Son las 3 de la mañana del viernes 20 de marzo y en el aeropuerto de Maceio, Brasil, varios argentinos embarcan en un vuelo con destino a Foz de Iguazú. El objetivo es volver a casa. No hay controles de aquel lado. Brasil no tomó, al menos por ahora, ningún tipo de medida a escala nacional para frenar la pandemia del coronavirus, pese a que en suelo de Jair Bolsonaro ya tiene números alarmantes: se registraron 12 muertes y más de 900 contagios confirmados. Las decisiones de intervenir ante la pandemia dependen de cada región y estado.
En ese pasaje, que sube al avión sin ser revisado y con personal aeronáutico que no tiene los cuidados necesarios ni usa barbijos o guarda distancias, se encuentra una pareja de jóvenes rosarinos que emprendieron un viaje al norte de Brasil con la ilusión de un descanso. Algo así como un parate a la vida diaria, a la rutina. Y que tuvieron que forzar la llegada cuando vieron “lo que se venía”.
Sebastián es médico; Julia, ingeniera civil. Ellos son dos de los más de 40 rosarinos que luego en la noche del viernes se subieron a un colectivo de una empresa privada, que desembarcó en Rosario cerca del mediodía de este sábado.
La historia
Sebastián y Julia tenían pasaje originalmente para el 22 de marzo para regresar, pero vieron que en Brasil la situación se descontrolaba, y decidieron volver antes.
Así, las tardes de playa y las noches de música se terminaron convirtiendo en una odisea por volver. El regreso no fue para nada fácil, y mucho menos ameno.
Primero tuvieron que cambiar el rumbo y en vez de salir de Salvador de Bahía se dirigieron a Maceió. De allí subieron a un vuelo que hizo escala en San Pablo con destino a Foz de Iguazú, con el objetivo de cruzar la frontera por tierra. Ante la imposibilidad de conseguir un vuelo que los trajera directamente a Rosario, se le sumó la incertidumbre de no saber qué iba a pasar.
“Algunas aerolíneas querían cobrar hasta 2.000 dólares por un pasaje de vuelta a Buenos Aires”, dijo Julia a El Ciudadano. Algunos tuvieron suerte y las aerolíneas les cambiaron el pasaje.
El viernes, según indicó el portal El Independiente Iguazú, a Puerto Iguazú ingresaron por el Puente Tancredo Neves más de mil personas. Ahí llegó la pareja de rosarinos; a las 9 de la mañana de ese día.
El primer control en Migraciones existió: midieron la fiebre, les hicieron firmar una declaración jurada de que no tenían síntomas y que iban a cumplir la cuarentena en sus casas. También les dieron barbijos nuevos y les hacían tomar distancia. “¿Están bien?”, preguntaban, y pasaban. Aunque no les dieron ningún comprobante de lo que estaban firmando ni constancia de que los controles se habían realizado.
A los primeros que llegaron desde Foz en la noche del jueves, luego de los controles los llevaron a un polideportivo para cumplir con la cuarentena en puerto. Pero la capacidad se colmó.
El próximo paso fue conseguir colectivos para que los llevaran a sus respectivos destinos. Y ahí comenzó el caos. Los pasajeros que ya estaban, sumados a los que seguían llegando, colmaban el lugar, y la falta de respuestas claras, que en tiempos de crisis son necesarias, desbordaba a los que estaban al frente de la organización (Bomberos Voluntarios, Policía y Gendarmería). No había colectivos oficiales, al menos cuando llegaron ellos; la opción fueron transportes privados.
Los que pasaban por la Aduana tenían que registrarse con Gendarmería en una planilla en las que debían poner nombre, apellido, DNI y lugar de origen. Es decir, el lugar al que tenían que llegar. En un primer momento el único colectivo que estaba salía a Buenos Aires, y el resto a esperar.
Julia contó que nunca llego una planilla oficial para quienes debían regresar a otras provincias. Por eso, al ver que no había organización, la pareja comenzó a llamar a los y las rosarinas que estaban en la frontera, para juntos buscar un colectivo. Todo ya estaba colapsado.
Luego les dijeron que iban a llegar más vehículos, aunque no oficiales; al final fueron empresas privadas que les cobraron 4.500 pesos el asiento. Quien no tenía dinero quedaba a la deriva. La organización interna, de los propios pasajeros, fue por orden de llegada y prioridad.
“A la gente con niños y niñas y adultos mayores, aunque habían llegado más tarde, decidimos ponerlos primeros”, contó la ingeniera.
A medida que fueron subiendo a los colectivos –salieron tres, uno a Buenos Aires, Rosario y Córdoba, sumado a un vuelo con destino al Aeroparque porteño– a los rosarinos les dijeron que el ómnibus iba a ir directamente a la ciudad, sin paradas intermedias.
“Cuando nos subimos no hubo controles sanitarios. Nos pararon en la ruta mil veces, porque nadie sabía que estábamos en la ruta, pero no nos hicieron controles; paran para decir que el colectivo no puede pasar y pedir autorización. Nos metieron acá adentro para llegar lo más rápido posible sin parar. Y al final están haciendo un caldo de cultivo”, detalló la joven rosarina.
En el colectivo que llegó ayer al mediodía a Rosario había 5 menores de edad. La gran mayoría de los pasajeros bajó en Rosario; aunque 3 lo hicieron en Santa Fe y 4 chicas y una beba se quedaron en Reconquista.
Durante todo el viaje fueron controlados por las Policías provinciales en más de una ocasión, aunque sin hacerles controles médicos. Mientras que en la entrada de Rosario un móvil policial escoltó el vehículo hasta la Terminal Mariano Moreno, donde los esperaban más efectivos policiales, y médicos que subieron a tomarles la fiebre, la saturación de oxígeno y les controlaron las gargantas.
Antes de bajar firmaron la declaración jurada correspondiente y se fueron a casa. Con las heladeras llenas, gracias a las familias que fueron en la semana a cargarlas, comenzaran ahora con la cuarentena.