La polémica sobre lo ocurrido el lunes durante los festejos del Día de la Bandera puede ser un tema menor, olvidable, pintoresco, folclórico, si se lo quiere tomar así. También puede aprovecharse como una oportunidad para pensar algunas cuestiones que hacen al momento histórico que encarna el kirchnerismo y a su correlato en territorio santafesino.
Lo ocurrido en el Monumento no le hizo ningún favor a la presidenta. Pero la presidenta es la presidenta y goza de una alta estima social en este tramo final de su mandato. El lunes, después del acto, después de pedir que enrollen las banderas y de componer un discurso que contradecía lo que estaba ocurriendo abajo del palco con sus seguidores, se subió al avión y partió a Buenos Aires.
Entonces, los acontecimientos del Día de la Bandera no fueron problema para la presidenta, pero sí para la pata kirchnerista que, con esfuerzo y militancia, batallando contra los molinos de viento que la hegemonía reutemista plantó a lo largo de dos décadas, intenta traducir el kirchnerismo en Santa Fe.
Nótese que terminó el acto y Agustín Rossi y en menor medida María Eugenia Bielsa se pasaron dos días teniendo que dar explicaciones en todos los medios. El martes a la nochecita Cristina estaba anunciando que buscará la reelección y en Santa Fe el Chivo todavía estaba como gato panza arriba.
Los periodistas que preguntaron, opinaron y dedicaron tiempo y centímetros a la polémica no lo hicieron porque están alineados con el monopolio mediático ni porque son antikirchneristas. Por el contrario, muchos (no pocos) votaron y volverán a votar a Cristina el 14 de agosto y el 23 de octubre. Algunos de ellos incluso estuvieron en Plaza de Mayo durante el conflicto del campo.
Lo ocurrido el lunes en el Monumento fue pura pérdida para el kirchnerismo local, imposible saber si en cuestión de votos pero al menos sí en términos simbólicos.
La movilización de militantes es legítima. No tiene nada de malo que organizaciones que apoyan a la presidenta se movilicen, se expresen y sumen las banderas propias a la que convocaba la ocasión. Pero no fue eso lo que ocurrió, sino que se fue más allá, fruto de una lectura errónea del escenario que se presentaba y por lo tanto de cómo había que operar políticamente.
Se dirá que no hay que ser ingenuo, que una vidriera como la del Día de la Bandera, no se regala así por que sí. No al menos cuando ya se está en tiempo electoral y los anfitriones son adversarios electorales.
En verdad, desde que el socialismo es gobierno en la ciudad y por tanto tiene la manija de la organización de cada festejo del 20 de Junio, el acto nunca se salió de carriles institucionales. Todos los incidentes que se recuerden, como la patota liderada por el ex concejal Meza, el alboroto de las huestes de Pedro González o los más recientes encontronazos entre organizaciones sociales de base no tuvieron nada que ver con trampas montadas desde la organización para visitantes de otras fuerzas políticas.
Hasta 2007, en ese palco hubo gobernadores justicialistas. Ni Carlos Reutemann ni Jorge Obeid sintieron jamás que podían ser blancos de ridiculizaciones o zancadillas políticas. Si el primero faltó alguna vez fue por su poco afecto a actos de esa naturaleza. Obeid los disfrutaba como propios por más que siempre había cortocircuitos a la hora de definir ubicaciones en el palco y demás detalles. Menem presidió el acto en varias oportunidades, y jamás su investidura institucional ni su condición de líder político fueron subestimados o puestos en cuestión. Por el contrario, Rosario quiere que los presidentes vengan cada Día de la Bandera, que hablen, que reciban el afecto de la gente como ocurrió el lunes con la presidenta. Eso fue espontáneo, no hacían falta abucheos.
El kirchnerismo leyó otra cosa. Convocó al Parque Nacional a la Bandera como si fuera a jugar al TEG. Quizás cierta cuota de paranoia empujó a pensar que debía neutralizar perniciosos títulos periodísticos del día después o que Binner y Lifschitz iban a infiltrar militantes socialistas para chiflar a la presidenta. Se la dejó servida en bandeja a Binner, que sólo tuvo que dar un paso al costado y que la presidenta resulte única oradora.
Tienen razón Agustín Rossi y María Eugenia Bielsa cuando afirman que Binner y Lifschitz se victimizaron. Hasta puede convenirse que con cierta exageración. En verdad, victimizarse es un recurso de manual que el socialismo usa con asiduidad, pero lo que no cierra es que el kirchnerismo se los reproche, cuando fue él mismo el que les dio la oportunidad de hacerlo.
Hay otro punto que consterna: ¿cómo es que un sector que fue víctima de insultos y agresiones hace apenas tres años, ahora recurre al mismo recurso? El principal referente del kirchnerismo santafesino sufrió como muy pocos escraches, insultos, silenciamiento, no poder presentarse libremente en cada rincón de la provincia que representa.
Alguien podrá decir que es una extrapolación traer a cuento cuestiones que a primera vista resultan diferentes, pero que no lo son en la lógica que los motiva. Binner decidió no dar su discurso porque hubiera tenido un enorme costo para él. Eso lo puede razonar hasta un niño. Y sobre todo porque conoce el paño, porque lo ocurrido el lunes en el Monumento a la Bandera no fue un hecho aislado, sino que tiene antecedentes en las presentaciones veraniegas de los filmes “Che, un hombre nuevo” (fabuloso documental de Tristán Bauer que estuvo esa noche por tratarse del estreno nacional) y “Belgrano” en el Monumento a la Bandera. En ambos casos militantes justicialistas hostilizaron con silbidos al gobernador cada vez que se lo mencionó. Más folclore.
Aún si se acordara que la silbatina hostil en actos institucionales es un hecho menor y folclórico, la pata santafesina del kirchnerismo debería evaluarlo en términos de conveniencia. Los hechos vienen demostrando que ha sido un recurso poco ganancioso e incapaz de contagiar a nadie por fuera de los convencidos, ya que las figuras de Binner y Lifschitz viven un 2011 en franco ascenso, hasta aquí al menos.
Así como el Frente Amplio Progresista no puede elaborar una propuesta nacional que no esté moldeada en función del piso que consolidó el kirchnerismo desde 2003, lo mismo pero a la inversa ocurre en Rosario y la provincia con la base que levantó el socialismo.
Aquí se llega a un punto interesante de todo este asunto: ¿Qué quiere ser el kirchnerismo santafesino? ¿Apenas una tajada del mismo PJ que con su diversidad y diferentes etapas gobernó entre 1983 y 2003, o la superación del justicialismo que lo antecedió, aún cuando tenga que negociar con él para sustentarse en el poder?
Hace mucho tiempo que la presidenta desalambró los límites de su discurso y sus acciones de gobierno con el objetivo de ensanchar su base de sustentación. El mismo lunes habló de desterrar “puños crispados” y llamó a la unidad nacional.
Los resultados están a la vista: es candidata a la reelección, tiene oxígeno para pensarse como “un puente a las nuevas generaciones”, está bien arriba en las encuestas y protagonizó el milagro de pasar de un alarmante 20 por ciento de aprobación social al 60 y pico actual. El camino del kirchnerismo santafesino no debería, como dice la canción, aceptar la invitación a detenerse en sillas peligrosas que lo invitan a descansar.