Por Alejandro Duchini
Deporte, desaparecidos y dictadura (Ediciones Al Arco) es uno de los trabajos más contundentes sobre la peor época de nuestro país, de la que en estas horas se cumplieron 48 años desde su inicio, el 24 de marzo de 1976. Su autor es el periodista Gustavo Veiga; lo prologó su colega Ariel Scher; y en la contratapa la firma es de Claudio Morresi.
Minucioso y periodista de los mejores, Veiga expone historias con nombres y apellidos. Su libro tendría que ser material obligado en las escuelas de periodismo. También entre periodistas. Habla de atletas desaparecidos, de civiles presos y militares impunes y patoteros; y del Mundial 78 como símbolo de esos años. Cierra con una lista de deportistas desaparecidos. Recuerda a Marquitos Zucker, secuestrado e hijo de un conocido actor. Una tribuna de Defensores de Belgrano lleva su nombre. Y habla de Juan Manuel Fangio -para muchos, todavía un intocable ídolo de nuestro deporte- vinculado con la Mercedes Benz y con los secuestros de sus obreros. “Como no todos saben quién fue Fangio, vale recordarlo: cinco veces campeón del mundo, piloto excepcional y uno de los tantos imbéciles que apoyó a la dictadura de Videla con alma”, se lee.
“Estos periodistas de raza eligen caminar por la vida contando lo que pasó y sintiendo que las puertas de la dignidad y el respeto siempre están abiertas de par en par, sostenidas por el pueblo al que pertenecen y defienden”, finaliza, desde la contratapa, Claudio Morresi.
La vergüenza de todos – El dedo en la llaga del Mundial 78, de Pablo Llonto, es otro de los imprescindibles para entender qué ocurrió. Aquel invierno, efectivamente, el fútbol se lo comió todo. A metros de River, en la ESMA, había ciudadanos torturados o a punto de serlo; embarazadas, madres que no conocerían a sus hijos. Personas que serían lanzadas al Río de la Plata.
Llonto obliga a pensar. Porque no sólo explica el rol de los asesinos con uniforme, sino que también cuenta quiénes fueron sus cómplices. En sus páginas, una radiografía de la Argentina de entonces. Tapas mentirosas, como la de Somos, de la editorial Atlántida, en la que anuncia un “Complot contra la Argentina” desde Europa. No falta aquella papelonera carta falseada al jugador holandés Krol, en la que supuestamente le contaba las bondades argentinas a su hija. Están los números de los gastos, las amenazas de bombas, los asesinatos.
Fuimos campeones – la dictadura, el Mundial 78 y el misterio del 6 a 0 a Perú, de Ricardo Gotta, es un tremendo trabajo de investigación en el que se leen cosas como “ya brillaba Diego Armando Maradona, a quien el general Guillermo Suárez Mason seguía por las canchas argentinas, viajando en aviones de YPF”. Hay buenas entrevistas, mejores datos. La goleada a Perú tratada como pocas veces. También se recuerda la bomba que estalló en la casa del ministro Juan Alemann tras el cuarto gol a los peruanos -que aseguraba la clasificación argentina-, la visita al vestuario visitante de Kissinger junto a Videla y los barcos con toneladas de trigo que viajaron a Perú unas semanas después del título.
“En 1976 se acabó la risa y la broma. El país se cubrió de sangre. Exilio, cárcel, desaparición, secuestros, torturas, extorsiones, violaciones. Hasta los niños desaparecen”, lamenta Osvaldo Bayer en su Fútbol argentino.
“Nunca es demasiado halagüeño aceptar que la Dictadura cayó -o se fue, mejor- como consecuencia de la soberbia imbecilidad criminal de la guerra de Malvinas y no por otra cosa; menos lo es suponer que los militares podrían haberse ido mucho antes si en la tarde del 25 de junio de 1978 una pelota de fútbol que hacía casi una hora y media que circulaba por la colmada cancha de River entre jugadores de celeste y blanco y de naranja hubiera, en cierto momento, desviado su trayectoria hacia la derecha entre tres y cinco centímetros”, recuerda Juan Sasturain en La patria transpirada – Argentina en los mundiales – 1930-2010.
Crítico acérrimo del fútbol, Juan José Sebreli lo refiere en La era del fútbol. “Con el aval del fervor popular, las democracias burguesas europeas, las izquierdas y la bendición del Papa, la dictadura militar vivió su momento más glorioso con el Mundial de fútbol”, escribe, quien al comienzo del libro agradece “el espíritu crítico, raro en el deporte”, de Dante Panzeri. Refiere a un periodismo radial y televisivo “obsecuente”, menciona a José María Muñoz y a César Luis Menotti, el técnico, quien le dijo a la revista Gente que “derrotamos a la derrota”, tras haber alcanzado el primer Mundial de nuestro seleccionado. “El objetivo de la dictadura fue logrado y ésta salió fortalecida del Mundial. Havelange contribuyó al blanqueo de la dictadura en el exterior aceptando una condecoración de Videla, y declarando que ‘por fin el mundo pudo ver la verdadera imagen de la Argentina’”, escribe.
Por ese lado va también Víctor Lupo en Historia política del deporte argentino – 1610-2002 (Corregidor). Completísimo informe deportivo-político. “‘Quiero agradecer a los que permitieron que la Argentina fuera sede de esta justa y le dieron la oportunidad para demostrar de lo que es capaz el pueblo argentino. Eso significó un voto de confianza’. Se refería a Havelange, en una devolución de agradecimiento por el apoyo del 28 de mayo de 1976, para agregar: ‘El resultado del campeonato permite pensar que aún es posible vivir en unidad y diversidad y es también el símbolo de la paz. Una paz que merezca ser vivida’”, se cita en un capítulo dedicado a la dictadura. Luego, la película La fiesta de todos, en la que menciona a sus participantes: Juan Carlos Calabró, Néstor Ibarra, Luis Landriscina, Nélida Lobato, Félix Luna, Rudy Chernicoff, Graciela Dufau, Enrique Macaya Márquez, Ricardo Darín y Diego Bonadeo. Cita también al libro El director técnico del proceso, de José Luis Ponsico y Roberto Gasparini, donde se cuenta que la designación de Menotti como entrenador “quedó acordada en una cena entre Bracuto, Menotti y el secretario de la UOM, Lorenzo Miguel, en el ex restaurante La raya de la calle Pavón entre Urquiza y La Rioja, en Buenos Aires”. Lupo destaca varios otros hechos que refrescan la memoria.
“Encapuchados y con grilletes, detenidos-desaparecidos y prisioneros de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) gritaron en junio de 1978 los goles de la selección argentina en el estadio de River Plate. Hambreados y muertos de frío, soldados de Malvinas siguieron por radio a la Argentina durante el Mundial de España 82. Mientras, las bombas estallaban a su lado”. Así comienza el sexto capítulo de Breve historia del deporte argentino, de Ezequiel Fernández Moores. “Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz 1980, cuenta que él mismo tampoco reprimió el grito de gol, junto con los demás presos, en la Unidad 9 de la Plata, donde los partidos se transmitían por un altavoz. Los goles de Mario Kempes y sus compañeros también se celebraron en las casas de Hebe de Bonafini y de Estela Carlotto, posteriores presidentes de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, respectivamente, mientras lloraban la desaparición de sus hijos y nietos”, escribe Moores. Y cita a José María Muñoz: “Argentina campeón del mundo, campeón en la organización de un campeonato que ha hecho con esfuerzo todo el país, cuando muchos no creían, Argentina logró esta hazaña… para que nuestros hermanos del mundo comprendan que hicimos un campeonato de humanidad, de solidaridad, porque así somos los hijos de esta tierra”.
Moores también recuerda a los desaparecidos del La Plata Rugby Club, la memoria del atleta Miguel Sánchez, quien “soñaba con ganar en el 78 la San Silvestre” y al tenista Daniel Schapira, secuestrado el 7 de abril de 1977. No está de más el recuerdo que hace del título del seleccionado juvenil del 79. “La madre de Maradona, Doña Tota, fue invitada especial a los almuerzos televisivos de Mirtha Legrand el día del triunfo, el 7 de septiembre de 1979. ‘Vayamos a la plaza a ver esta espléndida fiesta del pueblo argentino’, pedía cada tanto la conductora de los almuerzos. Cientos de estudiantes, liberados por un asueto del Ministerio de Educación, celebraban el triunfo en la Plaza de Mayo. ‘Vayamos a la Plaza a demostrarles a esos señores de la OEA que los argentinos somos derechos y humanos’, alentaba el Gordo Muñoz por Rivadavia. En efecto, a metros de allí, familiares de desaparecidos hacían fila para elevar sus denuncias a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Videla salió al balcón de la Casa Rosada para saludar a los estudiantes que habían ido a celebrar”.
En otro párrafo, Moores destaca que “en abril de 1982, cuando la dictadura estaba en plena aventura de Malvinas, deseosa de reconquistar apoyo popular, se inauguró una pileta en el Parque Sarmiento, de Buenos Aires. Había militares en la pileta, la gente cantaba enfervorizada el Himno y gritaba ¡Argentina, Argentina!”.
La barbarie, se titula el capítulo 13 de Deporte nacional – Dos siglos de historia, de Ariel Scher, Guillermo Blanco y Jorge Búsico. “Este país roto, fusilado, torturado, estafado y, en especial, desaparecido que diseñó la dictadura militar encaramada en el poder desde el 24 de marzo de 1976 silenció todo menos el fútbol. Menos el fútbol que, en medio de órdenes para prohibir y prohibir y prohibir, fue lo único que se permitió”, arranca. “El comunicado número 23 de la Junta Militar que había derrocado a María Estela Martínez de Perón…”, recuerda. Y: “Se ha exceptuado de la transmisión por cadena nacional de radio y televisión la propalación programada para el día de la fecha del partido de fútbol que sostendrán las selecciones nacionales de Argentina y Polonia”. Argentina ganó 2 a 1, con goles de Héctor Scotta y René Houseman, en el amistoso que se disputó en la ciudad industrial de Chorzow, Polonia. “Teníamos mucho miedo a todo”, se cita a Scotta, y también se recuerda que Alfredo Cantilo, el entonces presidente de la AFA, anunciaba que “el cambio de gobierno no tiene nada que ver con el Mundial. Somos gente de fútbol y no políticos”. Sin embargo, el poder estaba en manos del marino Carlos Alberto Lacoste, vicepresidente del Ente Autárquico Mundial 78. “No hubo proyecto político deportivo militar ni, tampoco, un modo de jugar de la dictadura”, señalan los autores. Se recuerda que en el Comité Olímpico Argentino su titular, el ex tirador Pablo Cagnasso, fue reemplazado por el Coronel Antonio Rodríguez, quien se quedó en el cargo hasta 2005. Acá también se menciona a Miguel Sánchez: “cuando estaba de regreso en Villa España, una patota de la dictadura militar lo secuestró y lo volvió un desaparecido”. Ex futbolista, poeta aficionado, peronista y militante. No se deja en el olvido la desaparición de Norberto, el hermano de Claudio Morresi, ni tantos otros mencionados con nombre y apellido.
En Maten al rugbier – las historias detrás de los 20 desaparecidos de La Plata Rugby Club, Claudio Gómez entrevistó a protagonistas, testigos, abogados y familiares de las víctimas. Entre ellas, Velia Oliva, la mamá de Jorge Moura, recordado además porque sus hermanos fundaron el grupo Virus, ícono del rock nacional de los 80. Jorge había jugado al rugby en ese club; es uno de los desaparecidos de la dictadura militar. “Perder a un hijo es lo peor que le puede pasar a un ser humano. Yo perdí a dos. Tengo ochenta y seis años y todos los días me pregunto para qué quiero seguir viviendo”, le dice.
En Hechos pelota – El periodismo deportivo durante la dictadura militar, Fernando Ferreira (Ediciones al arco) cuenta el Mundial, las Malvinas y sobre todo qué papel jugaron periodistas de renombre, cuál los medios de comunicación masivos y hasta hay lugar para varios mea culpa, como el de Ernesto Cherquis Bialo, entonces en El Gráfico. “Me avergüenzo de mi ignorancia” y “no sabíamos nada y eso es lo verdaderamente imperdonable. Cuando nos dimos cuenta ya era demasiado tarde: los desaparecidos habían desaparecido”, se justifica. Su concepto se repite en tantos hombres de la prensa.
Matías Bauso realizó un trabajo exhaustivo y de largo aliento para dar forma a 78 – Historia oral del Mundial. Más de 150 entrevistas y casi cinco años de investigación. 850 páginas. Comienza desde que se eligió a la Argentina como sede. Continúa con los vaivenes gubernamentales que pusieron en duda la organización del Mundial. Cuenta cómo se eligieron las sedes y qué trabajos se hicieron para estar a la altura de las exigencias de la FIFA. Detalla el papel de los militares y también el de la formación del plantel. Hay dos capítulos imperdibles: el de la elección entre Fillol y Gatti para el arco y el de Alonso en un grupo cuyos integrantes no terminaron de aceptarlo. También se recuerda al dibujante de Clemente, Caloi, quien incitaba a tirar papelitos cada vez que el seleccionado argentino salía a la cancha. Están el oportunismo de Muñoz, la posición de Montoneros y la pelota Tango, que renovó la historia de los balones de fútbol.
Gracias a periodistas y testigos que no olvidan, la historia de la dictadura también puede leerse desde el deporte. Algo tan necesario en estos tiempos.