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«La muerte de una mujer te hace pensar en que podés ser vos»

A mitad de enero la Argentina fue trending topic en Latinoamérica con el hashtag #soyfeminista. Miles de mujeres y varones salieron a contar en las en redes por qué se definían como tales. “No se nace mujer, una llega a serlo”.

Renata Labrador está de vacaciones. Son las últimas como alumna de secundaria y las primeras como presidenta del centro de estudiantes del Normal 1. Tiene 17 años, está a punto de empezar quinto e intenta explicar cómo llegó a ser feminista. Habla con El Ciudadano en la cocina de su casa. Hace calor adentro y afuera y alterna las explicaciones con el vaso de agua helada. Mueve las manos y habla de un rompecabezas.  No la convence. La idea de armar una figura no le cierra. El feminismo no es un rompecabezas, piensa. Hay piezas que se sacan y algo que se derrumba. “Es como un jenga”, dice encontrando el juego perfecto para describir lo que para ella es el patriarcado. “Cada pieza que sacás es algo de un sistema que se cae. Primero la muerte de una mujer te hace pensar en que podés ser vos y en por qué matan a las mujeres. Otra pieza te pone frente a los estereotipos a los que respondemos. Tenemos que ser flacas, lindas, amorosas. Vas por la calle y te gritan cosas y cae otra pieza. Pensás en cómo hablás y notás que usar sólo el masculino deja afuera a las mujeres y a un montón de identidades. Sacás la pieza y la torre queda inestable pero aguanta. Hasta que te das cuenta que no son piezas aisladas. Es una sociedad que nos cría en base a una forma de pensarnos. Ahí se cae todo”, sostiene.

Casi sin pensarlo evoca uno de los cánticos que más suena en las marchas de mujeres y que dice que el patriarcado se va a caer. El televisor del living está pausado en el capítulo 5 de Rita, la serie de Netflix protagonizada por una profesora danesa que no hace caso a las normas y descontractura a los alumnos. Renata dice que es como Merlí, la otra serie de un profesor que rompe esquemas y que es furor entre adolescentes y maestras por igual. Hay algo de la educación que se le aparece como viejo y en jaque. Explica que lo ve en la escuela todos los días. Los alumnos piden educación sexual y los adultos les pasan una película que no les mueve un pelo. Quieren espacios para hablar y aprender a cuidarse y les responden con charlas en aulas repletas donde no existe la intimidad para contar qué les pasa. Van un paso adelantado. “Tenemos menos prejuicios que los adultos. Si te gusta un chico o una chica está todo bien. No hay un tabú como antes en demostrarse cariño en público”, cuenta.

Renata ganó las elecciones del centro de estudiantes a fines del año pasado con un grupo de 30 chicas y chicos. La mayoría, aclara, son chicas. Casi todos los cargos importantes son femeninos. “Somos mayoría porque en la escuela hay más mujeres que varones”, dice para explicar por qué cree que la conducción tiene que ser proporcional. Para este año el grupo buscará la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) y organizará debates sobre la agenda de género. Afuera de la escuela Renata milita en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), del Movimiento Evita. Cuenta que en los dos grupos todos los integrantes se convirtieron en feministas y eso influyó en la forma de relacionarse. “Los vínculos son sanos. Charlamos mucho de las relaciones tóxicas y el feminismo te ayuda a entenderlas”, reflexiona.

Una de las frases que dejó el paso de referentes del feminismo por el programa televisivo Intrusos fue que las mujeres muchas veces llegan al feminismo a través del dolor. Renata creció al lado de una mamá feminista. Sabe los conceptos desde chica. Tiene el marco teórico al alcance de la mano. Cada vez que aparece una duda las respuestas están en casa. Pero no fue hasta que en abril del año pasado encontraron a Micaela García asesinada en un descampado de Entre Ríos que la sensación de injusticia la invadió. Micaela podía ser ella. Tenía menos de 20 años. Militaba en el Movimiento Evita. Le gustaba salir y divertirse. Sabía que no podía caminar tranquila por la calle. Se preguntaba cómo cambiar las cosas. Se ponía una remera de Ni Una Menos. Renata se acuerda que no paraba de llorar. Estaba en la escuela y no entendía por qué los profesores no hablaban del tema. Para ella era lo único de lo que había que hablar. Pensó en todas las mujeres asesinadas que no conocía. Pensó en todos los femicidios de los que no habían hablado en las aulas y levantó la mano.

 

Decirse feminista

El femicidio de Micaela fue la pieza que derrumbó la torre. Fue la entrada al feminismo. O, mejor dicho, la entrada a decirse feminista. No lo hizo enseguida. El feminismo, piensa, es algo que primero se llega a ser y después a decir. “Ves las diferencias entre los hombres y las mujeres. Ves que cobramos menos, que no hay casi mujeres jefas, que en la escuela no es lo mismo tomar la palabra siendo mujer que varón, que tenés miedos distintos. Entendés todas las desigualdades pero no te podés nombrar como feminista. Y cuando te nombrás algo cambia. Dejás de pensar que es algo malo o que las feministas son unas locas alteradas. Lo decís y te das cuenta de que sos parte del machismo y que no alcanza con que no hagas todo lo que considerás que está mal. Ser feminista es darte cuenta de que sos parte de esta sociedad. Que incluso en la familia más igualitaria y progre hay actitudes machistas y hay desigualdades. Y que cambie es una militancia diaria”.

 

Una de las batallas con su Renata machista está en la cancha

Es hincha de Rosario Central y dice que desde que es feminista le cuesta un montón decir algunos insultos. “Me di cuenta que todas las puteadas son hacia las mujeres. Hijo de puta, la puta que te parió, la concha de tu madre o de tu hermana. Todas. Y ni siquiera estamos jugando el partido. Hago un esfuerzo enorme porque me encanta la cancha pero pone incómoda decirlas”, explica y cuenta que cuando Fernando Tobio hizo un gol en el partido contra Unión ella se sintió mal de festejarlo, porque semanas antes lo habían denunciado por ponerse violento con una chica en un bar. Después pensó que todos los jugadores son un poco machistas y que las feministas tienen que aprender a vivir con las contradicciones.

Algunas piezas Renata las sacó sin darse cuenta. A los cinco años vivía en Barcelona e iba a un colegio de monjas que quedaba cerca de la casa. Todas las semanas las dejaban ir un día sin uniforme. Con la ropa que quisieran, les decían. Renata se acuerda que una vez se puso una pollera y una muscolosa que le encantaban. Pero más se acuerda del escándalo que hizo su mamá cuando desde la dirección la llamaron para decirle que no podía mandarla vestida así. “¿Cómo podían sexualizar el cuerpo de una nena de cinco años? Ni siquiera tenía tetas todavía”, piensa ahora con el marco teórico arriba de la mesa.

Habla pausado y sin vergüenza a contestar. Ve en cada pregunta la posibilidad de pensarse y reflexionar. Se ríe mucho y hace chistes con sus contradicciones. Piensa en las palabras que dice. Usa siempre el femenino, el masculino y alguna que otra “e” o “x”. Dice que le cuesta. Antes le parecía de trosko, hasta que se dio cuenta que el lenguaje inclusivo era incluirse. Busca en sus recuerdos las cosas que la llevaron a lo que es hoy. Creció en una casa de militantes. Su mamá y su papá son integrantes de Hijos y su abuela, a la que no conoció, fue madre de Plaza de Mayo. Renata piensa en ella como una de las mujeres que la formaron. Una pieza más que la ayudó a derrumbar el jenga. “Le dijo en la cara a (el dictador Leopoldo) Galtieri que si todos los montoneros eran como sus hijos entonces ella era montonera”, cuenta orgullosa.

Tuvo una vida distinta a la de muchas adolescentes de su edad. Nació en Madrid pero a los dos meses ya estaba en la Argentina. No había dicho mamá cuando volvió a cruzar el océano. Era 2001 y habían matado a Claudio “Pocho” Lepratti. El militante social era muy amigo de su mamá y el asesinato fue un quiebre para la familia. Partieron a Barcelona y Renata creció con acento español y lengua catalana. Hizo un montón de amigas y amigos, se sorprendió con el movimiento de los indignados y un mes después de terminar sexto grado la familia volvió. Llegó a Rosario con 12 años y enojadísima con sus padres. En pocos meses cambió el casete a un argentino perfecto y era una más del curso.

El tetazo del año pasado fue una de las primeras movilizaciones de mujeres a la que fue. Después vino el 8 de marzo y no dejó de ir a ninguna. Este verano participó de las asambleas que organizan el Paro Internacional de Mujeres. Fue con su mamá y cuenta que se quedó dura cuando un grupo de chicas propuso que paren los hombres. “Fue como un nadie menos. Estar discutiendo si los hombres paran o no es discutir otra vez sobre el hombre y no sobre las mujeres. Ahora que en Intrusos se habla de feminismo, de aborto y de trabajo trans es un momento súper importante para aprovechar y hablar de nosotras”, opina.

Renata empieza la facultad el año que viene. Quiere estudiar economía. En tercer año le gustó la materia de la escuela aunque le hizo el click cuando su mamá la llevó a la presentación de un libro de economía feminista. En la charla pensó por primera vez en el trabajo de las amas de casa y en cómo sostienen una economía con división de tareas injustas. Se enteró que casi no hay mujeres opinando en los medios sobre temas económicos y se sorprendió cuando un grupo de estudiantes universitarias contó que la carrera no tenía materias que pensaran el rol de las mujeres en la economía. Llegó a su casa y buscó el plan de estudios en internet. Le gustó salvo por las matemáticas. Se siente afortunada de llegar a la facultad siendo feminista y confía en que los números pasen rápido.

 

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A mitad de enero la Argentina fue trending topic en Latinoamérica con el hashtag #soyfeminista. Miles de mujeres y varones salieron a contar en las en redes por qué se definían como tales. “No se nace mujer, una llega a serlo”, del libro El segundo sexo (1949), fue de las frases de Simone de Beauvoir que marcó el feminismo del siglo XX. Parafraseando a la filósofa francesa El Ciudadano propuso diferentes personajes de la ciudad contar cómo se hicieron feministas. Porque no se nace feminista, una llega a serlo.

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