Por Raúl Muriete
¿Y si Francia ganaba el mundial? Además del trago amargo y la tristeza convertida en desgracia, hubiéramos sido sometidos bajo las lógicas del “modelo Mbappé”. Y no tiene que ver tanto por cómo él es individualmente, sino por lo que significa como objeto de mercado. La disputa no es solo deportiva, sino también cultural. Dejemos de lado que todos los jugadores son todos ricos y que nosotros somos seres manipulados por la pasión. Elevemos un poco la discusión y dejemos la envidia de lado. Pensemos en términos mas globales, estructurales al fenómeno que estamos viviendo de la Argentina campeona, con millones y millones de fanáticos en todo el mundo, muchos de ellos países tan jodidos como el nuestro.
El mercado quería que aceptáramos de una buena vez por todas, el “modelo Mbappé”. Porque es preciso, arrogante, técnico, una maquinaria de perfección atlética, juventud mecanizada. En Mbappé las emociones están “aplanadas”. Sus expresiones como el puño cerrado o la risa gozadora, son casi siempre después de un acto de sometimiento del rival, especie de sentencia que aniquila. Cuando hace un gol, primero festeja solo, a lo Ronaldo. Como si todo fuera su propio y único mérito. Marca territorio de la competitividad. No agradece. No tiene sostén ni historia. Es una máquina que doblega. La máquina del capitalismo, representada en la aristócrata Europa.
Por otra parte, lo que representan los jugadores argentinos, es la antítesis de esta normalidad, de este modelo. Y eso molesta al poder, y molesta bastante. Lo vimos con los Países Bajos donde ellos comenzaron a buscar roña y nosotros ligamos las críticas por reaccionar. Ellos los caballeros y nosotros los salvajes por responder la agresión. Nos señalaban con el dedo: “estos argentinos”. Pero es cierto, son y somos bastante anormales, casi fuera de lugar, “mal educados” según el poder y los cipayos locales. Las expresiones del Dibu son picarescas, cercanas a cierto delirio bufón, próximas al chiste. Los gestos de Mbappé son para humillar y someter, los del Dibu para distraer y descompensar. Los de Mbappé son potentes, los del Dibu un riesgo permanente.
La juventud de Enzo Fernández o la deel defensor croata Guardiol, el bebote enmascarado que quería frenar a Messi, generan ternura. Te dan ganas de animarlos. Te resulta familiar el éxito que puedan tener, te dan ganas de abrazarlos. Enzo juega con el ídolo, una locura total. Una cosa muy de realismo mágico latinoamericano. Guardiol dijo que algún día le contará a sus hijos que Messi tuvo el honor de “pasearlo”. Después tenemos el “Topo Gigio” de Messi reivindicando a Román. Venganza poética todo el tiempo en este mundial. Pero vamos al caso Messi.
Messi es la opción familiar argentina enquilombada. En el palco familiar no entraba nadie más. Hijos, esposa, madre, padres, abuelos, primos, hermanos, sobrinos y sigue. No tiene muchas diferencias con Maradona, al que sin embargo, se le sumaban los amigos del campeón. Pero exceptuando esa diferencia, la semejanza estaba allí. Messi rompió la barrera de cierta prolijidad burguesa para ser auténtico, una autenticidad bien argenta por supuesto. Todo comenzó cuando, como no podía ser de otra manera, perdió el laburo. Lloró delante de todos, con su compañera a su lado alcanzando pañuelos y tragando bronca. Y ayer con su compañera besando la copa del mundo y él sacando fotos. Otra venganza poética. Messi nunca tuvo un cuerpo definido ni por el fitness ni por weight ni el rope training. Su cuerpo está al servicio de su magia. Ayer estaban en juego dos modelos. El del mercado y el del pueblo. Igual, no todos los argentinos somos iguales, están los mufas del mercado, cipayos locales que agitan la bandera del fracaso y el éxodo toda vez que pueden. Y los periodistas vende humos que ya sabemos quienes son. Por otra parte, no soy tan ingenuo de negar que Messi es una máquina de facturar publicidad. Pero para un buen liberal (que no lo soy), no debería ser algo malo, verdad? El hombre se gana su propio centavo. Pero en este mundial no nos importó eso. Los mufas dirán lo que quieran, pero por favor, reconozcan su amargura, reconozcan el sentimiento antipopular que tienen, porque la lucha no fue solo deportiva, fue ideológica y cultural. Ayer Argentina fue pueblo, desborde, locura, fue el “abuela… la la la a abuela” y todo lo demás.
El fútbol es el único entretenimiento de multitudes, de masas, que hace que los significados y los valores se muevan por la vía emocional. Es la dosis justa que nos regaló Messi y compañía, y por tanto, es increíblemente profunda, ontológica. Está al servicio de un placer porque nos saca de la común existencia y nos eleva al plano de la inmortalidad compartida. Si, compartida. Scaloni se encargó de repetirlo todo el mundial. Y esta es para mí la diferencia entre Francia y Mbappé, Europa y nosotros.
Menos mal que ganó el “desborde argentino”, pero no un “desborde despreocupado”, inocente. Sino una verdadera forma diferente de encontrar otros sentidos a la existencia, a la vida misma, que por un rato se deja de preocupar por lo cotidiano y se la juega por lo sensible, lo que decididamente nos hace estar vivos y nos eleva como colectivo. Que Argentina ganó su tercera copa mundial no es solo la historia de un entretenimiento, sino la historia de una pasión. Van de la mano. Como te quiero Argentina. No me dejes morir en otro país carajo.
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