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La primera cooperativa de construcción transfeminista del Delta busca crear una escuela de oficios

Mujeres cis, transmasculinidades y no binaries se unieron para conformar la primera cooperativa transfeminista de carpinteras, albañilas y electricistas de la isla del Delta, en el partido bonaerense de Tigre

Eurídice Ferrara/Télam

Construir sus propias casas y cambiar su estilo de vida alejadas del desencanto de las ciudades unió a mujeres cis, transmasculinidades y no binaries para conformar la primera cooperativa transfeminista de carpinteras, albañilas y electricistas de la isla del Delta, en el partido bonaerense de Tigre, un colectivo que busca ampliarse y armar una escuela de oficios.

Turi Ferreyra está por cumplir 40 años. Oriunda de la localidad bonaerense de Don Torcuato, al sur del partido de Tigre, vivió en la provincia de Córdoba, viajó otro poco, trabajó en Turismo, como camarera y profesora de yoga.

Aparece bajo el sol tibio, con una gorra azul, sus botas embarradas y saluda con una sonrisa desde su lancha, que navega por el Río Tigre, al llegar a la estación fluvial, donde recoge a esta cronista y al fotógrafo.

«La primera vez, que entré remando al Delta, hace mil años, ya me enamoré y dije: ´Yo quiero vivir acá», dijo, apenas se presentó, desde la casa de madera y cemento de una compañera, Laura Casalongue.

Ambas forman parte de la cooperativa transfeminista de construcción «La comadreja corpo», constituida por trece integrantes de mujeres cis, transmasculinidades y no binaries.

La entrevista con cuatro integrantes de la cooperativa sucede en una casa de 12 x 10, donde hay 80 metros cuadrados construidos con madera, barro y cemento, de tres ambientes y un baño, donde las ventanas no faltan en ningún lugar.

La casa de Casalongue, de 52 años, y su compañera Andrea, fue construida por un albañil y luego continuó el trabajo de la Cooperativa para levantar paredes de madera, con partes de persianas recicladas y material de aislamiento.

«Cuando decidí venirme acá, le pagué a un albañil que hizo esta parte de material y ahí aprendí mucho, pero el hombre se murió y empecé a preguntar por todos lados quién sabía construir y todos me pasaban el mismo teléfono, el de Turi, y así nos conocimos», contó Casalongue, quien trabaja como actriz y en publicidad, remuneración que le sirvió para invertir en su casa.

Desde grandes ventanales de un ambiente de 4 x 4 metros cuadrados, se ve el paisaje selvático, a orillas del arroyo Fulminante, ubicado a 10 minutos en lancha y caminando, en caso de que el río tenga poco caudal de agua.

«Llegué acá buscando un cambio, naturaleza. Nací en Entre Ríos pero viví mucho tiempo en los barrios de Palermo y Saavedra, en la ciudad de Buenos Aires, y viajé mucho. Elegimos acá porque era accesible y lindo», dijo Casalongue, con su melena corta de rulos pelirrojos y botas embarradas listas para trabajar.

Y agregó: «Tener tu casa propia en otro lado es más complicado, porque los terrenos son caros. Nosotras estamos construyendo por muy poco, por ejemplo, una casa chica de un monoambiente te sale 7 mil dólares, con mano de obra y materiales, el terreno aparte, mientras que en Capital te sale mínimo 50.000 dólares».

Para ese entonces, Turi ya había tomado un camino similar desde el 2012, fue dejando poco a poco las clases de yoga impartidas en countries del Tigre, para invertir su tiempo en aprender a construir su casa propia de barro junto a un colectivo de trabajadoras.

«Mi viejo me ofreció una ayuda y con esa construcción de barro aprendí todo. Yo no sabía lo que era un martillo, un cable, en mi vida tuve contacto con nada de la construcción», contó sobre sus pasos y recalcó sobre el oficio de la carpintería: «Jamás me imaginé que lo iba a hacer, nunca me creí capaz y siempre pensaba que yo era más débil que la media».

Pero a fuerza de vivir en la isla, de no tener quién resuelva las cosas o dinero suficiente, las integrantes de la cooperativa, cuyo Instagram es @lacomadrejacorpo, coincidieron en el motor que unió sus fuerzas.

«Al principio, la mayoría éramos mujeres lesbianas, donde tampoco tenés el rol del varón que hace todo por vos o validas el lugar de que vos no sabes; entonces, lo terminas haciendo», resumió.

Desde el 2014, empezó a trabajar en electricidad, en plomería y en la construcción de casas de madera.

«Ayudaba a todo el mundo con trabajos y un día me dijeron: te pago. En un momento, me di cuenta de que estaba trabajando de construir casas de madera y tenía mucho trabajo, pero no quería trabajar con varones», dijo y aclaró que no compartía el mismo código de trabajo.

Pese a tener muchos clientes varones, Turi explicó que a la hora de trabajar «tienen algo más autoritario para hacer las cosas y no pueden consensuar o hablar de otras formas, esto de pensar las cosas juntes como lo hacemos en la coope, sin competir por el saber».

Al enterarse que había «muchas pibas» construyendo sus casas, las constructoras contaron que hacían «femingas», es decir, «nos juntábamos en la casa de una que necesitaba hacer algún arreglo y lo hacíamos como una instancia de aprendizaje, levantábamos una pared, usábamos la escuadra, la plomada, nivelábamos y mirábamos tutoriales».

En un encuentro anual de mujeres y disidencias sexogenéricas que se realizó en el mes de octubre del año 2020 en la Isla del Delta, dialogaron sobre las problemáticas y se dividieron en grupos, donde uno de ellos fue vivienda y construcción.

«Muchas querían laburar en el rubro y ahí estaba un grupo de quienes hoy están en la coope», recordó quien junto a sus compañeras ya llevan construidas más de 10 casas con madera y steel frame, trabajan en electricidad, plomería además de obras más pequeñas como decks, ampliaciones, reparaciones y revestimientos.

Sofía Fishnaller, de 32 años, es abogada y nació en la ciudad de Buenos Aires. Antes de decidir vivir en la isla en el 2019, trabajó en estudios jurídicos y en el área de patrocinio de género en el microcentro porteño.

«Bastante quemada y decepcionade de todo, del sistema, del laburo y de la ciudad, decidí largar todo, porque era bastante injusto el sistema judicial, el abordaje de los casos de violencia de género», contó la otra integrante de La Comadreja Corpo.

Junto a otras compañeras, la joven avanzó «en el laberinto de trámites» del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (Inaes) para obtener finalmente la matrícula de la cooperativa, con las dificultades, tiempo y gastos que eso les representó.

«Acordamos la necesidad de tener una estructura legal para pedir subsidios, participar de obras más grandes, ampliarnos para formar un taller de carpintería para mujeres cis y personas LGBTIQ+ e invertir en maquinarias», apuntó.

Si bien acuerdan que el oficio de construcción es «fácil de aprender», señalaron que el trabajo más duro de realizar es la base de las viviendas, que se elevan más o menos un metro y medio, sobre un terreno que es como un pajonal.

«El suelo es tan blando que te enterrás hasta la rodilla mientras estás cargando un quebracho, con la máquina y el cable que se te embarra y hacés sopapa, pero tenés que poner esa base y afianzarla, porque si no se hunde», comentaron.

Sol Fernández, de 39 años, oriunda de General Rodríguez, se mudó a la isla en el 2011 y aprendió del oficio de electricidad con Turi, «le perdí el miedo y también fui construyendo de a poco mi casa».

Fernández compartió otras necesidades de la cooperativa para poder crecer: «Necesitamos botes y las herramientas tienen que ser inalámbricas, porque hay lugares que no hay luz, además, a veces, hay bajante y las jornadas se encarecen porque no podes seguir», dijo.

Con pocas obras en construcción en la actualidad, debido al contexto económico, las integrantes brindaron sus datos para quienes estén interesados en contribuir al colectivo: Sofia Fischnaller, CBU: 0000003100016135087319, Alias: cooperativacomadreja, Cuit: 27353655855.

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