Georgina Orellano dice que el feminismo hace estallar la cabeza porque llega para cambiarlo todo. Para ella no se trata sólo de pedir la legalización del aborto o visibilizar sujetos políticos que estaban en la oscuridad. El feminismo, dice, es una forma de vida que hace que no se pueda volver a ser como antes. Algo similar le pasó este martes a quienes fueron a escucharla al Distrito Siete.
La referente feminista y secretaria general de Ammar, el sindicato que representa a las trabajadoras sexuales en todo el país, habló durante dos horas a un público que estalló en aplausos y arengas con cada cierre de reflexión. De tacos altísimos y vestido rojo, a Georgina le pidieron hasta sus frases más conocidas, como si se tratasen de los hits de una estrella de rock. “De punk”, se escuchó decir entre los asistentes. “Ninguna mujer nace para decirle a otra mujer qué es lo que tiene que hacer”, “el problema es la sacralización de la concha como parte del cuerpo para trabajar”, “siempre con las putas, nunca con la yuta”, fueron algunas de las palabras que llegaron para pensar al trabajo sexual de una manera distinta. Cuando llegaron las preguntas, Georgina dedicó unos minutos a cuestionar las políticas antitrata que llevó adelante el municipio de Rosario años atrás, con el cierre de cabarets y whiskerías como principal bandera.
El trabajo sexual es el tema que hoy genera más debates dentro del movimiento feminista. En las asambleas, en las redes, en las ediciones del Encuentro Nacional de las Mujeres (ENM) y en cualquier lugar en el que se toque el tema las discusiones se encienden entre quienes lo consideran un trabajo como cualquiera de los otros que pueden elegir las mujeres de la clase trabajadora y las que dicen que es explotación. En el medio hay matices. Y en el medio también están las trabajadoras sexuales que piden que se las escuche. “Todos piensan qué se tiene qué hacer con las putas y qué tiene que hacer el Estado. Nuestra pelea es que ustedes no piensen qué tienen que hacer con las trabajadoras sexuales y que dejen que nosotras decidamos qué queremos para nuestras vidas”, explica Georgina.
Llegó a Rosario el martes pasado para la proyección “Sexo, dignidad y muerte”, la película de Lucrecia Mastrángelo que retrata la vida de Sandra Cabrera, trabajadora sexual y secretaria de Ammar Rosario, asesinada en 2004. Tiene 31 años y en el último año se volvió una de las principales referentes del feminismo argentino, sobre todo entre las más jóvenes. La frase “puta feminista”, que Ammar creó como marca de identidad, se reproduce en pines, remeras y calcomanías. Ellas, las putas, dicen que estuvieron mucho tiempo en la oscuridad y que llegó la hora de mostrarse y hablar.
“Las putas no pensamos todas igual, tenemos muchas diferencias y perspectivas distintas. La clave son los puntos en común y construir de manera colectiva, como lo hace el feminismo. Durante años hubo un montón de normativas pensadas para combatir la trata de personas que en realidad nos terminaron combatiendo a nosotras y condenándonos a criminalización y vulneración de derechos”, dijo y agregó: “No tenemos obra social, jubilación, acceso a la vivienda y luchamos contra el estigma porque es muy difícil asumir ante los demás que somos trabajadoras sexuales”.
Política moral
Casi sobre el final de la charla, Georgina cargó contra las políticas antitrata que partieron desde una mirada de punitivista. “Rosario fue uno de los principales municipios del país que llevó adelante la prohibición de cabarets y whiskerías. La publicitó como una política feminista con concejalas mujeres que tenían una posición más cercana al abolicionismo. Pusieron su visión personal sobre el escritorio y desplegaron normativas sin preguntarle a las trabajadoras sexuales de qué manera mejorar las condiciones de trabajo y si querían otra alternativa laboral. Ninguna política pública pensada desde la buena intención puede llevarse adelante sin trabajo territorial”, empezó.
“En vez de ayudarnos y empoderarnos, estas políticas decidieron por nosotras. Y eso es el patriarcado. No está bueno decidir por la compañera y no preguntarle qué quiere para su vida. Porque seguramente lo que una quiere no es necesariamente lo que va a realizar la otra. Pero de eso se trata el feminismo. De respetar que cada una elija y tome decisiones que podemos no compartir. No podemos ponernos la gorra y salir a policiar cuerpos ajenos y decir que no es legítimo y que es indigno mi trabajo”, agregó.
Para Georgina, si el municipio hubiese querido regular el trabajo sexual, el cierre de cabarets y whiskerías no era la solución. “Los cabarets están a la vista de todos. Todos sabían dónde estaba La Rosa. Entonces, ¿no es que en realidad molestaba que estén en el medio de la ciudad? ¿Qué mejor que estén a la vista y que el Estado controle las condiciones de trabajo de las compañeras?”, preguntó al público.
Para explicar su postura recordó que la trata no es sólo sexual sino que también existe en el trabajo textil y en el campo. “Las abolicionistas no se conmovieron con las bolivianas explotadas en las fábricas ni con los yerbateros de Misiones. Todos tomamos mate y nadie se pregunta por los yerbateros en esclavitud. Cuando se piensa en combatir la trata en estos lugares no se prohíbe el trabajo. Se hacen inspecciones, se blanquea a los trabajadores, se multa, se arman cooperativas. Las políticas antitrata sexual fueron pensadas desde una perspectiva moral y no laboral. Consideraban que al trabajo sexual había que prohibirlo y que al sexo hay que esconderlo y que no esté a la vista de todos”, dijo Georgina.
“La sociedad espera que las mujeres vivamos el sexo desde la gratitud, con un contrato sexoafectivo por amor. Y es muy aburrido eso. Si vivimos en un sistema capitalista en donde nada es gratis, ¿por qué el sexo tiene que ser gratis? ¿Por qué no lo puedo cobrar? Entonces, nuestra lucha no es sólo por cambiar la mirada del poder político sobre nuestro trabajo y adquirir derechos como cualquier trabajadora. Peleamos para que todas y todos podamos vivir libremente nuestra sexualidad. Sin juzgar y mirando siempre a la compañera con amor. La sororidad es eso: aprender a ponerse en los zapatos de la otra”, concluyó.