Las escuelas se enfrentan al desafío de contener en sus aulas una realidad social que es cambiante, que está en permanente movimiento y pone en tensión no sólo los contenidos curriculares sino también los conceptos de autoridad y poder.
La subjetividad humana es más que la definición del aparato psíquico, se construye, además, con la incorporación de conceptos históricos y sociales.
Las crisis económicas, sociales y políticas; los cambios culturales, que en los últimos años han ampliado las nociones de familia, sexualidad, autoridad, etcétera, necesariamente modelan un sujeto en permanente acción. La escuela no escapa a esta definición y comienza a entrar en un debate, al menos en lo teórico, sobre cómo diseñar espacios innovadores para enseñar y aprender.
Horacio Belgich es psicólogo, doctorado con la tesis “Producción de subjetividad y ciudadanía en los orígenes de la escuela pública argentina”. Ejerce su profesión en distintos ámbitos de educación especial e instituciones terapéuticas. Como investigador, trabaja la problemática de la educación y la formación de autonomía en la infancia.
El profesional sostiene: “Estas épocas están marcadas por un desorden escolar que es movimiento, transformación y mutación de sentidos, desde esta perspectiva, el orden escolar está constreñido y no tolera la transformación de la infancia, de las instituciones, de las familias, del nuevo modo de estar de los niños en el mundo. Esto que se percibe como desorganización son cuestiones que tienen que ver con nuestra época”. Este “desajuste”, además, pone en tensión el concepto de poder y autoridad.
“La modernidad ha construido una pedagogía basada en el orden, que se sostenía en el sometimiento del adulto y cuyos efectos llegan hasta nuestros días”, dice el psicólogo.
Para Alice Miller “la educación de los siglos XIX y XX ha creado una pedagogía que intentó doblegar la voluntad del niño, obligándolo a la inexpresión de su ira y dolor ante las actitudes del adulto. Éste a su vez se distancia del sufrimiento de su propia infancia, pues él mismo no pudo como niño defenderse de esa pedagogía que le imponía el mutismo ante lo que sentía como humillación, ofensa y violencia por parte del alumno o educador”.
“Nuestra escuela no es una institución autoritaria por sí misma –dice Belgich–, tiene que ver con modos de los adultos y sobre cómo están organizadas las redes de poder. Hay un orden o una serie de rituales para que esto suceda. Hasta no hace muchos años, nuestra Constitución no tenía incluido los derechos de los niños y los jueces, por ejemplo, no daban crédito a las palabras de los jóvenes. Históricamente, la palabra del infante ha sido devaluada. Uno de los sometimientos es no darle validez a la palabra del niño”.
Belgich sostiene que el concepto de autoridad está íntimamente vinculado con el de poder que, por otra parte, trasciende el ámbito escolar y se instala en nuestra matriz ciudadana, donde el sujeto se somete a los mandatos de un sistema que lo infantiliza. Este entramado de exclusiones genera violencia sobre sí mismo y sobre otros que generalmente son nuestros pares, tanto dentro de las escuelas como fuera de ellas.
—En una pedagogía que suele presentarse con muchas dificultades para las críticas, ¿cree que los adolescentes en las escuelas pueden expresar su necesidad?
—Hay una flexibilización de estas temáticas, pero todavía depende mucho de la impronta del adulto que enseña. El docente que da la posibilidad de que la palabra circule, permite que determinadas situaciones se destraben. Este es un docente seguro de su función. Por el contrario, el que evita hablar, es porque tiene una fuerte inseguridad respecto de su propia autoridad
—¿El docente es conciente de que trasmite una pedagogía que no es neutra?
—Yo creo que sí, el problema es que muchos sostienen una pedagogía autoritaria que creen que es buena. El adulto que enseña es consciente de la responsabilidad que tiene en trasmitir valores y actitudes. Hay que pensar también qué modelo identificatorio hemos tenido en nuestra biografía para asumir determinados roles y posiciones donde la palabra del adulto es la única valedera.
El filósofo Franco Berardi, en su libro Generación pos alfa, sostiene cómo se forma la subjetividad de la infancia contemporánea y subraya que estamos asistiendo al nacimiento de una generación que se guía por el lema de la marca Nike: “Just do it” (Sólo hazlo).
Esto se plantea como una forma de ejercicio de poder, donde hasta puede ponerse en juego la vida del otro. Es un poder ejercido por adolescentes hacia sus pares o hacia los adultos y está activado por los estímulos que permanentemente reciben los jóvenes, algunos de tal intensidad, que ni siquiera pueden ser procesados por el cerebro. Esto hace que los adolescentes no puedan parar (hiperactivos) aunque quieran. Son jóvenes que no pueden sostener la atención en este orden escolar y deben luchar contra eso, generalmente, con violencia.
“Si bien es difícil caracterizar a la infancia contemporánea, hay dos o tres rasgos que van a marcar la futura adolescencia: mayor libertad, autonomía y otra concepción de la circulación, a partir de las redes que se constituyen con la globalización. Hoy los chicos son mucho más flexibles para aceptar realidades que los adultos no toleran. Tienen gran capacidad para procesar lo diverso, es cierto también, que esto jóvenes pueden terminar en el individualismo. Pero los chicos suelen ser más fuertes y respetuosos de lo que uno cree. En verdad, son los adultos los más resistentes”, concluye Belgich.