Apenas en horas terminará 2019, un año complejo para el cine argentino que, como toda actividad productiva, en este caso vinculada a lo artístico, sufrió en carne propia los avatares de una situación económica crítica, así como políticas cinematográficas cuestionadas que de todos modos no frenaron el estreno de 220 largometrajes entre nacionales y en coproducción con otros países.
Pero además, el universo audiovisual vive en estos momentos una etapa de metamorfosis en cuanto a las estructuras de producción y exhibición que, mucho o poco, también influye en la creatividad de parte sustancial de los artistas locales, algunos de ellos también atentos o volcados a las plataformas digitales internacionales.
Poco antes de concluir en sus funciones la gestión saliente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) ofreció varios informes con sus números, pero en ninguno de esos casos se referían puntualmente a lo acontecido en 2019, promediando los datos recopilados entre 2016 y 2018.
Se trata de un balance parcial si se tiene en cuenta que los resultados de un año de gestión, tanto los positivos como los negativos, recién se podrán evaluar en la producción por conocerse dos años después, es decir que lo vivido en 2019 es el resultado de lo experimentado en 2017, y este 2019 definirá los de 2021.
Las entidades del sector, las de productores y las de distribuidoras nacionales, pusieron un manto de duda en la ejecución del presupuesto de acuerdo a lo que consigna la Ley de Cine, al igual que el cumplimiento de la cuota de pantalla por los circuitos privados, principalmente en los monopolizados por cadenas extranjeras.
La realidad de los estrenos nacionales es que sólo lograron 8,5 por ciento de penetración en la masa total de recaudación (3.9 millones de tickets sobre 47 millones en total), mientras que en el período inmediato anterior fue del 14,6 por ciento, con 6,5 millones de tickets, es decir que se produjo una baja de 2,6 millones de entradas vendidas para el cine nacional.
Producción dispar
Desde principios de este año el cine local aportó obras valiosas tanto en la ficción como en el documental, pero no en proporción suficiente como en temporadas anteriores. En esa lista aparecen Sueño Florianópolis de Ana Katz, y La misma sangre de Miguel Cohan, o Chaco de Daniele Incalcaterra y Fausta Quattrini.
Recién en abril llegó la primera novedad fuerte. Se trató de 4 X 4 de Mariano Cohn, protagonizada por Peter Lanzani, qué desató una serie de polémicas respecto de su mirada acerca de la inseguridad en los tiempos que corren, y en mayo fue el turno de El Hijo, de Sebastián Schindel, un intenso relato de suspenso con el protagónico de Joaquín Furriel.
También de mayo son Los miembros de la familia de Mateo Bendersky, así como Muere monstruo, muere, cine de género bajo la firma del talentoso realizador Alejandro Fadel que había tenido gran repercusión en su paso por Sitges, Cannes y finalmente Mar del Plata.
También en mayo llegó El cuento de las comadrejas, remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico, de José Martínez Suárez, en este caso bajo la dirección de Juan José Campanella con un elenco de actores veteranos encabezado por Graciela Borges, Luis Brandoni y Oscar Martínez, que superó el medio millón de tickets vendidos.
Entre junio y julio también se conoció Breve historia del planeta verde de Santiago Loza, una curiosa historia que combina ficción fantástica con diversidad, que ya había sido premiada con dos Teddy y una mención especial en el Bafici.
En agosto salió a la luz La odisea de los giles de Sebastián Borensztein también con un elenco rutilante y taquilla al orden del día (1,8 millones de tickets vendidos), mientras que en un plano totalmente independiente y documental finalmente se estrenó Método Livingston de Sofía Mora.
En ese mismo mes también se conocieron La Sequía de Martín Jáuregui, y La afinadora de árboles de Natalia Smirnoff, así como la impresionante Baldío de Inés de Oliveira Cézar, un drama con tanta profundidad dramática como narrativa, considerado entre los mejores de la cosecha 2019.
Otro de los memorables títulos argentinos del año que termina es La Deuda de Gustavo Fontán, una obra con la que, esta vez desde la ficción, el director propone seguir con su singular forma de abordar el lenguaje cinematográfico como lo hizo antes en La Madre y El limonero real.
En octubre apenas salido de San Sebastián llegó el imprescindible documental de Juan Solanas Que sea ley, que sigue recorriendo el mundo mostrando el reclamo de cientos de miles de mujeres y hombres por él aborto legal, seguro y gratuito en la Argentina.
En noviembre se conocieron el drama coral-familiar Los Sonámbulos, de Paula Hernández y el más intimista El cuidado de los otros de Mariano González.
Y finalmente diciembre llegó con dos obras trascendentes dentro del género documental por distintos motivos. Una es Escribir en el aire de Paula de Luque que aborda la caligrafía de Oscar Araiz, el gran coreógrafo argentino que en la década del 60 dio impulso a la danza contemporánea y sigue vigente. El otro es Tierra arrasada, testimonio urgente de Tristán Bauer estrenado casi al mismo tiempo en el que fue nombrado ministro de Cultura de la Nación, que expone, en caliente, con absoluto realismo y poder de síntesis, qué fue lo que ocurrió en los cuatro años de gobierno de Mauricio Macri, y cuál es la pesada herencia que le dejó a todos los argentinos.