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Monzón, muerte de Olmedo y crimen de Alicia Muñiz en libro

Oleadas turísticas, teatro de revista, noches en el casino, fama, descontrol y el ruido frenético de un verano que terminaría en tragedia, son algunos de los materiales narrativos que Sánchez utiliza para contar, con estilo coloquial y vuelo poético, la historia desesperada de dos ídolos populares.

por Juan Rapacioli

El oscuro verano marplatense de 1988, cuando el boxeador Carlos Monzón asesinó a su esposa, Alicia Muñiz, y el humorista Alberto Olmedo murió al caer del piso once de un edificio, es abordado desde la ficción por Camilo Sánchez en La Feliz, novela recientemente editada que se adentra en la historia alucinada de una intensa ciudad que no volvería a ser la misma.

Oleadas turísticas, teatro de revista, noches en el casino, fama, descontrol y el ruido frenético de un verano que terminaría en tragedia, son algunos de los materiales narrativos que Sánchez utiliza para contar, con estilo coloquial y vuelo poético, la historia desesperada de dos ídolos populares.

Sánchez (Mar del Plata, 1958) integró las redacciones que fundaron el diario Página 12 (1987) y la revista Viva del diario Clarín (1994). Su novela anterior, La viuda de los Van Gogh (2012), fue editada en España, Alemania, Italia, México y Francia. El escritor y periodista habló con la agencia de noticias Télam acerca del origen de su nuevo libro, publicado por Edhasa.

—¿Cuándo decidiste que esta historia podía ser una novela?

Vengo de una novela con tono europeo titulada La viuda de los Van Gogh, más refinada, políticamente correcta, que reeditaron por cuarta vez, así que está en las librerías junto con ésta. Y es como una continuidad de laburo: en esa novela me metí durante cuatro años a caminar por fines del siglo XIX, en esa París donde transcurre gran parte de la historia. Era una novela de hallazgo. Me preguntaba cómo a nadie se le había ocurrido escribir la historia de la mujer que había armado el mito de Van Gogh. Venía de ese escenario. La historia de La Feliz viene de antes: cuando cubrí para Página 12 el asesinato que cometió Monzón, y después, a las tres semanas, la muerte de Olmedo. Siempre supe que todo ese año era una novela. Me puse muchas veces a escribirla y recién pude concretarla hace tres años. Se me despejó cuando pude encontrar el tono.

—Si bien hay una base periodística, lograste un tono coloquial muy de la época…

Así como en la novela anterior tenía una gran historia que no se había contado, acá tenía un desafío que era cómo contar una historia que todo el mundo conoce, en la que todo el mundo sabe lo que pasó, pero que tuviera un atractivo para que esa gente quiera leer. Me gusta mucho escribir pero mucho más me gusta escribir a mano. Finalmente encontré una manera de armar un cuaderno para cada personaje, y otro sobre el cuarto personaje del libro: la ciudad. Dejé descansar el texto un tiempo prudente y empecé a pensar en la compaginación, el registro y el tono de policial oscuro de una ciudad que estaba a punto de detonar y que detonó. Yo quería contar eso: el fuego de artificio.

—Más allá del carácter esplendoroso de esa época, hay un fondo de tristeza que se refleja en los personajes…

Es como digo al principio: “El mundo es un espectáculo centelleante y vacío”. Creo que tiene que haber un plus de agregarle cuerpo y lenguaje a lo cotidiano, porque sin eso es muy pesado todo. Sin parecer un romántico con esto, tengo muy claro que hay que ponerle presencia al mundo para que cobre algún sentido, un despertar, como gran interpretador del mundo que uno es, para iluminar ciertas zonas. Lo que además pasa con estos personajes es que eran héroes de la infancia y luego uno se convierte en femicida y el otro se cae de un balcón en un confuso episodio. Ellos hacían bien su laburo, aparecían en las revistas, se mostraban felices. Ese verano vino a decir que no había felicidad detrás de la gran careta.

—Algo que se traduce muy bien, a lo largo del libro, es el ruido de una ciudad que vive para el turismo…

Mar del Plata, como otras ciudades turísticas, es un lugar con averías, una fachada que la gente va a visitar. Lo más impactante del relato es que todo eso sucede en una ciudad donde la gente iba por una módica cuota de felicidad anual. Todo esto de los balcones trágicos acontece en medio de un clima supuestamente de ciudad feliz. Son como capas de cebolla que se van cayendo a través del relato. Estos tipos no tenían el aspecto de lo que hoy es una figura pública. Hoy, las redes sociales, generan otro tipo de vínculo. Hace treinta años, los ídolos eran personajes lejanos, muy difíciles de acceder. Uno pensaba que orillaban una felicidad, que ese verano se desvaneció en el aire. Con la impronta, además, de que uno fue el primer femicida visto como tal: hubo una primera marcha de mujeres el 8 de marzo posterior al asesinato de Alicia Muñiz. Este era un material narrativo que me debía. De alguna manera, la ficción siempre ilumina.

—¿Hubo autores, lecturas y obras que te ayudaron a estructurar la novela?

Con la escritura me pasa que voy avanzando y de pronto me sale Bayley o Enrique Molina. La poesía está siempre presente, es lo que más he leído. El 60 por ciento de mi biblioteca es poesía y, sobre todo, poesía de mujeres: Ángela Pradelli, Diana Bellessi, Susana Villalba, Paula Jiménez España y antes, claro, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik, Irene Gruss, entre muchas otras. Hay algo de la mujer con la poesía que tiene una apertura distinta, me interesa mucho. Lo que me atrae, sobre todo, son las voces que siguen superándose hasta el final de sus vidas como por ejemplo El Adiós, de Molina, es mejor que su primer libro; el monumental Borges, de Adolfo Bioy Casares, es maravilloso; el mejor Ricardo Piglia: los diarios. No aflojaron nunca. Eso es morirse con las botas puestas.

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