El 1º de octubre de 1975 quedó atrás. Es historia y, como tal, émula del tiempo. La tercera pelea entre Muhamad Ali y Joe Frazier se convirtió en una de las más electrizantes del siglo XX. El Coliseo Smart Araneta de la ciudad Quezón, Manila, Filipinas, crujió de emociones y angustias. El choque paralizó el universo del boxeo.
En sus dos anteriores combates habían ganado una cada uno. Superando todas las ofertas previas, el presidente Ferdinand Marcos patrocinó la cartelera tratando de alejar la atención mundial sobre la difícil situación política en Filipinas. Superando los cuarenta grados de temperatura, el combate comenzó a las 10.45 hora local.
Joseph William Frazier nació en Beauford, Carolina del Sur, Filadelfia, Estados Unidos. Se crió en la pobreza, esquivando la miseria, el hambre y los marcados prejuicios raciales. Su tío Israel le vio pasta de boxeador. Con una bolsa casera colgada en un galpón comenzaron sus días en el boxeo. Duke Dugent lo descubrió y alentó en sus primeros pasos. Lo conectó con Yank Durham, manager en ese momento de Bob Foster. Sólo la muerte en 1973 de Durham logró separarlos. De su mano fue patrocinado por Cloverlay, un grupo de empresarios que invertía en el negocio de los puños. Con una campaña amateur excelente, que incluyó ser campeón Olímpico en Tokyo (1964), ingresó al campo profesional un año más tarde.
Al poco tiempo llegó a su rincón alguien fundamental en su vida futura: Eddie Futch, reconocido entrenador que ajustó las tuercas necesarias para encaminar la carrera de Frazier. Con el antecedente de haber entrenador a Larry Holmes, Ken Norton, Trevor Berbick, vencedores de Ali, el experimentado Futch se puso a trabajar exclusivamente en la preparación de este tercer choque de su pupilo con Muhamad Ali.
“Había que evitar sus puntos fuertes. Atacar sobre sus debilidades. Alí no lanzaba correctamente el gancho de derecha. El tema era ver cuando su mano derecha estaba abajo y sacar un gancho de izquierda rápido y sorprenderlo”, comentó tiempo después de la pelea el avezado entrenador.
Los dos hombres se conocían muy bien. Dos veces se habían enfrentado. En la primera ganó Frazier por puntos, luego de derribar a Alí. Fueron quince rounds tremendos. Se castigaron furiosamente. Ambos debieron ser hospitalizados para recuperarse. La segunda la ganó Muhamad Ali en un combate para el olvido.
Joe Frazier era un boxeador de pequeña talla. Agresivo. De constante movilidad y juego ofensivo. Duro. Incansable. Resistente. Agobiaba a sus rivales por la cantidad de golpes lanzados. Su letal gancho de izquierda, el mismo con el que tiró a Ali, fue famoso a la hora de las definiciones. Siempre adelante. No conoció el retroceso. Lo apodaron “Smoker”, porque decían que de sus guantes salía humo. Comparado en el estilo con Henry Armstrong y Rocky Marciano. Disciplinado, mecánico y lacónico. Ganaba combinando con gran eficacia dos atributos: agilidad y potencia.
La campana sonó invitando al primer round. Muhamad Ali le dijo a Angelo Dundee: “Voy a patearle el trasero y vuelvo”. Quiso hacerlo de entrada. Ganó los primeros asaltos. Joe Frazier era conocido por la lentitud al empezar sus peleas. Alí lastimó y castigó a su rival. Su bailoteo incesante nunca pudo detener el avance de Frazier. El cansancio comenzó a instalarse en Alí a partir del séptimo capítulo.
Joe Frazier, recuperado, controlaba la situación. Muhamad Alí seguía con sus intentos dialécticos de desacomodar a Frazier: “Joe, me dijeron que estás agotado. No puedes más”. Por única vez se escuchó la voz de Frazier: “Te dijeron mal, chico lindo”.
Alí no se preocupó por las palabras; lo desestabilizó la profunda mirada de Joe. Los rounds se sucedieron sin piedad. Se castigaron brutalmente. Sin pedir, ni dar tregua. A suerte y verdad, bajo las luces que elevaron la temperatura a los cuarenta y cinco grados. En el décimo, Frazier acusó fatiga. Alí, usando su velocidad, lo lastimó seriamente en el ojo izquierdo. A tal punto de no poder ver. La mano derecha de Alí era un misterio para Frazier. No sabía dónde estaba. El momento más espectacular se produjo al minuto del decimotercer round. Una feroz derecha de Alí hizo volar el protector bucal fuera del ring, obligando a Frazier a pelear dos minutos interminables, sin ese importante elemento, ya que el reglamento de aquella época no permitía reponerlo hasta que terminara la vuelta.
En el asalto catorce, Frazier estaba casi ciego y sin energías. Alí agotado y maltrecho. Era una batalla de guerreros por el honor herido. Tocó la campana. Los dos llegaron dificultosamente a sus rincones. Eddie Futch paró la pelea. “No jefe, no la pare”, le suplicó Frazier. “Todo terminó, Joe. Nadie olvidará lo que hiciste aquí hoy” y le indicó al árbitro Carlos Padilla el final. Lo que no sabía Futch era que en el otro rincón Alí le había pedido a Angelo Dundee no seguir. “No puedo más. No soporto más. Sáqueme los guantes”.
El periodista y biógrafo de Ali Thomas Hauser confirmó la historia. Luego de la pelea, Alí dijo: “Fue los más cercano que estuve de morir. Lo diré al mundo ahora mismo, Joe Frazier sacaste lo mejor de mí, que Dios te bendiga”.
La pelea quedó registrada como una de las más intensas y brutales de la historia. Siguieron caminos muy diferentes. Joe Frazier combatió algunos años más. La última presentación fue en Chicago el 3 de diciembre de 1981, en la que empató con Floyd Cummings. Cerca de seis millones de dólares cobró por la pelea en Manila. A fines de los años ochenta había perdido todo. Fue a vivir a un modesto departamento en un segundo piso de un gimnasio, donde por las tardes enseñaba a jóvenes boxeadores. Alguna vez fundó un grupo musical, Joe Frazier and The Knockout, y grabó discos en Filadelfia. Apareció en la serie televisiva Los Simpsons y en alguna película de Rocky. Fue entrenador de Marvis y Jackie, sus hijos. Ingresó al Hall de la Fama. Nunca dejó de mantener una dura mirada sobre Muhamad Alí. Lo consideró un enemigo. Llegó a odiarlo. Jamás le perdonó que se burlara de él. Tampoco que lo llamara gorila y que hiciera burlas o desplantes sobre su pobreza y escasa educación. Joe Frazier sintió que Alí lo había traicionado, principalmente porque lo había apoyado, presentándose en Tribunales, pidiendo al presidente Richar Nixon que le levantaran la pena y le devolvieran la licencia profesional. Lo defendió ante una prensa agresiva. Lo acompañó en los tres años que estuvo exiliado del boxeo debido a que se negó a servir en las fuerzas armadas en la guerra de Vietnam. Hizo reclamos públicos para que lo dejaran combatir. Alí siempre que pudo insultó y fastidió a Frazier. En el 2009, Frazier cerró su gimnasio en Filadelfia. Falleció el 7 de noviembre de 2011 en un hogar de enfermos terminales.
Hablar de Joe Frazier es encontrarse con Muhamad Alí. Sus vidas, sus historias, están encadenadas. Jamás se podrá decir una palabra de Alí sin mencionar a Frazier. Una foto de Alí llegará a la sombra de una de Frazier. Ninguno de los dos hubiera sido quien fue sin la existencia del otro.
Cuando los mejores años ya habían pasado, Marvis Frazier se encontró con Muhamad Alí. El maravilloso peso pesado le dijo: “Tu padre fue un gran campeón. Un excelente boxeador”. Al comentárselo, Joe Frazier, sentado en un gastado sillón, cerró sus ojos y mirando la película del pasado le contestó: “Y por qué no me lo dijo a mí”.