La Electronic Numerical Integrator and Calculator (Eniac) fue la primera computadora electrónica creada en Estados Unidos en 1946, durante la Segunda Guerra Mundial, para calcular trayectorias de proyectiles. Otro desarrollo importante en la historia de la computación fue la Computadora Automática Universal I (Univac), de 1951, la primera computadora comercial utilizada para el procesamiento de datos del censo de Estados Unidos. En Argentina, la primera computadora científica tuvo nombre de mujer: Clementina. Manuel Sadosky, doctor en Ciencias Físico–Matemáticas de la UBA, la trajo al país en 1961 y la instaló en el Pabellón I de la entonces flamante Ciudad Universitaria. “Le pusimos Clementina porque modulando un pitillo que emitía la máquina se escuchaba Clementine, una canción inglesa muy popular. Después, nosotros hacíamos que se modularan tangos también, pero le quedó el nombre”, declaró el propio Sadosky en una entrevista.
Durante 1946 y 1947 Sadosky perfeccionó sus estudios en el Instituto Poincaré, de París, becado por el gobierno francés. A su regreso fue profesor y vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA donde en 1960 creó el Instituto de Cálculo. Con un crédito que le había otorgado el Conicet y apoyado por los médicos Bernardo Houssay –premio Nobel de Medicina en 1947– y Eduardo Braun Menéndez, investigador líder de la fisiología cardiovascular, Sadosky logró traer al país a Clementina, provista por la firma inglesa Ferranti. Desde el primer momento pensó en sacarla de los claustros para que fuera el motor de desarrollo de la economía del país. Éste era el ambiente de los inicios de la computación en Argentina.
Clementina era una computadora a válvulas, que medía 18 metros de largo y que requería de un gran equipo de refrigeración. Inicialmente no tenía impresora y la entrada de datos y programas se hacía a través de cintas de papel perforadas parecidas a las de los teletipos de la época. Si bien se utilizaba el lenguaje Mercury Autocode, hecho a medida para este ordenador, Clementina sirvió de base para la creación del primer lenguaje de programación argentino llamado Comic, desarrollado por el programador Wilfred Durán.
Para Sadosky, Clementina debía ser el soporte del Instituto de Cálculo de la UBA y, desde allí, constituir un servicio público de computación para que todas las ramas productivas del Estado se beneficiaran. Raúl Carnota, investigador de la historia de la informática, explica que “ya a fines de los años 50 la computación emerge como una ciencia que va a impactar en muchos otros aspectos de la vida social, en particular en los productivos, en las empresas, ya que todavía ni se pensaba que impactaría en los hogares y la vida personal… Sadosky vislumbra un sistema nacional de computación, que le pueda dar soporte a las empresas públicas y que crezca en infraestructura, para trabajar en todo el sector estatal: Empresa Nacional de Telecomunicaciones (la vieja Entel), ferrocarriles, YPF, Agua y Energía. Pero, además, que la investigación básica en computación esté dirigida a solucionar los problemas que planteaban esos sectores”. Era muy difícil hacer ver los beneficios que traería el uso de la computadora en un contexto donde ni siquiera se imaginaban sus aplicaciones. Por eso, fue el propio Sadosky quien, en un escrito académico de 1962 brindó ejemplos de las funciones de la nueva máquina: “…conviene mencionar el ejemplo relativo al trabajo sobre el aprovechamiento de los ríos de la zona cuyana, que ha realizado el Instituto de Cálculo sobre la base de un convenio establecido con el Consejo Federal de Inversiones y con Cepal. Utilizando el método de simulación, (…) nuestros expertos han hecho un modelo que permite ensayar diversas alternativas de acuerdo con las indicaciones que hacen los ingenieros especializados y obtener, utilizando la computadora electrónica, una cantidad de resultados correspondientes a las hipótesis a priori, que permiten luego establecer la mejor política a seguir.” En la iniciativa de Sadosky había una conexión muy estrecha entre la investigación básica, la transferencia de conocimientos y la proyección social de los resultados, es decir, una forma de investigar gestada en la universidad pública que hoy sigue respondiendo a esos principios de origen.
El Servicio Nacional de Computación, proyectado desde la UBA, no iba a ser una máquina sola, sino que se pensó como una red. Esto ocurría en la década del 60, al mismo tiempo que en Estados Unidos se crea Aarpanet, el germen de la internet que conocemos actualmente. La red de computadoras Advanced Research Projects Agency Network (Arpanet) fue creada a pedido del Departamento de Defensa de Estados Unidos para mantener comunicados a diferentes organismos del país. En el contexto de la guerra fría, lo que se buscaba era una red segura de comunicación que pudiera sobrevivir un ataque con armas nucleares proveniente de la Unión Soviética. Por eso se necesitaba desarrollar una red descentralizada con múltiples caminos entre dos puntos y la división de mensajes completos en fragmentos que seguirían caminos distintos, lo que en 1965 el físico Donald Davies denominó paquetes, como los conoceríamos posteriormente.
Pero Clementina dejó de funcionar en 1971 víctima de la falta de una política de Estado que apoyara la investigación en el incipiente campo de la informática y, en poco tiempo, fue quedando obsoleta. Sin embargo, hoy parece revivir en cada netbook que, a través del Programa Conectar Igualdad, llega a los estudiantes secundarios retomando el espíritu visionario de aquellos pioneros que veían en la computación una herramienta clave para el desarrollo de la Nación.