 6 por ciento de los votos.
En Santa Fe
Algo parecido ocurrió con el peronismo provincial. Rossi se mostró lejos del partido –en eso fue consecuente con su historia, con matices, de poco roce pejotista–. Senadores, intendentes, presidentes comunales y gremialistas apoyaban a Rodenas. Prácticamente la dobló en votos (311 mil contra 176 mil). El aparato, dos palabras con connotación negativa si las hay, no funcionó.
Por fuera del peronismo, al Frente Progresista le podría haber pasado algo parecido. Tal vez le faltó olor a nuevo y al aroma a naftalina alejó al votante actual. ¿Qué hay de nuevo, viejo?, parece ser la pregunta a responder en cada elección, y no puede ser parecida a la de la elección anterior.
Lo cierto es que en tiempo de marcas hasta perdieron los Rodríguez Saá en San Luis. El día de la Tradición se cayó del calendario. Todo es novedad. Nada es mejor.
Mala noticia para la política. Los partidos se desdibujaron completamente. La última emoción es lo que cuenta. Ya no emocionan las historias del abuelo. Hay mucho vértigo para acordarse de él.