Ana Laura Dagorret y Rodolfo Pablo Treber
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
La guerra entre Ucrania y Rusia profundizó las tensiones políticas existentes entre Oriente y Occidente, al mismo tiempo que clarificó, expuso, la caída de la hegemonía del imperio norteamericano y el renacer de un nuevo mundo multipolar.
La operación militar en Ucrania desató una serie de medidas por parte de los gobiernos de Estados Unidos y sus aliados, que tienen como principal objetivo aislar y debilitar a la economía rusa. La decisión de imponer sanciones y bloqueos comerciales, sumada al congelamiento de cerca del 50% de las reservas que tiene en otros países, golpearon con fuerza a una Rusia que respondió de manera rápida y contundente en la arena de la guerra económica.
En una declaración realizada el pasado miércoles 23 de marzo, el presidente ruso Vladimir Putin anunció que, debido a las sanciones impuestas de forma unilateral contra su país, el pago del suministro de gas que Rusia vende a los países que adhirieron a las sanciones deberá efectuarse única y exclusivamente en rublos. Dicho anuncio, generó no sólo la reacción de aquellos países que dependen del gas ruso en Europa (40% de lo que consume) sino también una revalorización de su moneda, que logró recomponerse tras haber sufrido una devaluación del 30% producto de las sanciones anteriormente mencionadas.
La idea inicial de los Estados Unidos, a través de las medidas coercitivas, era debilitar al rublo y desconectarlo, a fin de disminuir su influencia, con la Unión Europea. Por el mismo motivo es que, desde 2014, la Otán motivó generar la reacción bélica de Rusia instalando bases misilísticas en su frontera, persiguiendo y asesinando a la población ruso parlante de Ucrania.
Sin embargo, por la respuesta del gobierno ruso y su alianza con la megapotencia China, el efecto logrado es totalmente el contrario. Las prohibiciones y limitaciones comerciales aceleraron el comercio entre naciones utilizando monedas distintas al, hasta hace poco tiempo, hegemónico dólar.
Por lo tanto, los países del mundo que tenían sus reservas mayoritariamente en dólares estadounidenses comienzan a ver la necesidad de contar con una canasta de monedas (que incluya al yuan, entre otras) y, así, se desprenden parcialmente de la divisa norteamericana, haciendo que esos dólares dejen de estar resguardados. En consecuencia, el dólar líquido que se encuentra en la compra venta del consumo, aumenta en términos relativos y absolutos respecto de los que se encuentran atesorados y, al no poder aumentar sus niveles de productividad por la pérdida de mercados en los últimos años a manos de China, pierde valor e ingresa en un proceso inflacionario.
La hegemonía del dólar como moneda de intercambio internacional se consolidó en 1971 con la caída de los acuerdos de Bretton Woods, donde se rompieron las reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países y se puso fin al resguardo en metal como valorización de las monedas. Desde entonces, y hasta hoy, la moneda norteamericana reemplazó al oro y comenzó a ensanchar las reservas de los Bancos Centrales del mundo. A su vez, el comercio de petróleo en dólares posicionó a la moneda como referencia indiscutida en el mercado internacional.
Con el surgimiento de potencias que le disputan hegemonía a Estados Unidos, la guerra económica se presenta como posibilidad para organizar las alianzas ante la posibilidad cada vez más concreta de que el comercio internacional ya no se haga únicamente en dólares.
Ante dicho panorama no sorprende la decisión del gobierno de Rusia, la cual se suma a otras iniciativas que ponen en jaque a la moneda estadounidense. Entre ellas se encuentra la propuesta presentada para la creación de una moneda internacional en la reunión que se celebró el 14 de marzo entre la Unión Económica Euroasiática y China. De concretarse dicha iniciativa, algo que podría acelerarse en el actual contexto geopolítico, el comercio entre estos países superaría el PBI nominal de Estados Unidos en otra moneda que no sea el dólar. A su vez, Arabia Saudita, uno de los mayores países productores de petróleo del mundo, estudia aceptar yuanes en el comercio de crudo con China, que compra un 25% de las exportaciones del país.
Sucede que tanto la cuestión de las sanciones unilaterales como el bloqueo de activos a Rusia despertó la desconfianza de muchos países que tienen vínculos comerciales con Occidente. En la lectura actual, cualquier movimiento que pueda desagradar a Estados Unidos sería objeto de represalias y la alternativa por el uso de una moneda diferente del dólar, o el euro, podría servir como resguardo.
En este contexto, la gran mayoría de los países de nuestra región, entre ellos Argentina, que tienen sus economías atadas al dólar, sufrirán un impacto negativo si no se atreven a tomar medidas de fondo que modifiquen esa situación de dependencia a una moneda en decadencia y pleno proceso de desvalorización.
Por un lado, contarán con un margen de inflación anual importado, que está más allá del porcentaje de inflación de cada país, el cual no van a poder prever, ni controlar, para la planificación presupuestaria que organiza la inversión pública (Salud, Educación, Seguridad, Infraestructura, etcétera). Además, al mantenerse alineado al dólar y a los designios de Estados Unidos, los países de América latina que son productores de materias primas no podrán aprovechar al máximo los altos precios de los commodities porque se les cortará una parte importante del mercado. Teniendo en cuenta este contexto de guerra económica, no falta mucho para que Estados Unidos limite a la Argentina, y a otros países de la región, las relaciones comerciales con China, Rusia y aliados.
Por último, se perdería la gran posibilidad de aprovechar el contexto geopolítico para el interés nacional. La propia historia de nuestra América nos muestra que las guerras económicas allanan el camino hacia la industrialización. Esto se da porque el achicamiento y fragmentación de los mercados, más la pérdida de hegemonía y poder del imperialismo que domina los comercios exteriores de cada uno de estos países (Estados Unidos), permite, y motiva como salida lógica, la sustitución de importaciones. A su vez, porque al abrirse nuevas alianzas, es más factible que estas se generen incluyendo la transferencia tecnológica necesaria tras décadas de retroceso por la imposición de un modelo de economía primarizada, rentístico y financiero.
La situación actual traerá de la mano crecientes tensiones políticas, con luchas para desprenderse de, o consolidar, la tutela de Estados Unidos. El escenario venidero, el inicio del multipolarismo, abre una ventana de oportunidad para nuestra región. El resultado va a depender de la conciencia política y la capacidad de organización y acción de los pueblos.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org