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La otra derrota y la de más vergüenza de Australia: a 90 años de la Guerra del Emú

Exactamente 9 décadas antes del choque entre Argentina y Australia, en el país que a la vez es isla y continente estaba en pleno curso una operación militar de exterminio contra una de las aves más maravillosas del mundo. Es la misma que está dibujada en el Banderín que recibió Lio Messi

La reciente derrota de Australia que la dejó afuera del Mundial de Qatar al perder contra la Selección argentina fue dura para el país-continente, pero no motivo de vergüenza. Pero otra, décadas antes del partido de fútbol lo fue y lo sigue siendo, no por la derrota en sí, sino por lo inexplicable de la contienda: lejos de un partido, se trató de un feroz ataque militar contra un enemigo desarmado, al que no pudo vencer pese a la masacre, y que tanto antes como ahora forma parte de su Escudo, hasta el punto de aparecer en el Banderín que aparentemente recibió el capitán Lionel Messi antes de empezar el encuentro. Aquella contienda bélica se conoce como la Guerra del Emú, y estaba en pleno curso 90 años antes del partido en el estadio Áhmad bin Ali, de Rayán. Y el adversario de las Fuerzas Militares de la Mancomunidad era, precisamente, la gigantesca ave, una de las maravillas de la evolución y una de las pocas que quedan en su tipo en el mundo.

El emú forma parte del escudo de Australia, que tiene la misma composición gráfica desde 1912 hasta el presente. Pero el ave tenía incluso un protagonismo mayor en el de 1908, cuando sostenía una forma heráldica con su pata derecha, en espejo con un canguro, que lo hacía con su brazo izquierdo. En su versión vigente, el canguro lo sigue haciendo, pero el emú está sobre sus dos patas y lo sostiene con el pecho. Es, así, uno de los símbolos históricos de Australia, aunque probablemente su fama internacional esté detrás de canguros y wallabíes.

 

 

De 1908 a 1912 y de 1912 hasta el presente: a quién se le ocurre generar un estado de guerra contra algo que no vuela y es grande, pero sigue siendo un pájaro.

 

 

El emú es, además, la segunda ave más grande del mundo en altura, por detrás del avestruz africano, y alcanza los 2 metros, aunque su peso, que promedia unos 45 kilos, es menor al de aquel y también que el del casuario, otra ave no voladora de gran porte presente en Nueva Guinea y también marginalmente en Australia. Dromaius novaehollandiae es semejante en colores al ñandú sudamericano, que tiene dos especies pero la mayor no supera el metro ochenta de estatura.

El ser humano se alimentó histórica y prehistóricamente de carne y huevos de las grandes aves y provocó la extinción de las mayores y más increíbles que existieron alguna vez, como las moas, que alcanzaban los 4 metros. Pero nunca antes había lanzado una operación militar organizada de exterminio, como la que se lanzó, a nivel oficial, en Australia en octubre de 1932.

La operación se inició por una concatenación de factores. Una extensa sequía, que asolaba a tierras que habían sido cedidas como reconocimiento a veteranos de la Primera Guerra Mundial. Los nuevos colonos extendieron la frontera agrícola, restándole espacio vital a una especie que no resignaba territorio, y que, sufriendo el mismo padecimiento, se había desplazado hacia zonas de cultivos para alimentarse. La rivalidad fue creciendo hasta que los colonos apelaron al gobierno australiano. Y pidieron, nada más y nada menos, que el despliegue de ametralladoras. El Ejecutivo autorizó la operación, siempre que el manejo de armas estuviera a cargo de las tropas regulares, y que los colonos se hicieran cargo del alojamiento y alimentación de los soldados, además de las municiones utilizadas.

El despliegue se inició en octubre, pero ya desde el inicio la operación resultó un problema. A la inacabable sequía le siguió un período de lluvias torrenciales, con inundaciones y un cambio diametral de las condiciones climáticas. Mientras las tropas esperaban, impedidas de pasar a la acción y sostenidas por los agricultores y ganaderos que las habían convocado, los emú que se habían concentrado se dispersaron. Las lluvias duraron semanas, el ciclo había cambiado y también las oportunidades de fuentes de alimento. Pero para los uniformados, habían dejado de ser un blanco concentrado y más o menos apuntable. Después de estar un mes inmovilizados, iban a tener que perseguirlos.

Sobrevivientes por millones de años en un territorio al que los humanos arribaron hacía sólo milenios, la cuestión no se trataba sólo de armas. El emú puede sostener una marcha regular por horas a una velocidad de 50 kilómetros por hora en terrenos accidentados, algo de lo que eran inalcanzable para los vehículos militares.

Para entonces, ya la insólita operación militar había trascendido, y llegado al conocimiento público fuera de las fronteras de Australia, y su difusión generó solidarias presiones internacionales para detenerla.

La enciclopedia en línea Wikipedia tiene una entrada para el insólito despliegue, y lo caracteriza como la “Gran Guerra Emú”, entre otras acepciones. Y da cuenta, según su construcción colectiva, de que se “enfrentaron” la Real Artillería Australiana, por un lado, y por el otro, unos 20.000 emú. También indica que no hay número de bajas reportadas entre las fuerzas militares humanas; pero sí entre las ¿fuerzas? de otro género, Dromaius, que sufrieron, según estimaciones, unas 3 mil muertes.

El emú es la segunda ave más alta del mundo que sobrevive hasta hoy, un poco por encima del ñandú.

 

Y también da cuenta de cómo terminó todo: 986 muertes de aves mediante el uso de 9.860 cartuchos, “a un ritmo de exactamente diez cartuchos por baja confirmada”. La operación dejó “2.500 aves heridas” que habrían muerto “como resultado de las lesiones que habían sufrido”, y denuncias internacionales por doquier.

¿Y los “granjeros”? Acaso como ocurre hoy con las quemas en el Humedal, pudieron no saber, no sospechar, no intuir, no participar, no conocer, no suponer. Pero sí reclamar: habían invertido considerables sumas en el alojamiento, mantenimiento y pertrechamiento de fuerzas militares, y los costos parecían mayores que lidiar con el ave nativa. Aunque  volverían a enfrentarla: en 1934, en 1943 y en 1948, cada vez que la naturaleza no se comportó como esperaban, ni otras especies, en particular esa, en forma acorde a sus pretensiones. Según Wikipedia, el problema venía de diez años antes o casi, 1923, cuando se instauró un “sistema de recompensas” por ave muerta, que continuó: se reclamaron 57.034 resarcimientos en 1934 solamente, y unos 285.000 entre 1945 y 1960.

A enorme distancia, testimonios vivenciales sobre las islas del Paraná, y sobre las superficies del Humedal, hablan sobre grandes almejas de agua dulce, tucanes, primates, lobitos de río (como nutrias, pero autóctonas), el mayor roedor del mundo (el capibara o carpincho, alguna vez considerado un “pez” por la Iglesia Católica) prosperando, entre muchas otras especies que ya no están, incluidos ñandúes. No hicieron falta reclamos al Estado, siguen yendo fósforos privados.

 

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